Quienes cuestionaban a nuestro Parlamento porque en 2020 aún no había celebrado la primera de las dos reuniones ordinarias que corresponden anualmente por mandato constitucional, debieron llevarse una gran sorpresa en la semana que termina.
Me siento tan orgulloso de nuestro Ejército Rebelde-Pueblo Uniformado y su formidable consolidación como Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) como aquel 1ro. de enero de 1959, cuando vi a mi padre, un humilde trabajador, salir de la silenciosa colaboración clandestina, partir en un jeep repleto de barbudos que vino a recogerlo en casa, y dos días después verlo regresar vistiendo el honroso uniforme verde olivo y el grado de sargento mayor en la manga de su camisa, impuesto por el mando de la tropa que había tomado Camagüey para que asumiera un puesto en los servicios médicos en la Clínica Militar que existía dentro del cuartel Ignacio Agramonte. Desde ese día supe de qué lado estaban el bien y el deber, el ejemplo a respetar y honrar.
Un gran revuelo ha tenido la confesión sobre la manipulación con fines de lucro de los usuarios en internet, conocida desde hacía rato, pero el destape llegó ahora mediante un documental con testimonios de exejecutivos de las empresas más grandes de Silicon Valley y de académicos.
La exultante aparición pública de Sebastián Piñera cuando se había contabilizado menos del 20 por ciento de los votos y su afirmación de que el plebiscito fue «un triunfo de la ciudadanía y la democracia», mostró rápido su deseo de capitalizar la hermosa demostración de patriotismo que dio el pasado domingo el pueblo chileno, y convertirse en adalid de un capítulo escrito con el sacrificio de los de abajo.
Todos, aun los menos apegados al estudio, esperaban con impaciencia la hora de regresar a las aulas. La escuela, después del vínculo primario establecido por la familia, constituye el espacio primordial de aprendizaje de la socialización entre los seres humanos. Es lugar de encuentro intergeneracional y entre coetáneos, donde se comparte la relación con el maestro y la que se desarrolla en el juego, entre las actividades comunes y en la iniciación a la solidaridad fundamental derivada de la ayuda mutua.
Un periódico resulta siempre una gran familia. Y cuando —casi sin advertirlo— transcurren 55 años, el tejido generacional se expande y aparecen retoños que siguen la huella de los padres fundadores.
No recuerdo exactamente la época en que hizo su debut mi incurable adicción por los periódicos. Quizá se remonte a mis tiempos de estudiante de primaria. Por entonces mi padre solía comprarme el semanario Pionero, con aquellas simpáticas historietas diseñadas por Lillo, donde Matojo encarnaba el estereotipo del niño cubano de la época, avispado y travieso, pero siempre generoso y perspicaz.
«Mamá, enséñame a hacer trenzas», dice la niña, lazos en mano y el pelo muy desordenado. La ira de la madre hace llorar a la pequeña, quien pasa del chillido de sorpresa a la resignación silenciosa, y cualquiera adivina que no es la primera vez.
MI profesor de Sicología Alfonso Bernal del Riesgo, antiguo compañero de Julio Antonio Mella, afirmaba que la risa oxigena la sangre. Creo que, aunque carezca de propiedades curativas para el cuerpo, el humor, en su amplio registro de manifestaciones, desempeña múltiples funciones sociales. Una de ellas, quizá la más extendida, opera como resorte liberador en situaciones de alta tensión, cuando la crisis humana se crispa y bordea el estallido. Se convierte en necesidad social en circunstancias dramáticas como las que atraviesa el mundo, amenazado a la vez por la pandemia, la miseria creciente y la depredación suicida del medio ambiente. Es entonces cuando en el entorno lúgubre se impone la necesidad de abrir una senda luminosa.