Un niño. Nueve años. Juega al escondite con sus amigos. Se interna en un nicho. No ve el metrocontador desmantelado. Roza con uno de los cables. Se oye un zumbido. Electrocución. Silencio.
En el techo de su casa, un joven de 19 años instala la antena receptora de televisión. Manipula una línea con corriente eléctrica. Tetanización. Un golpe. Una caída. Olor a quemado. Nuevamente silencio.
Las historias anteriores pudieran ser microcrónicas rojas, mas son hechos dolorosamente reales que confirman una estadística punzante: desde 2016 hasta la fecha, los accidentes por exposición a la energía, resultaron ser mortales para 101 personas, según información ofrecida por la Unión Nacional Eléctrica (UNE).
Aunque muchos consideran que lesionarse o morir por este tipo de accidentes es poco común en Cuba, las cifras actuales revelan una propensión frecuente a su ocurrencia.
Si bien es cierto que las muertes por contacto eléctrico no son de las primeras causas de fallecimientos en la población, el Anuario Estadístico de Salud de 2019 las ubica entre las cinco razones más comunes de accidentes, con una morbilidad del 51 por ciento.
En el registro de accidentes eléctricos del país, que se gestiona por el Grupo de Seguridad y Salud en el Trabajo de la UNE, se aprecia que en los últimos cuatro años el número de víctimas no ha descendido de las 45, y las defunciones se ubican en el rango de las 20, siendo 23 el pico más alto hasta el momento.
El infausto 2020 también ha sumado aciagos índices de accidentes eléctricos: hasta octubre del presente año hubo más incidentes de este tipo que en los últimos tres años anteriores. A pesar de que aún no se llega a finales de año, las cifras de casos leves y mortales han experimentado un crecimiento exponencial y preocupante, con 13 y 17 casos respectivamente.
Escudriñando en las provincias, la tendencia marca que en los últimos cinco años, las de mayor nivel de accidentes eléctricos son Santiago de Cuba (36 lesionados y 21 fallecidos), La Habana (39 y 15), y Villa Clara (16 y 10).
Dos territorios vuelven a repetir en este año: Santiago de Cuba (nueve y tres) y La Habana (nueve y ocho). En relación con la capital, alarma que del total de personas damnificadas el 88 por ciento haya ocasionado defunciones. Ello indica cuán violentos pueden ser estos accidentes y cómo en cuestión de segundos siegan una vida.
Los expertos identifican a la baja percepción de riesgo y la falta de conocimientos para interactuar con la corriente eléctrica, como las «culpables» de que más personas fallezcan por un «corrientazo».
Sí, existe poca o nula comprensión del riesgo, cuando entre las primeras formas usuales de accidentarse con corriente, figura el derribo —con varas endebles— de frutas de los árboles cercanos a líneas eléctricas.
Otros modos, que en ocasiones se disminuyen por lo irrisorios, y sin embargo causan infortunio, son el uso de tendederas ilegales que no pertenecen a la UNE; al utilizarse piñas eléctricas de manera incorrecta en el hogar y al empinarse papalotes en cercanía a las instalaciones eléctricas.
Precisamos de poner conciencia donde habita la confianza desmedida, y en ese sentido las organizaciones de masas y los medios de comunicación pueden ser aliados en la construcción de mensajes educativos y campañas de bien público sobre el tema.
También se necesita rigurosidad en el diagnóstico y penalización de las violaciones constructivas que propician los accidentes eléctricos.
Igualmente, la celeridad en la poda de árboles que amenacen con derribar cables, la reparación de roturas y el celaje de las líneas eléctricas, reducirían las probabilidades fatales del roce de las personas con la corriente. Esto sigue siendo asignatura pendiente para la UNE.
Pero todo ello no revertirá la situación, si las personas no asumen un comportamiento responsable al interactuar con la energía eléctrica, tanto dentro como fuera de sus casas. Solo la percepción de riesgo no dará cabida a accidentes indeseados.