En estos tiempos complejos donde se impone contra Cuba un discurso hostil por parte de los grandes medios informativos, pareciera que toda una sociedad naufraga en el caos desde esas visiones incoherentes. Sin embargo ya a estas alturas debiéramos estar curados de esos espantos que encuentran en el show mediático al aliado perfecto para construir una realidad que todos sabemos no existe o no se fundamenta en un sentir mayoritario del pueblo.
Hace no muchos días visité el municipio de Contramaestre, en la provincia de Santiago de Cuba. Llegué allí en funciones reporteriles, cuando la tormenta tropical Eta había golpeado al Archipiélago. Avancé por caminos de polvo pardo, donde, cuando las aguas imperan todo debe volverse anegado y hostil.
Lo que sucedió en el Parque Trillo fue un diálogo genuino, diverso, plural, espontáneo, trascendente, de generaciones… por el bien de la Patria. Con ello no quiero decir que lo sucedido frente al Ministerio de Cultura (Mincult) no fuese con las mismas intenciones, quizá se trató de modos diferentes de dialogar. Bienvenido el diálogo, al fin y al cabo.
Entre la bruma matinal del viernes 30 de noviembre de 1956, Santiago de Cuba se levantó en armas por la Patria. Justo a las 7:00 de aquella mañana de estrenos y disparos, la decisión heroica de sus noveles hijos puso al día el uniforme verde olivo con brazalete rojinegro para apoyar el desembarco del yate Granma, que con su carga guerrillera avanzaba desde México. Aquel despertar de audacia era prueba de la identificación de la ciudad y sus mejores vástagos con la promesa de un mañana de luz del Movimiento 26 de Julio, encabezado por aquel joven abogado.
Un país se va haciendo con la participación de muchas manos. Gran parte de ellas permanece en el anonimato. Son las de quienes trabajan la tierra y cortan caña, crecidos en su empeño ante los desafíos impuestos por una naturaleza sujeta a las conmociones del tiempo y del cambio climático. Son las de quienes abren caminos y edifican casas, las de quienes atienden la salud de todos, las de quienes transmiten conocimientos a las nuevas generaciones, las de quienes abren compuertas a los nuevos saberes para responder a las demandas de la práctica cotidiana. Son, en suma, las de quienes se dedican a solventar las exigencias de la vida material en beneficio propio y de los demás.
El fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina el 27 de noviembre de 1871 ha sido uno de los episodios más luctuosos de la historia cubana.
Decidir el tipo de caminos a escoger y la forma de abrirlos no fue nunca una elección menor en ninguna parte del mundo. En la Cuba del ajiaco cultural esa disyuntiva alcanza su personificación espiritual en Eleguá, el Orisha-guerrero que abre los senderos.
De todo lo que he leído sobre Fidel, pondría eternamente en mi cabecera las palabras escritas por Eduardo Galeano (1940-2015), quien en su hermosa poética de Espejos dibujó al líder con luces y sombras, como son los verdaderos seres humanos.
Tenía apenas 14 años y lo que más me llamaba la atención aquel día, que era 26 de julio, era la multitud que pasaba frente a la casa desde el amanecer. «¡Qué gentío!», decía mi abuela asomándose a la puerta, y corría a adelantar sus deberes para lograr ser exacta, como un cronómetro, frente al televisor. ¡Y pobre de aquel que se atreviera a cambiarle o retrasarle sus planes!