Imposibilitada de lograr sus fines de otro modo, la oposición mal agrupada en la llamada Mesa de la Unidad Democrática (MUD) apuesta este 1ro. de septiembre a una violencia que constituye el desafío más inmediato para los bolivarianos.
Tenía ganas de irse y de quedarse. Desde el patio los gallos miraron cómo recogía todo, hasta las sábanas de la cama, esa que aparece cargada de obsequios en el centro de las fotos de su primer cumpleaños.
Adela y Cristina ya no son las mismas vecinas de antaño. Desde hace un tiempo, apenas se dirigen la palabra y cuando lo hacen, terminan «lanzándose» vocablos poco atractivos.
Corría el año 1939. Ante la neutralidad cómplice de Francia y Gran Bretaña, se derrumbaba la república española. Era el preludio de la gran guerra, la del holocausto, Auschwitz, Stalingrado y el ominoso acto final: Hiroshima y Nagasaki. Junto a su compañera de entonces, la francesa Eva Fréjaville, Alejo Carpentier emprendía el regreso a su Isla. Al cruzar la frontera de Holanda, portadores de un pasaporte sospechoso, fueron conminados a abandonar el tren y dirigirse a un puesto de control. El oficial observaba con cuidado los documentos. Al cabo, empezó a descorrerse el misterio. El visado era cubano, aunque la pareja se dirigía a La Habana. Un maletero preclaro afirmó creer que La Habana era una ciudad de Cuba.
Si hubiera contado con antelación esta historia a mi querido colega Michel Contreras, él, con su fino y vertiginoso sentido del humor, hubiera dicho en clara alusión a cómo muchas veces termino escribiendo aquello que se salió de lo monótono y me tocó: «Habrá crónica…».
Cuentan que un guardavecinos de madera tejida coronaba el muro que separaba las casas de Marcelino y Emilio; quienes, sin conocerse, habían emigrado por la misma fecha dejando atrás Candamo y La Reguera, en la lejana Asturias, cuando las leyendas de viajeros sobre las bellezas y bondades de la isla de Cuba no dejaban de escucharse en las tabernas pueblerinas.
Todo hacía indicar que la fiesta de las Olimpiadas en el presente año culminaría en Río de Janeiro, Brasil. Pero no es así: El 8 de octubre de 2016 —un mes después de los Juegos Paralímpicos de Río— tendrá lugar en Zúrich, Suiza, los que ya muchos denominan los Primeros Juegos Olímpicos cíborg, evento que colmará un vacío para quienes, con serias limitaciones físicas, no tenían un lugar o momento para mostrar sus bríos competitivos en unos juegos olímpicos o paralímpicos.
«Cuando partía a algún recorrido, yo lo hacía con la idea de que partía a un safari. Yo salía a vivir una aventura donde tenía que cazar personajes o historias. Siempre, detrás de un personaje hay un buen relato, o al revés, y como mejor se encuentran esas cosas es con la gente del pueblo; se trata de sentarse en un bar, en un parque, en una esquina y conversar. Ese era mi método».
Spot 1. La calle está oscura y el muchacho viene casi cayéndose de tanto consumir sustancias nocivas. Su pulóver es negro y lleva el cabello largo. La música de fondo no deja espacio para las imaginaciones alternativas: se trata de un roquero. Spot 2. La escena es diferente, pero se repiten varios elementos ambientales. Otra vez el rock, lo negro y lo friqui se muestran como sinónimos del mal. Pareciera que drogas y rock and roll son lo mismo. Los estereotipos se empoderan en los medios de comunicación y el público asiente, conquistado por la «verdad pública».
Como los egipcios, tenemos nuestras pirámides. Un poderoso sistema de fortificaciones defiende nuestras costas. A la manera de quijadas, el Morro y la Punta intentan cerrar la boca del estrechísimo canal que ingresa en la bahía de La Habana. Hoy todavía, las embarcaciones se detienen a la entrada en espera del pequeño práctico que los conducirá al interior de la bolsa. Eminente ingeniero, Juan Bautista Antonelli dirigió las obras de la fortaleza que nos identifica. Pero me maravilla pensar en las manos que pulieron piedras sobre los duros arrecifes. Alguna vez, en mi infancia, subí a la cúspide. Desde la altura, me espantaron las aletas de los tiburones que merodeaban por el lugar. Supe más tarde que bajo la dictadura de Machado los perseguidos políticos se convirtieron en presas de los terribles escualos hambrientos.