Prohibido olvidar, nos alerta la periodista Milenys Torres Labrada desde el título de su libro de crónicas recién publicado por la Editora Política: una suerte de diario muy personal de ese rescate de los olvidados y maltrechos hasta el último escondrijo del Ecuador: la Misión Manuela Espejo del Gobierno de Rafael Correa (2009-2010).
Prohibido olvidar. Y no es mandato, sino dulce alerta de la reportera de los Servicios Informativos de la Televisión Cubana, quien ahora sedimenta para el lector las conmovedoras historias que entonces reflejó con las insólitas imágenes de su compañero de viaje, el inquieto cámara José Tuñón, del Canal Habana.
Milenys me confesó que ya no fue la misma después de haber acompañado a los misioneros ecuatorianos y cubanos de la sanación humana, por los sitios más recónditos de la cordillera andina, los ríos revueltos, la costa encrespada o la amazonía lujuriosa.
Desde entonces, creció como reportera; porque el periodista, y hasta el cubano promedio, necesita alguna vez hacer un alto en la reiteración de los asuntos domésticos y tropiezos endógenos, para asomarse al mundo, que no anda tampoco en technicolor ni glamour, como quieren hacernos creer.
Para ser buen periodista, primero hay que ser una buena persona, sentenció el polaco Ryzcard Kaupcinsky, el gran reportero de las guerras, las hambrunas y las calamidades al sur de los ricos y poderosos. Y Milenys, a partir de esa misión en Ecuador, ha mostrado con más garra y belleza su sensibilidad y humanismo. No olvidaré nunca aquella garciamarquiana historia suya del hombre que sobrevivía subiendo a los glaciares de la montaña para descender con sus mulos cargados del hielo que vendía en el poblado.
Claro que la autora del libro no podrá olvidar la fuerza telúrica de lo vivido, el magma volcánico de los maltratados por siglos, que hoy erupciona con la Revolución Ciudadana de Ecuador, y convierte esa lava en amor y esperanza. Ahí están, a manera de viñetas, esas breves iluminaciones sobre la vindicación de los seculares marginados de la historia, esos que hoy perturban y exasperan a los grandes mercaderes de la vida. Crónicas desiguales en belleza y factura, pero auténticas, desde la conmoción de quien narra y se abraza a sus personajes.
Entre tanto hedonismo y cotilleo de lo banal en este mundo, hay que voltear el rostro de vez en cuando, como Milenys, a los rincones de la tristeza. Y aunque en Ecuador se esté vindicando a los marginados de siempre, no cansarse de acumular memoria justiciera para quienes no han podido romper las cadenas del sufrimiento.
No olvidar a los niños palestinos despedazados por los misiles israelíes cuando jugaban en una playa. A los pequeños ultimados por el Ejército Islámico. A las inocentes secuestradas por Boko Haram en Nigeria y luego lanzadas a la muerte con una carga suicida de explosivos. A las anónimas criaturas que mueren violentamente o a cuentagotas, de hambre y soledad. A los precoces mártires de tanto gozo mal repartido. Tienes razón, Milenys: Prohibido olvidar.