Cuba no es una vitrina perfecta ajena a necesidades o turbulencias de estos tiempos. Está lejos de vivir en el total esplendor económico y, sin embargo, puede volcarse, en admirable ejercicio de razón, a las urnas del futuro, a derrotar infames agoreros.
La reflexión nace en estas páginas porque aunque a muchos les parezca «normal» o «esperada» la victoria —por abrumadora mayoría— del Sí en el referendo constitucional, habrá que remarcar una y otra vez el significado de este resultado que sobrepasa lo simbólico en un contexto de conocidas limitaciones materiales.
Es cierto que los mensajes por el voto positivo fueron constantes durante semanas; pero ningún aluvión comunicacional puede garantizar per se un Sí rotundo si la llama de la conciencia colectiva deja de estar viva.
Por otro lado, cualquier análisis serio no podría obviar que Fidel, inmenso en su liderazgo y su convocatoria, ya no está físicamente; que Raúl, el segundo de los «históricos» y otro referente y líder indiscutido, no es desde abril de 2018 el Presidente; que no faltó una avalancha de mentiras desde el exterior para que el margen entre las boletas del Sí y las del No —añadiendo a este las anuladas y en blanco— fuera «cerrado».
Pero la gente de la nación, convertida en océano, habló de manera aleccionadora el domingo: 6 816 169 electores votaron Sí (86,85 por ciento) y solo 706 400 optaron por el No (9,0 por ciento), según datos preliminares de la Comisión Electoral Nacional.
Casi enseguida comenzaron —y no precisamente desde «oscuros rincones», sino desde supuestos paradigmas de la «democracia»— las «patadas de ahogado», los lamentos histriónicos, los cínicos llamados a «desconocer los resultados» y el manejo de la tonta filosofía de la copa medio vacía o medio llena.
Claro que para nosotros, los que decidimos un destino sin temblar por tales aspavientos, los números no son fines, sino medios que sirven para interpretar o valorar realidades. Sería, a la sazón, demasiado nocivo regodearse por tiempo indefinido en ellos.
Para tales interpretaciones deberíamos poner en primer orden el pensamiento de Fidel, maestro de las ideas, quien habló muchas veces de los afanes inclusivos de nuestro proyecto social, más allá de los factores revolucionarios.
En 1961, por ejemplo, al resumir los tres encuentros históricos con los intelectuales cubanos, sentenció una frase que conserva vigorosa vigencia después de la ratificación de la Carta Magna: «la Revolución debe tratar de ganar para sus ideas a la mayor parte del pueblo».
Es más, en ese propio contexto, agregaba que «nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo, a contar no solo con los revolucionarios, sino con todos los ciudadanos honestos, que aunque no sean revolucionarios —es decir, que no tengan una actitud revolucionaria ante la vida—, estén con ella». Solo debería renunciar, afirmaba, «a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios».
Esos conceptos cobrarán más fuerza a partir de este momento, en el que, pensando en todos y «por el bien de todos», comenzarán «necesariamente cambios en leyes secundarias» y otros estatutos, como señalaba un comentario aparecido en estas páginas hace unos días.
El Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel, lo señalaba al ejercer su derecho al voto: la Asamblea Nacional del Poder Popular tiene que prepararse para realizar un amplio ejercicio legislativo, para implementar lo más rápido posible todas las leyes que refuerzan la Constitución. Además, las estructuras del Estado trabajan ya en las resoluciones y decretos que les concierne cambiar.
Entonces, aunque ya hablamos claramente como pueblo este 24 de febrero, todavía nos falta. Dimos el primer paso, vendrán otros, pero acaso los decisivos tendrán que concretarse en la actitud de los propios votantes y en las instituciones —que no funcionan solas sino con ciudadanos de carne y hueso—-, para que el país siga cambiando y se encamine a una cima en la que brillen con más fulgor la democracia y el respeto, el poder popular y la prosperidad colectiva, el cumplimiento de la Ley y la verdadera cultura.