Ahora que las nuevas generaciones están apoyando a las autoridades electorales como colaboradores —y que contribuirán a la transparencia del proceso como indiscutible sostén en tiempos de votaciones—, brota en mi mente un instante que me marcó como periodista, hace más de cuatro décadas, exactamente el 15 de febrero de 1976.
Con esta anécdota profesional estoy recordando a un hombre singular que por aquellos días iba a cumplir 96 años: Oscar González Someillán, tal vez en aquel momento el único cubano vivo residente en nuestra Isla que tuvo la suerte de conocer personalmente a Martí en Estados Unidos.
El privilegio periodístico —entre tantos que me ha deparado esta interesante y versátil profesión— lo tuvimos en una circunstancia histórica especial, que fue la cobertura de la votación masiva y democrática de nuestro pueblo para aprobar, con su voto secreto y directo, dos textos oficiales de crucial importancia política: la Constitución Socialista y la Ley de Tránsito Constitucional.
Dice el refrán que «nunca es tarde si la dicha llega», y experimentamos la alegría y la admiración de ver votar a Oscar González Someillán en el Colegio Electoral número cinco del seccional Armada, en el reparto Antonio Maceo, antiguo Casino Deportivo, en La Habana.
Aquel venerable anciano, nacido en 1880, a la edad de 11 años cuidó a Martí cuando el Maestro estuvo enfermo de disentería, aguda crisis estomacal, en la casa de la cubana Paulina Pedroso, en Cayo Hueso, Estados Unidos.
En aquella oportunidad, el Apóstol le regaló al pequeño Oscarito un ejemplar de la primera edición de sus Versos Sencillos, libro que llevó con cariñoso orgullo en sus manos al instante de votar aquel memorable día de 1976.
Oscar llegó al colegio electoral acompañado de su hija Esther y de su biznieto, el pionero de ocho años Héctor Rubéola, entonces alumno de 3er. grado de la escuela primaria Noel Hernández.
Al llegar, frente al busto del Apóstol, aquel hombre que casi tenía un siglo de nacido, miró en devoto silencio la piedra gris de la escultura y después, a la vista del resto de los electores que observaban atentos, besó a la pionera que flanqueaba la urna, dio la mano al pionerito y exclamó: «Yo tenía más o menos esa edad cuando conocí a Martí en Estados Unidos».
Sobre la Constitución que se aprobó en 1976, Oscar recalcó: «Se ha sabido convertir en hechos, paso a paso, el deseo martiano».
Y en torno a la presencia de su biznieto y del resto de los pioneros que ese día intervenían en las elecciones del suceso denominado Referendo, sostuvo, sonriente: «Se pueden sentir felices estos niños, como se hubiera sentido Martí y como me siento yo ahora, porque andarán un camino libre, justo, y seguro, sin miedo».
Y antes de retirarse aquel hombre, que atesoraba una vivencia especial con el más especial de los cubanos, nos enseñó la dedicatoria que el poeta de los Versos Sencillos le escribiera de su puño y letra: «A mi enfermero y amigo nuevo Oscar González, de hermano nuevo, José Martí, el Cayo, 1891».