Una amiga antigua, en su lejanía, no lo supo pero se me hizo más distante, casi invisible, transparente. Quería esquivarme sus tristezas y casi de a poco, o por poco, se pierde en el camino. «No te calles», le susurré desde mis letras. Ella entendió y gritó a mis cuatro vientos su torpeza: los amigos van en todas. No hay ríos difíciles a los que no se nos invite por miedo a los naufragios.
Involucrado en la edificación de una teoría revolucionaria y en la consiguiente práctica política, Carlos Marx fue un excelente padre de familia, según el modelo burgués. No le fue mal. Su esposa y sus hijas fueron sus colaboradoras y mantuvieron fidelidad a la causa. Su amigo, Federico Engels, dotado de sentido del humor, resultó más transgresor en este orden de cosas. Nunca contrajo matrimonio con su compañera que, al parecer, tenía buena mano de repostera. El autor de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado se convirtió en corresponsal cómplice y solidario de Laura y Pablo Lafargue.
Parecería que se repite ahora aquella frase del Manifiesto Comunista: «Un fantasma recorre el mundo». Y aunque cometo el pecado de repetirme, esa es una imagen recurrente entre los críticos de la existencia de un modelo político unipartidista en Cuba.
Belén Piqueras es una amiga española. Descuelgo el teléfono y tras los saludos de rigor, me dice, sin escamotear su sorpresa: «¿Sabías que el año pasado murió María Rosa?». «Sí —respondo—, pero me enteré demasiado tarde». «De todas formas debiste, al menos, escribir algo», me reprocha con su acento grave mientras yo vuelvo a lamentar cuando se me acumulan los meses sin tener noticias de gente querida.
A soltar amarras convocan. Y esta es la quincuagésima revelación de un rollo de negativo que alardea, con contradictoria razón semántica, de positivo. Llegan con el desenfado de un estilo que defiende su concepto de navegación a toda costa. Pero no es un desparpajo ingenuo. Lleva contenidos muy de jóvenes, de más está cualquier otro calificativo. Y pronostica, por eso, un viaje indetenible y auténtico.
No se lo propuso, pero hizo de su vida un monumento al ejemplo. Fue la niña audaz y amorosa que compartía con sus hermanos y vecinos lo mismo la experiencia de trepar un árbol que una clase de francés.
Cuando uno es pequeño parece una esponja: todo se «pega» fácilmente en la memoria, tal vez porque hay menos «gigabytes» cerebrales ocupados en otra cosa. Quizá por eso se me grabó tan rápido el Himno cubano que me enseñaron en casa, el que entoné a todo galillo el primer día de escuela, de cara al Martí recién ungido con cal y a la bandera izada al compás de aquel canto de guerra que a todos mis amigos, conocidos y por conocer, nos nacía de adentro.
Dejamos atrás marzo con la visita del presidente de EE. UU., Barack Obama, y aún resuena su llamado a olvidar el pasado y apostar por los jóvenes para «cambiar». Entonces llegan, como mejores respuestas, los cumpleaños de la OPJM y la UJC en este abril de victorias y volvemos juntos a la historia y a los jóvenes.
Las cubanas y cubanos hemos sido testigos de múltiples acontecimientos que marcaron el devenir histórico de la nación y su vida cotidiana, los que han nutrido nuestro acervo cultural con valores y tradiciones. Varias son las fechas que se han convertido en sinónimo de festejo popular, como la del Primero de Enero, junto a otras cuya recordación nos devuelve una historia que no olvidamos y a la que no renunciaremos nunca.
La vida me ha ofrecido algunos privilegios. Son tesoros acumulados en mi memoria por haber transitado, con plena lucidez, el extenso período desde la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad. No soy politóloga. Tampoco me he dedicado al estudio de las Ciencias Sociales. Mi universo es el de las Artes y las Letras. Siempre he considerado que mi responsabilidad intelectual exige entender las tendencias dominantes de mi época y las claves esenciales de los largos procesos históricos, con el propósito de aguzar el espíritu crítico para descifrar el sentido de las cosas que suceden.