Acuse de recibo
El ingeniero Guillermo Morales vive orgulloso de su ciudad de Camagüey, del inteligente remozamiento y el seductor embellecimiento que se registraron allí, sobre todo en su centro urbano, a raíz de que la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe cumpliera recientemente 500 años de fundada.
Y sin dejar de percibir la luz del sol, él revela una mancha que se está convirtiendo en pesadilla para los vecinos de la calle Independencia, entre General Gómez y Hermanos Agüero —él reside en Independencia No. 263—, con un centro recreativo de la Empresa de Gastronomía y Comercio, llamado Vo Sabei, como una simplificación del castellano antiguo que prevaleció en el Camagüey moderno.
Precisa el denunciante que el sitio, recién inaugurado, funge como discoteca. Y no previeron situarle techo. «Los niveles de ruido andan de orgía por toda la comunidad», señala Guillermo, y precisa:
«No entienden que los niños tienen que dormir, los ancianos descansar, los que trabajamos tener un poco de sosiego cuando llegamos a nuestras casas. Resulta imposible leer un libro, ver la televisión, que nuestros hijos estudien».
Realmente pareciera que hemos retrocedido en el tiempo, refiere el lector, y que ya no vivimos en el corazón del casco histórico de la ciudad, sino en plena selva, donde prevalece la ley del más fuerte. «Y, por supuesto, cuando la locura empieza, nos trancamos en nuestras casas para no quedar sordos o locos», añade.
Guillermo califica de «bochornoso» el hecho de que sea precisamente una entidad estatal la que, sin importarle nada, invade esos hogares y la tranquilidad de la comunidad. Y destaca la preocupación al respecto de la Delegada de la circunscripción, pero ante sus reclamos solo encuentra oídos sordos.
En los últimos días, refiere, la estrategia es pasar un rato con la música baja, y cuando menos uno se lo espera, vuelve la locura. «Es como un juego del gato y el ratón, afirma, realmente no hay conciencia del daño que hacen. Y cada día ganan más fuerza, porque lo siguen haciendo y no pasa nada», concluye Guillermo.
Yoenis Pantoja Zaldívar y Eliani Varen Caballero, profesores de la Universidad de Ciencias Informáticas de la capital, son los padres de Samuelito, un niño que padecía una comunicación intrauricular y a quien se le realizó una compleja operación a corazón abierto en el cardiocentro pediátrico del hospital William Soler.
«Vivimos tres largos años con la angustia de ver a nuestro hijo limitado, manifiesta, pero siempre con la confianza en la cardiología cubana y sus actores principales. Desde el primer día en la consulta externa, la confianza aumentó. Desde el custodio que nos abrió las puertas hasta el mismo doctor que le practicó el primer ecocardiograma.
«Debemos enorgullecernos y contarlo, porque viviendo en un país con tantas dificultades en el orden económico y social, hay personas e instituciones que hacen valer por millones su trabajo, haciéndolo con toda la profesionalidad que merece una obra tan humanista, como lo es salvarles la vida a los niños.
«¡Qué gran cirujano es el doctor Fernando Frías Grishko! Desde el día en que examinó al niño hasta que nos fuimos de alta médica, fueron gratas sus atenciones, tratamientos y consejos. Asimismo, con el afán de darnos tranquilidad y la corrección del problema de Samuelito, trabajaron con ahínco las doctoras Dunia y Lismara. Nos alentaron con optimismo los doctores Carballé y Adel, y nos estrechó su mano el doctor Ramiro.
«Muy atentos los enfermeros y enfermeras de la Sala Primera. Cuánto cariño sobraba en los anestesiólogos, las técnicas de laboratorio, las pantristas y conserjes. Le aseguro que no existe un equipo de trabajo similar a este en ninguno de los más prestigiosos centros cardiovasculares del mundo.
«Es como un cuento de hadas ver a los doctores y enfermeras de la Sala de Terapia Intensiva cuidando al pequeño como si fuera suyo, con el ánimo de darlo todo por salvar una vida sin importar el esfuerzo que conlleve: con la tristeza de cada mal síntoma, con la alegría de cada recuperación.
«Son esos los galenos que necesita el pueblo, esos que con amor dan salud y alegría a sus pacientes; esos que pese a las mil carencias que existen, no escatiman por dar lo mejor de sí en su trabajo y entregar la felicidad a padres como nosotros. Mil gracias en nombre de las familias que reciben con regocijo estos duendes sanados con sus manos», concluyen Yoenis y Eliani.