Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los olvidos de la «señora»

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Dicen los abuelos —en ocasiones lo recalcan bastante—, que la costumbre es más fuerte que  el amor. ¿Qué dirían de esto Romeo y Julieta? A lo mejor, hasta se sentirían molestos; aunque en verdad nadie sabe adónde habrían llegado esos dos jóvenes, si en vez de suicidarse hubieran terminado convertidos en dos bellos ancianitos; que, al verlos pasear por el parque, tomaditos de la mano, nos invitaran a una interrogante llena de ternura: «Abuelitos, una pregunta, por favor, ¿cuántos calderos ustedes se han tirado por la cabeza?».

Apartándonos de los amantes de Verona (no así de Olivia Hussey en el papel de Julieta, bajo la dirección de Franco Zeffirelli), vale la pena meditar sobre esta advertencia porque es una alerta en varios sentidos. Uno de ellos, quizá el de mayor cuidado, se encuentra en aceptar lo anormal y las disfuncionalidades sociales de todo tipo (nuevas y viejas) como algo habitual y establecido.

El asunto se mueve en una variedad de ejemplos con sus colores más diversos. Pero hay un punto que, por ser del día a día, termina por aceptarse al menos en una molesta resignación. Nos referimos al entorno de nuestros barrios y ciudades, un espacio vital donde surge y se sustenta en buena medida el sentido de pertenencia de la ciudadanía.

Y son, precisamente, esos espacios donde el paisaje dibujado a la vista no es el más placentero. Desde calles inundadas de baches porque, dicen, no hay equipos ni asfalto en barrios, cuyas áreas verdes ya no son áreas, sino maniguas decoradas con vertederos tan eternizados en su recogida, que en silencio parecen reclamar la condición de monumentos locales con tarjas incluidas.

Algunos, en esta parte, comenzarán a recordar las limitaciones materiales y las complejidades que implica atender a grandes ciudades, como La Habana y Santiago de Cuba. Esa tesis no deja de tener su razón,  y sobre ella valdría decir que una de las herencias dejadas por el período especial ha sido concentrar la gestión de las provincias y municipios en el funcionamiento de la economía para garantizar la supervivencia del país.

No es que las limitaciones financieras sean algo para obviar. Pero el ejemplo de que lo económico en ocasiones termina convertido en una justificación aparece al ver establecimientos con cierta solvencia financiera, como las tiendas recaudadoras de divisas, las cuales llegan a lucir feas y con interiores descoloridos y hasta con algunos arbustos creciendo felizmente en sus techos en lo que sería la variante cubana, bastante triste, de los Jardines Colgantes de Babilonia.

Algo así se puede ver en la tienda que hace esquina con la calle Independencia, y el remodelado hotel Rueda, en Ciego de Ávila. Allí se puede observar la pintura que le dieron a la par con la instalación turística, su arquitectura ecléctica, sus columnas, sus fachadas, sus pórticos y también el «Arbolito de Navidad» que crece en el techo de su entrada principal. Y ojo: ese arbusto tiene al menos un primo hermano en la zona.

Desde esa lógica resulta comprensible que el entorno pase a un segundo nivel de prioridad, con el peligro implícito de apreciar su deterioro como algo normal. Sería válido, no obstante, meditar por qué en otros territorios esa «señora» tan persistente, que es la inercia, y cuya función es activar los olvidos, se ve acorralada, y ciertas situaciones se controlan e incluso hasta se eliminan, como es el caso de la suciedad.

O cabría reflexionar cómo en plena etapa del período especial —el duro de verdad, con las cuotas de combustible en cero y los apagones a diestra y siniestra—, en varias ciudades de Cuba sus autoridades no se amilanaron y buscaron alternativas para que sus calles no se convirtieran en vertederos eternizados. Pero en estos casos, evidentemente, la sentencia de los abuelos se trastocó y ciertas costumbres no pudieron más que el amor.

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