Todavía está fresca en la memoria del mundo un lamentable suceso: el 3 de octubre del 2015 un centro hospitalario enclavado en el poblado de Kunduz, norte de Afganistán, fue atacado por la fuerza aérea estadounidense. Allí perdieron la vida 42 civiles, entre ellos, 24 pacientes, 3 niños, y 14 miembros de la Organización Médicos sin frontera (MSF).
Conservo un rasgo infantil, la manía del porqué. Las criaturas descubren el mundo en la medida en que se apropian de los sentidos. Después de tanta protección en el vientre materno, el universo se les presenta confuso y ajeno.
La historia es una línea viva que conecta todo tiempo y suceso. Sería imperdonable olvidar que ahora mismo la estamos haciendo y que es tan humana, apasionante y entendible como la que nos ha precedido y estamos en el deber urgente de conocer y enseñar.
La literatura cubana aún le debe una novela a Sindo Garay. Es cierto que hace 48 julios nos falta el más grande trovador de esta Isla, pero ese no es el impedimento a considerar: a fin de cuentas, el gran trashumante andará por ahí repartiendo perlas marinas en añejos bares y en cualquier momento se presenta a dar testimonio, rasgando una guitarra y fumando un cigarro, combustiones que solo aplaca con un generoso vaso de ron.
Ser buena persona lleva tiempo. Y no porque haya que estudiarse normas de convivencia, miradas agradables o frases bienvenidas y complacientes. Ser buena persona lleva tiempo porque casi todas las acciones que demuestran la autenticidad de tal cualidad comprometen una buena porción de horas de nuestra rutina cotidiana.
Un buen amigo se asombró cuando le dije que había nacido y aún vivía en un barrio de campo en el que los niños salían a corretear por las noches para cazar cocuyos.
Más de una vez en mi vida he escuchado el reproche de personas muy cuerdas, demasiado cuerdas: «Está bien, el mundo está muy mal y a tanta gente le va mal, es cierto. Pero, ¿qué proponen ustedes que sea razonable para lograr cambiarlo?».
El siglo XXI se presenta ante nosotros signado por una vertiginosa y acelerada revolución de la ciencia y la tecnología, mientras que el planeta entero es timoneado como un inmenso Titanic espacial navegando hacia lo desconocido: guerras de exterminio, cambio climático, hambre, sed y enfermedades amenazan la existencia de nuestra especie. En esta hora crucial —como ha vaticinado Fidel—, «luchar por la paz es el deber más sagrado de todos los seres humanos».
Es muy raro ver a un adolescente o joven en la realidad en que vivimos, leer un libro impreso o hasta digital, por el simple deseo de hacerlo, recrearse, aprender; y más difícil aún, que tenga hábito de lectura. Y no es que no existan lectores jóvenes o que se haya olvidado la lectura, simplemente esta no es preeminente en el mundo actual, pese a ingentes esfuerzos por promoverla con iniciativas muy válidas de instituciones y promotores culturales a lo largo y ancho del país. La lectura no está en la preferencia de los jóvenes, al menos en buena parte de ellos; esto se debe, en importante medida, a la gobernanza audiovisual que hoy existe.
Paso por los campos despoblados de Peralejo y me parece estar viendo la batalla: ora un reguero de personas peleando cuerpo a cuerpo, ora tres dedos volando por los aires, ora un soldado español con el vientre incrustado en un alambre de púas, ora alguien gritando con el hígado casi entre las manos...