Desde hace poco tiempo, un hombre reina en un jardín que, aunque ubicado en las afueras de la comunidad cabaiguanense de Guayos, el aroma y color de sus flores encantan a los pobladores de esa localidad.
Entre las empresas que han hecho uno de sus mejores agostos cada cuatro años están las relacionadas con el mundo de la alta costura, pues encuentran en la ceremonia de inauguración de cada cita, gracias a los fastuosos espectáculos que generan impresionantes niveles de teleaudiencia, una inmejorable oportunidad de multiplicar el alcance de su imagen.
El Estado cubano vive su «efecto hibris». Como en la mitología griega, intenta encontrar sus límites verdaderos. Según aquellas creencias, todo lo que descuella en demasía recibe los rayos y dardos de la divinidad.
El muchacho se colocó la capa y saltó al vacío desde un piso alto. Algunas fracturas le enseñaron para siempre la distancia que separa la ilusión de la realidad. Superman dominó por mucho tiempo las tiras cómicas. Tarzán también había surgido por aquel entonces. Pocos aspiraban a andar entre monos de la selva, aunque la contextura humana del personaje incitaba a fortalecer los bíceps.
En la sala de mi casa siempre hubo un espejo. El bisel remataba los festones de aquella obra de arte. Como bienvenida, reflejaba la imagen de cada visitante, se la devolvía. Todo espejo tiene su propio encantamiento. Algunos afirman que la mirada es el espejo del alma. Alicia, la niña, la de la novela de Lewis Carroll, también pasó a través del espejo y se encontró convertida en un peón de ajedrez. Hay ocasiones en que la vida se empeña en jugar una partida. En el espejo de agua de la vanidad, se hundió Narciso, personaje de la mitología grecolatina. La cinematografía universal ha explorado el supuesto de que los espejos son portales hacia otro mundo. Apropiándonos de ese elemento de fantasía, tal vez le encontremos su cuota de razón: hay personas que son como espejos, uno debería mirarse en ellas. Personas que te trasladan, te sacuden, te llevan a otra dimensión.
A cada rato los mercados agropecuarios sorprenden con uno de esos precios que dejan boquiabierto hasta al más espabilado y experto en las criollísimas interpretaciones de resoluciones oficiales, que aún con el olor a tinta y después de amplia divulgación, se quebrantan sin el menor recato.
Aquella muchacha que vi un día cualquiera relataba a una acompañante con la que transitaba por la acera la fascinación experimentada al visitar una ciudad extranjera, de la que acababa de regresar. Lo hacía visiblemente entusiasmada mientras sorbía el contenido de una lata de cerveza, que en cuanto terminó de consumirla lanzó estrepitosamente al piso, pese a la cercanía de un latón de basura. Un hombre maduro que cruzaba le recriminó con gentileza, y la respuesta no se hizo esperar, a tono con el lenguaje de los tiempos: «Tío, eso no le hace daño a nadie».
El estío se cuela sin ceremonias en los predios hogareños para aplacar con su carisma el estrés de la cotidianidad. Por obra y gracia de su irresistible capacidad de seducción, la familia cubana hace mutis de sus urgencias y cae rendida en los brazos de este período pícaro, bullanguero, caluroso y bailador.
Hace algunos años pude escuchar sobre una tendencia inquietante: ir dejando de nombrar a los enfermos como pacientes para ir llamándolos clientes o usuarios. Entonces muchos no conferimos mayor significación al tema, por el hecho de que la naciente costumbre nos parecía ilógica e incapaz de prosperar dentro de la comunidad médica, entre otras cosas, por sus connotaciones éticas.
Hace unos años la prosperidad era una palabra que se empleaba solo en pequeña escala, a nivel de amigos o de familia, o entre quienes entonces comenzaban a abrir sus negocios por cuenta propia. Aunque implícito en las aspiraciones del sistema social cubano, plasmadas en la Constitución de la República, el término no engrosaba el discurso colectivo para la construcción socialista en nuestra Isla.