Hace no muchos días visité el municipio de Contramaestre, en la provincia de Santiago de Cuba. Llegué allí en funciones reporteriles, cuando la tormenta tropical Eta había golpeado al Archipiélago. Avancé por caminos de polvo pardo, donde, cuando las aguas imperan todo debe volverse anegado y hostil.
Allí, donde las mujeres son fuertes porque el paisaje se los pide y andan a caballo para acortar distancias, y el color más vivo es el rojo de las pañoletas de los niños rumbo a sus escuelas, pensé, sin poder quitarme el polvo de los ojos, en el Comandante en Jefe Fidel.
Lo hice porque ese escenario me recordó cuántos otros distintos existen en Cuba; cuán distantes pueden estar, geográficamente, pequeñas patrias entre sí; y, sin embargo, cuán unidos estamos por una Revolución que pensó en todos, lo mismo para electrificar que para salvar a cada uno de sus hijos en cuerpo y alma.
Pensé entonces que gobernar es un arte muy delicado y difícil, porque no solo incluye las ciencias exactas —para seccionar milímetro a milímetro cada pan o pez, y hacer llegar esa porción a cada sitio, lo mismo a un edificio del Vedado habanero que a una comunidad de Contramaestre o de Pilón—donde también estuve durante mi travesía reciente, allí donde el tiempo, el espacio y las costumbres son tan particulares y confieren al término diversidad un sello que nos desborda.
Fue en Contramaestre donde el joven Daniel García Naranjo, de 23 años y quien trabaja junto a su padre una extensión de tierra dada en usufructo, recibió a una visita de la dirección del país. Con una transparencia que le nace de su tremenda autoestima y de su éxito como productor, mostró el frijol sembrado, el maíz transgénico que se levanta verde y brillante, habló de su embalse que mide 30 metros de largo por 20 de ancho, y no esperó a que se fuera la visita para expresar su anhelo de tener allí un tendido eléctrico, que es de las únicas cosas que le faltan.
A los visitantes, con quienes dialogó respetuosamente y en total confianza, dijo que para él era un orgullo ser anfitrión, y que ya los estaba esperando para la segunda vez. Y luego del adiós, del regreso por los mismos caminos de polvo fiero, fue quedando atrás el universo de ese joven emprendedor que vigila y habla con las estaciones del tiempo para que la tierra rinda. Quedó él atrás, y también los cubanos de esa tierra para mí tan lejana y, sin embargo, tan dentro de un país donde la impronta de 1959 convirtió en una obligación no olvidar a nadie.
Aquel día pensé en Fidel, en la magnitud y complejidad de una obra social. Me pregunté en estas horas de definición qué explicación daría la historia a los hijos de Contramaestre si la Revolución dejase de existir. Y por otra razón pensé en ellos: la resistencia patria tiene músculos muy fuertes, un corazón muy limpio allí donde se vive pegado a la tierra; es una resistencia muy dura, que no entiende de trampas muelles, es una piel donde apátridas que no sabrían ni cómo repartir 20 panes con justicia no pueden hacer un solo rasguño.
En estas horas, no olvidando que hermanos como los de Contramaestre existen y sueñan, digo como el Maestro que yo solo sé de amor. Pero que si la Patria y su esencia de amor está en juego, si en nombre de una emancipación —soñada en esta Isla, y por la que se suda todos los días, con más o menos aciertos— hay quien pretende echar al Hombre sobre el Hombre, entonces cierro filas para defender desde la inteligencia, los sentimientos y la Ley, la obra que desde hace mucho tiempo hemos estado levantando, esa que no ha renunciado a conquistar toda la justicia, y hasta la plenitud, a pesar de los crueles que pretenden (dinero mediante como signo) arrancarnos el corazón con que vivimos a contracorriente de toda adversidad, a contracorriente de la negación de un imperio cuyo dedo pulgar siempre ha estado apuntando al suelo.
En esta hora reitero que solo sé de amor y que tengo, entre otras, una certeza irreductible: Los que elegimos a Cuba unida y libre, venceremos.