Me siento tan orgulloso de nuestro Ejército Rebelde-Pueblo Uniformado y su formidable consolidación como Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) como aquel 1ro. de enero de 1959, cuando vi a mi padre, un humilde trabajador, salir de la silenciosa colaboración clandestina, partir en un jeep repleto de barbudos que vino a recogerlo en casa, y dos días después verlo regresar vistiendo el honroso uniforme verde olivo y el grado de sargento mayor en la manga de su camisa, impuesto por el mando de la tropa que había tomado Camagüey para que asumiera un puesto en los servicios médicos en la Clínica Militar que existía dentro del cuartel Ignacio Agramonte. Desde ese día supe de qué lado estaban el bien y el deber, el ejemplo a respetar y honrar.
Nunca me atreví a preguntarle cuál había sido su participación en aquella riesgosa gesta para derrocar la dictadura de Batista. Sabía que su carácter discreto y su modestia no le permitirían revelar detalles que pudieran parecer un alarde, ni siquiera para satisfacer mi entusiasta curiosidad de un muchacho de 13 años.
Diez años más sirvió en las Fuerzas Armadas con la misma entrega y una probada vocación de enseñar a decenas de jóvenes, a los que formó como técnicos de Rayos X, una tarea que prosiguió en la vida civil, en el hospital provincial Manuel Ascunce Domenech, hasta su jubilación en 1986.
Todos estos recuerdos me asaltaron con una mezcla de ira por el orgullo propio herido al leer la cínica nota de Mike Pompeo, el secuaz del presidente Donald Trump instalado en el Departamento de Estado para instrumentar su política exterior de «máxima presión y bloqueo total» contra Cuba, al justificar la directiva que suprime todo tipo de ayuda económica de cubanos residentes en Estados Unidos a sus familiares en la Isla, con el burdo pretexto de «sacar a los militares cubanos del proceso de remesas».
Volví a recordar los días amargos de finales de 1958 bajo la dictadura de Batista, cuando la guardia rural, la policía y los militares armados y entrenados por la Misión Militar de Estados Unidos implantaban la tortura y el terror en los campos y calles de toda Cuba.
Trump y Pompeo ignoran que aquel Ejército Rebelde, nacido de «una guerra de todo el pueblo», en la que cada cubano digno daba su apoyo, aún a riesgo de su vida, forjó la ética de unas Fuerzas Armadas Revolucionarias capaz de derrotar todas sus agresiones.
La directiva de Pompeo, escrita en un lenguaje tramposo, que destila gastadas mentiras para justificar el nuevo apretón que intenta rendir a los cubanos, alega que «las remesas de Estados Unidos a Cuba aún pueden fluir, pero no pasarán por las manos del ejército cubano, que utiliza esos fondos para oprimir al pueblo cubano y financiar la interferencia de Cuba en Venezuela»
Trump, Pompeo y sus vasallos apenas pueden ocultar la impotencia, el miedo y el odio que sienten hacia nuestras Fuerzas Armadas porque saben que son eficaces garantes de nuestras conquistas: en primer lugar de la soberanía y el poder que le arrebataron a sangre y fuego, que permitió el rescate de todas las riquezas robadas a todos los cubanos, desde la intervención militar en nuestras guerras de independencia hasta el día que sus títeres batistianos huyeron a Miami, el 31 de diciembre de 1958.
Los enfurece la fuerza del ejemplo y la influencia de la Revolución Cubana y su desinteresado internacionalismo, inspirado en la máxima martiana de que «Patria es Humanidad», y se inventan una truculenta historia de uso de las remesas para «financiar» una supuesta «interferencia» en Venezuela.
Subestiman la cultura alcanzada por el pueblo cubano, su capacidad de análisis. ¿A quién pretenden engañar o confundir? ¿Qué familia cubana digna y honrada, aquí o allá, les va a creer el cuento de que suprimiendo las remesas, el comercio o las relaciones culturales, nos están ayudando a recuperar la libertad y la democracia?
Octubre, mes que dio nombre en 1962 a la llamada «crisis de los cohetes nucleares» —cuando Cuba desafió sin titubeos la supremacía bélica de Estados Unidos— también rememora la ética patriótica e internacionalista de Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara, dos de los más emblemáticos jefes de la nueva fuerza armada forjada por Fidel Castro para completar la misión independentista del ejército mambí, a la que esta vez Washington no pudo impedir la entrada a Santiago de Cuba, ni mucho menos desmovilizarlo, para sustituirlo por un cuerpo armado mercenario a su servicio.
Por eso siento un enorme respeto hacia toda aquella generación de valientes que decidió arriesgar su vida para sacarnos de encima la dictadura de Batista, asesina y torturadora, al igual que las de Somoza, Trujillo, Duvalier, Stroesner, Pinochet y otros, «los HP de Washington», como ellos mismos los llamaron.
Siento ese orgullo ahora fortalecido, porque la pandilla gobernante en la Casa Blanca racista al castigar con sus criminales sanciones a todos los cubanos solo revela su fracaso frente a la firmeza inclaudicable del pueblo uniformado.