Hace mucho tiempo un brillante dramaturgo irlandés nos dejó una fórmula para evitar que algún veneno penetrara por nuestros cerebros y terminara en la mismísima lengua.
Si alguien dudaba de que el trabajo en Cuba se ha desvalorizado durante años como fuente de ingresos personales y de riqueza pública, basta una cifra revelada en el Parlamento para preocuparse y ocuparse bastante, porque un país no se desarrolla así: más de un millón 200 000 cubanos en edad laboral no trabajan hoy en ninguna de las formas de gestión y propiedad por una u otra razón, y sí reciben los mismos subsidios a los productos normados y ciertos servicios.
El 11 de noviembre de 1918 terminó la Primera Guerra Mundial, el conflicto bélico de mayor dimensión desencadenado hasta entonces, preludio de los dramáticos acontecimientos que estallarían 20 años más tarde.
Esperaba a que el reloj de tic-tac llegara a las seis de la tarde, para que me encendiera mi abuela el televisor —los Caribe de antes, con las palmitas debajo y aquel botón grande de cambiar canales—. Ella venía, me ponía en las piernas un plato de aluminio con galleticas con mayonesa y me ponía el canal «seis».
El son, con su extraordinaria riqueza, es patrimonio esencial de la cultura cubana y del pueblo que la encarna. Lo ha sido siempre, desde su génesis, porque no nació en laboratorios ni en gabinetes elitistas. Nació en ámbitos populares, gracias al impulso creador y la sensibilidad de sus cultores, gracias al talento indiscutible de sus primeros maestros.
Gracias al periodista Jorge Legañoa, vimos recientemente por la televisión el perturbador material audiovisual The social dilemma, producido por Netflix. Francamente preocupante lo que se explica, aunque no nos tome del todo por sorpresa. Claro está, cuando expertos en las redes sociales, ya sea Facebook, WhatsApp o Instragram (de hecho, muchos de sus propios creadores), argumentan el gravísimo riesgo de quedar expuestos, y por tanto fácilmente manipulables, se acrecienta la preocupación.
Por sus anuncios y «des-anuncios», impulsos momentáneos y retiradas, al ordenamiento monetario, cambiario y salarial en Cuba se le puede encontrar alguna analogía con la fábula El pastor y el lobo.
Ese aletargamiento zigzagueante provoca dos reacciones p&uac...
De paso por Argel, en una noche de intenso trabajo, el Che escribió de un tirón El socialismo y el hombre en Cuba, texto esencial, de singular compactación en la densidad de ideas, destinado a permanecer para siempre en la historia del pensamiento revolucionario. Advertía entonces, con visión profética, las fisuras que amenazaban la estabilidad de la Europa socialista. Señalaba también con agudeza los rasgos intrínsecamente dialógicos de la comunicación con el pueblo, con las masas populares concentradas en la amplia Plaza de la Revolución.
Lo emergente y lo perdurable no siempre fueron un matrimonio bien llevado en Cuba. Sometidos a la tiranía de las circunstancias, entre acosos y obsesiones mezquinas, el proyecto político de la Revolución se vio envuelto en duros y continuos episodios, a un estado permanente de emergencia. El sonido de las sirenas pocas veces se apagan, y cuando lo hacen es para darnos una tensa calma.