Acuse de recibo
Eran las 10:55 a.m. del pasado 8 de febrero, cuando el sicólogo clínico Yaser Armas Aguilar, quien trabaja en el Centro Médico de Jagüey Grande, decidió disfrutar de una ensalada de chocolate en el Coppelia de la ciudad de Matanzas, y solicitó el último en la cola.
De pronto una persona salió del interior de la heladería y dijo: «Estamos rotando en la cola y somos ocho». Al rato, salieron otras dos personas y repitieron: «Estamos rotando en la cola y somos ocho».
Perplejo, Yaser preguntó a una señora que se notaba bastante molesta qué era aquello. Y ella le comentó: «Esos que salen y rotan la cola lo hacen una y otra vez con el fin de comprar helado para revenderlo».
Las personas en la cola se expresaban bastante alteradas. Y Yaser comenzó a fijarse que adentro había varias mesas vacías, mientras afuera la cola crecía.
A las 12:05 p.m. al fin Yaser logró entrar y tomar asiento. Fue cuando pudo palpar todo lo que sucedía…
Resulta que en el Coppelia solo se venden un máximo de dos ensaladas por persona, para dar cobertura a una mayor cantidad de personas. Ok, es justo, pensó.
Al instante observó a su lado dos mesas de cuatro asientos cada una, y solo había en ellas una persona. Curiosamente era una de aquellas que salió y «rotó» en la cola diciendo que eran ocho. De pronto el dependiente comenzó a servirle al «rotatorio» un total de 16 ensaladas: dos para él y las otras 14 para sus siete acompañantes invisibles, las cuales vaciaba en una cubeta…
«Esto es así siempre», dijo resignada la compañera de mesa de Yaser. En otra mesa, una muchacha pidió cuatro ensaladas, y el camarero le dijo que solo podía venderle dos.
«Ahí fue cuando se armó la gorda», refiere. ¿Cómo se explica que a una sola persona le vendan 16 ensaladas y a otra le nieguen cuatro? Seguí observando la escena: el muchacho que rotó en la cola para otros siete pagó al camarero tres billetes de 20 pesos cada uno. El precio de las 16 ensaladas es 49.60. Sin embargo, no hubo vuelto. El camarero guardó el dinero, le guiñó un ojo y se marchó. El complot era evidente.
«Al fin me sirvieron el helado de chocolate, que ya a esa hora, y con lo que ha-bía vivido, me supo a amargura. Salí del Coppelia a la 1:15 p.m. muy decepcionado.
«Al tomar el ómnibus, pude ver desde la ventanilla la larga fila del Coppelia. Sentí dolor y angustia. En ella se observaban niños y ancianos esperando, mientras adentro había mesas vacías, y ocupadas por la indecencia, el soborno, la corrupción, la avaricia y la falta de respeto a quienes, como yo, solo querían hacer un día diferente y sentarse a disfrutar un helado de mango o chocolate en la hermosa y vieja Matanzas», concluye Yaser.
Para cualquier confirmación, pueden encontrarlo en su vivienda, sita en Calle 11, No. 1604, entre 16 B y 20, en la localidad de Bolondrón, del municipio matancero de Pedro Betancourt.
Ojalá cualquier semejanza con otras experiencias gastronómicas fuera apenas pura coincidencia. Pero me parece haber revelado historias similares en esta columna.
Augusto A. Iribarren Alfonso (General Marrero No. 8A, bajos, entre 14 y 15, Lawton, La Habana) narra que en su barrio cuentan con un médico excepcional, el doctor Néstor Díaz Lobo, clínico del policlínico Lawton que da consultas especializadas en los consultorios de esa comunidad.
Y además, destaca, hace funciones de geriatra y atiende directamente en sus casas a ancianos con discapacidades, como el mal de Alzheimer, problemas de movilidad y otros. «Y lo hace habitualmente sin necesidad de buscarlo», afirma.
Refiere que al doctor Néstor lo ven visitando a sus pacientes ancianos inclusive los sábados. Y ya en el plano personal, le agradece cómo atendió con profesionalidad y amor a su ya difunta madre.
«Debe ser ejemplo del médico que necesita nuestra sociedad; sirva esta nota para que el doctor Néstor Díaz Lobo sea también reconocido en su centro de trabajo, el policlínico Lawton, y hasta más allá, como ejemplo de verdadera virtud social», concluye Augusto.