Hoy «el Marre» ha roto un compromiso conmigo y mira que nunca fue dado a dejar de cumplir su palabra: palabra de hombre recio, digno, ético y sensible.
No dijo «mamá» primero como yo quería. En el fondo, tenía una secreta esperanza de que lo soltara de una vez y para siempre. Pero no lo dijo.
Nunca estuve allí. Pero es ciudad que a todos pertenece por su historia y su cultura. Recuerdos amontonados afluyeron cuando, en reciente Mesa Redonda, alguien denunció que se convertiría en discoteca el patio de un teatro rescatado con tanto esfuerzo. El empeño constructivo se llevó a cabo en días difíciles para la economía nacional. Representaba mucho más que un espacio para la recreación y la presentación de espectáculos artísticos. Tenía un valor simbólico significativo para la comunidad. Constituye un referente a la tradición mambisa de la localidad. Los testimonios concuerdan en que Carlos Manuel de Céspedes tenía palco reservado en la instalación. Las circunstancias han configurado la singularidad de nuestras localidades. Mantener viva esa memoria afianza la identidad y el arraigo que, con ese sello específico, se proyecta hacia la nación toda.
Fue capaz de enfrentar un ejército y de suavizar jornadas difíciles de guerrilla y monte, con su sonrisa franca y un manojo de viejas canciones cubanas.
Hace algún tiempo, un grupo de compañeros decidimos comenzar una serie de conciertos bajo los auspicios de un importante centro cultural habanero siguiendo algunos principios nacidos del pensamiento de nuestro Apóstol en relación con la cultura cubana y dentro de lo que él llamara Nuestra América.
En la semana de receso de abril mi tía se acordó mucho de algunas de las estrofas del poema Tengo, de Nicolás Guillén, y no es para menos. Fue con mis primas a una playa, muy cerca del conocido parque de diversiones Isla del Coco, en el municipio capitalino de Playa y, para su sorpresa, a la entrada del camino que conduce a ese pedazo de mar abierto, una señora cobraba un peso por acceder al lugar.
Todos habían tenido al ciervo entre sus manos; pero al cabo, este se les desvanecía en el aire, para reaparecer un instante después, a lo lejos, triunfador, burlón, como desafiándolos. Entonces, los habitantes de la isla de Nauja, excelentes guerreros, pidieron ayuda a la gran nación vecina, y a la postre el animal fue capturado, ya por puro cansancio. Mientras los isleños se disputaban qué hacer con la presa, los aliados extranjeros terminaron por adueñarse de todo el territorio e imponer sus reglas…
En un ejercicio de participación y consulta soberana —sin intromisiones y dictados de afuera—, los cubanos vuelven a emitir los criterios sobre los destinos de su patria. A lo largo de su devenir, muchos momentos ha tenido Cuba en los cuales sus hijos han fijado el derrotero de la nación, siempre con el precepto ético de poner la mirada en el bien de la mayoría y, sobre todo, en los más humildes de su pueblo.
Veloces pasan los días y van sumando años. Ha transcurrido un cuarto de siglo desde el derrumbe de la Unión Soviética y su consiguiente repercusión en lo psicológico y en lo económico. Bajo esas señales de desconcierto y precariedad crecieron los menores de 30.
Tantos años de crisis incubaron entre los cubanos una sicología de la urgencia. Entre tantas necesidades por satisfacer, el tiempo parece no alcanzar para levantar la vista. La vida está como decidiéndose en una carrera corta, de velocidad, en la que el horizonte es el ahora.