Ya nada podrá soslayarse en materia de democracia y participación popular, después de la varilla tan alta que nos dejaron, primero la consulta popular de la Constitución, y después la validación mayoritaria de esta en el referendo.
Procedentes de distintos lugares, emprendíamos el regreso a La Habana desde el aeropuerto de Berlín. Al llegar, nos sorprendió una mala noticia. Por una de esas frecuentes irregularidades en el cumplimiento de los horarios establecidos, tendríamos que pasar una larga noche en una triste sala de espera, sin acomodo previsto para echar un sueñito, privados de alimentos y de agua para saciar la sed. El conglomerado humano era diverso. Creo recordar a la bailarina Josefina Méndez. La irritación acrecentaba el cansancio y el peso de la ropa ajada. Pero, ahí estaba también el maestro Leo Brouwer. Alguien le pidió que tocara algo. Accedió gustoso. Se produjo el milagro. La noche se convirtió en día.
Dicen los abuelos —en ocasiones lo recalcan bastante—, que la costumbre es más fuerte que el amor. ¿Qué dirían de esto Romeo y Julieta? A lo mejor, hasta se sentirían molestos; aunque en verdad nadie sabe adónde habrían llegado esos dos jóvenes, si en vez de suicidarse hubieran terminado convertidos en dos bellos ancianitos; que, al verlos pasear por el parque, tomaditos de la mano, nos invitaran a una interrogante llena de ternura: «Abuelitos, una pregunta, por favor, ¿cuántos calderos ustedes se han tirado por la cabeza?».
Con apenas cuatro años, cuando una criatura atrapa el espacio a puro juego y travesuras, a Dayana Cardona González le diagnosticaron atrofia de la médula espinal progresiva tipo III, padecimiento conocido como Síndrome de Werdning Hoffman.
Este 24 de febrero, dos hechos históricos de las gestas independentistas, aunque alejados en el tiempo, fueron uno. Más de siete millones de cubanos, en calidad de constituyentes, asistimos a una nueva asamblea de Guáimaro. El pueblo inundó las urnas con 6 816 169 boletas marcando el Sí, para de este modo, ratificar una Constitución también mambisa pero a la vez ideada con los principios de los que sucedieron a los primeros patriotas.
Cuba no es una vitrina perfecta ajena a necesidades o turbulencias de estos tiempos. Está lejos de vivir en el total esplendor económico y, sin embargo, puede volcarse, en admirable ejercicio de razón, a las urnas del futuro, a derrotar infames agoreros.
Cuba, acostumbrada a escribir su historia como una ínsula entre un mar de críticas y agravios, hoy se empina sobre sí misma para dotarse de futuro, a lo martiano: con todos y para el bien de todos.
Con el levantamiento armado del 24 de febrero de 1895 comenzaba la Guerra Necesaria diseñada por José Martí. Su estrategia tuvo en cuenta el análisis de la experiencia histórica, el conocimiento de los problemas que lastraron el desarrollo de nuestras repúblicas latinoamericanas —sobre lo cual asimiló enseñanzas provechosas de Guatemala, Venezuela y México— y la percepción profunda de la naturaleza del imperio emergente.
LLegamos a media tarde, y aunque de antemano se conocía a qué íbamos, no pensé que la realidad superara tanto nuestras expectativas. Reconozco que el hecho en sí avizoraba sensibilidad, pero nada como vivir la emoción de hacer el bien y felices a quienes lo habían perdido todo, o casi todo, más si se trata de niños, esos que con su inocencia y sinceridad te muestran que las pequeñas cosas siempre acaban siendo las más grandes.
SI el 19 de abril de 2018 marcó una señal extraordinaria en nuestra historia, con la entrega de la antorcha de la continuidad a una nueva generación, el próximo 24 de febrero no será menos trascendente, pues resultará el inicio de una prueba de fuego para Cuba.