Valdría acotar que el insigne mexicano nunca quiso hacer públicas las epístolas del Maestro Autor: Juventud Rebelde Publicado: 14/04/2025 | 09:45 pm
Él era 15 años mayor que José Martí, pero esa diferencia de edad no impidió que tejieran una hermosa amistad, capaz de soportar el tiempo, la distancia y muchísimas pruebas a lo largo de dos décadas.
El Apóstol lo llamó «mi hermano queridísimo», «mi amigo mejor», «hermano silencioso», «amigo de mi alma», «mi leal amigo», «mi hermano mejor», entre otras calificaciones afectuosas.
Claro que Manuel Antonio Mercado de la Paz (1838-1909) se las fue ganando desde el primer encuentro, el 10 de febrero de 1875, en la estación de trenes Buevanista, en la Ciudad de México, adonde acudió junto a Mariano Martí a recibir a Pepe.
De seguro el patriota cubano se conmovió al enterarse de que Mercado había ofrecido su panteón familiar para dar sepultura a Mariana Salustiana (Ana), la segunda de las siete hermanas de José Julián, fallecida en enero de ese año. Probablemente también sintió admiración al conocer que aquel abogado ilustre, a la sazón secretario del Gobierno del Distrito Federal, había ayudado a Leonor y Mariano desde que llegaron con sus hijas a tierras extranjeras.
Lo más llamativo es que fue una amistad fundada sin mucho contacto cara a cara, pues Martí solo vivió en México de febrero de 1875 a enero de 1877 (con visitas posteriores muy cortas). Las cartas, entonces, fueron puentes y refugios.
Más de 140 epístolas, desde diversos lugares, le redactó el cubano más universal a Manuel Antonio, y todas revelan cariño, gratitud, respeto y sinceridad. En esas letras le comenta sobre sus enfermedades, aflicciones, problemas… y varias veces se queja de no recibir respuesta.
Mercado llega a ser tan importante para Martí que este le expresaría, en correspondencia fechada el 30 de agosto de 1883: «(...) entre firma y firma de altos negocios deje correr la pluma para mí, que bálsamos mejores no los tiene mi alma».
Y resultó tan grande su confianza en él que tuvo a bien asegurarle en marzo de 1889: «Vivo con el corazón clavado de puñales desde hace muchos años. Hay veces en que me parece que no puedo levantarme de la pena».
«Tras la salida de Martí hacia Guatemala, Mercado fue uno de los organizadores de la boda del cubano con Carmen Zayas-Bazán en la Ciudad de
México y se ocupó de la impresión del libro martiano titulado Guatemala, un notable estudio sobre el país centroamericano y la reforma liberal que allí tenía lugar. Desde entonces, la comunicación entre ambos fue por cartas que prueban la confianza del hombre que maduraba en el amigo mexicano. Compartieron días en familia en 1894, cuando el rápido viaje martiano a México en busca de ayuda para Cuba libre», relató el renombrado historiador Pedro Pablo Rodríguez.
Tal vez por eso, el hombre de La Edad de Oro le contó a menudo sobre sus encuentros y desencuentros con Carmen o su relación con Pepito. También le habló de otros asuntos íntimos, pero siempre guardando mesura sobre temas más delicados.
«Si algún curioso impertinente busca indiscreciones, confidencias —a la manera de los jactanciosos donjuanes—, a propósito de “La niña de Guatemala” o de Carmita Mantilla, no las encontrará en estas cartas», escribió el catedrático mexicano Francisco Monterde cuando, en 1946, la familia de Mercado hizo públicas, mediante la Universidad Nacional Autónoma de México, 129 misivas del Apóstol, guardadas con infinito celo.
No fue nada casual que Martí, cerca del lugar donde cayera en combate, le escribiera a su hermano mexicano, el 18 de mayo de 1895, la famosa carta inconclusa, considerada por historiadores un testamento político, en la que advierte sobre los peligros que se avecinaban para nuestras tierras de América si Cuba no lograba a tiempo su independencia; la misma carta en la que sentencia proféticamente: «Sé desaparecer, pero no desaparecería mi pensamiento».
Por cierto, esa epístola, como explicó Delfín Xiqués Cutiño en un artículo publicado el 18 de mayo de 2020 en el periódico Granma, «quedó en manos del capitán de caballería Enrique Ubieta Mauri, de origen cubano, nacido en la Villa de Trinidad, quien se desempeñaba como ayudante del gobernador de Santiago de Cuba. Al terminar la guerra el capitán Ubieta Mauri se radicó en Cuba, conservó la carta y la publicó por vez primera en la Revista El Fígaro en 1909».
Ese propio año, el 22 de junio, falleció Manuel Mercado, de modo que no pudo ver aquellas letras contundentes redactadas desde Dos Ríos.
Valdría acotar que el insigne mexicano nunca quiso hacer públicas las epístolas del Maestro. «El hecho de que Martí desborde su corazón y su inteligencia en alabanzas y en altos conceptos para mi padre, que era esencialmente modesto, es seguro que determinó en este la resistencia a hacer públicas esas cartas», señaló Alfonso Mercado, hijo de Manuel, para explicar tantos años de secreto.
Ahora los entendemos mejor a los dos y nos enorgullecemos de ambos. Comprendemos a Martí cuando le expone a Mercado: «Pues no me abandone, que cuando me siento caer, pienso en Ud.». O cuando, el 11 de agosto de 1882, después de muchos meses sin cartearse, le expresa desde la profundidad incalculable de su corazón: «Va para años que no ve Ud. letra mía: y, sin embargo, no tiene mi alma compañero más activo, ni confidente más amado».