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AMLO: ¿a la tercera?

México elige presidente hoy con la mirada de las mayorías puestas en una nación mejor

Autor:

Marina Menéndez Quintero

QUIZÁ por aquello de que en 2006 le faltaron décimas para ganar —algo que él denunció como fraude— y en 2012 lo separaron del primer lugar ocho trascendentales puntos, ningún analista se anima a acuñar que Andrés Manuel López Obrador obtendrá hoy la presidencia de México… Pero tampoco ha aparecido alguien que se atreva a negarlo.

Todas las encuestas —no siempre infalibles, claro— lo dan como amplio ganador; algunas con puntajes que lo ubican casi doblando a su más cercano seguidor, Ricardo Anaya, de la alianza encabezada por el Partido Acción Nacional (PAN) al que de modo impensado se ha sumado el antes izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD). Más lejos aún queda el PRI, también en coalición, que postula a José A. Meade, y mucho más rezagado el independiente Jaime Rodríguez, «El Bronco», exgobernador de Nuevo León. Obrador parece convencido de que esta vez obtendrá el triunfo.

«A la tercera va la vencida», repite ahora el fundador y líder de Morena (Movimiento Regeneración Nacional), al frente de la coalición Juntos Haremos Historia, donde lo acompañan el Partido del Trabajo y Encuentro Social. Y si los cierres de campaña sirven como rasero, la votación de este domingo será grandiosa: más de 80 000 personas acudieron a vitorearlo el miércoles al estadio Azteca de la capital, uno de los mayores de Latinoamérica.

Se le ve como la alternativa luego de los 70 años ininterrumpidos de presidencia del emblemático Partido Revolucionario Institucional (PRI) que naciera de la Revolución Mexicana; dos mandatos del derechista PAN (uno de ellos, el de Vicente Fox, caracterizado por el entreguismo al Norte y el alejamiento del Sur), y una vuelta del PRI que sigue dejando a la mayoría de los compatriotas ávidos de un quehacer distinto al concluir ahora su sexenio.

A AMLO, como se le conoce por las siglas de su nombre, se le ve como el cambio, ajeno como está Morena a los partidos tradicionales, y no pocos estiman que el de este domingo será un voto de castigo al statu quo.

Gentes de a pie como Jorge Ortiz Mejía, profesor normalista egresado de la Normal Rural, han confirmado en conversación informal con esta periodista lo que apuntan hace días observadores locales.

No ha funcionado en esta ocasión la campaña del miedo que instrumentaron los medios poderosos en los comicios presidenciales de 2006 y 2012, comparando el porvenir que les traería López Obrador con la satanizada Venezuela bolivariana fundada por Hugo Chávez.

«La gente dejó de tener miedo; tiene odio al sistema y a los saqueadores vendepatria. Este no es asunto ideológico, sino económico: han vendido Pemex, la empresa eléctrica, y la semana pasada el saliente Enrique Peña Nieto privatizó hasta el agua. Todo lo han querido privatizar. Y la gente está cansada».

Se trata, dice, de una élite que se apoderó del PAN, del PRI, y también del PRD. «No son los partidos, sino la clase dirigente. Y ahora las personas corean en los mítines: “Estar con Obrador es un honor”».

Su influjo parece tan fuerte que algunos estiman que alcanzará para impulsar en las urnas a los candidatos de Morena en los estados mexicanos que hoy también eligen gobernador. Pero no hay seguridad de que logren mayoría en el Congreso, algo esencial —y Obrador lo ha recordado— para que pueda cumplir a cabalidad su programa. 

Más cierta parece la presidencia. El empuje demostrado por las masas en los actos de campaña de AMLO también provoca que se estime difícil la posibilidad de «imprecisiones» en el conteo de esas boletas. Sería difícil torcer, fuera de las urnas, la seguridad de victoria de tantos.

Por demás, analistas del patio aseguran que López Obrador y Morena se han provisto finalmente de una estructura partidaria que podrá tener a sus llamados funcionarios de casilla al tanto del ejercicio del sufragio en las mesas, algo que no poseían en 2006 cuando, luego de denunciar que le habían robado el voto, Obrador se declaró «presidente legítimo» en una multitudinaria Convención Nacional Democrática que le arropó en el Zócalo del DF.

Luego cumplió con la promesa de recorrer todas y cada una de las locaciones del país. Ahora lo ha vuelto a hacer. Ello le ha acercado a la gente. La primera vez le respaldaba el PRD y, de su propuesta de conformar un Frente Amplio Progresista nacería después su propio movimiento: Morena.

Tenía a su haber entonces un exitoso desempeño al frente de la Alcaldía de Ciudad de México (una suerte de Gobernación), y su irrupción en la política nacional en aquellas presidenciales fue considerada, incluso por medios internacionales de derecha como el español El País, como «un revolcón a la política mexicana (…) (AMLO) se ha convertido en la esperanza para unos y la pesadilla para otros».

Doce años después se le ve igual. Pero hoy se sabrá bien si suman efectivamente más quienes ansían el cambio, y confían.

Algunos comentaristas han apuntado que lo único que pudiera actuar en su contra sería que no concurran a votar todos los que le manifiestan apoyo, atenazada como ha estado la sociedad por una violencia política que pretendería infundir el terror, y se ha cobrado en lo que va de año las vidas de más de cien políticos, muchos de los cuales hallaron la muerte ya dentro del período proselitista.

Ante ello, AMLO ha insistido en la importancia de ejercer el sufragio.

Medios de prensa como el diario Por Esto!, del Sudeste mexicano, han denunciado que las grandes empresas, a quienes Obrador no pudo captar, manifestaron su respaldo a Anaya y a Meade con insistentes llamados a no votar por el candidato de Morena, quien los acusa de desempeñar una guerra sucia y los tilda de «minoría rapaz».

Menos pobres, menos muertos

La violencia es uno de los males que Obrador se ha comprometido a combatir, básicamente, mediante el ordenamiento de una política económica excluyente y la puesta en vigor de un denominado diálogo nacional por la paz. Está dispuesto a conceder amnistía a quienes hayan entrado al sucio negocio empujados por la necesidad. Cree que todo nace de la pobreza y la desigualdad.

La violencia es, ciertamente, uno de los peores flagelos que enfrentan hoy los mexicanos, atenazados por los asesinatos y las desapariciones forzadas que caracterizaron a las dictaduras militares en el Cono Sur latinoamericano, y que en México corren a cuenta de las mafias del narcotráfico, muchos piensan que coludidas con sectores del poder que han penetrado.

Los jóvenes estudiantes de magisterio de Ayotzinapa, convertidos en símbolo para el pueblo son, quizá, el peor recuerdo. Pero las desapariciones suman 36 000, según las cifras oficiales. Es otro mal que López Obrador ha prometido atender.

Desde luego, su campaña no solo ha estado centrada en lo social sino también en lo económico, y puede esperarse de él, a tenor con lo que ha dicho, la reversión de algunos de los resortes del modelo, pero sin cambios drásticos.

La revista mexicana Proceso dice que su discurso está hoy menos a la izquierda que en 2012. Puede haber asumido compromisos con sectores distintos a su pensamiento para abrir nuevas puertas; o tal vez solo sea la necesidad de enfrentar las campañas mediáticas que intentaron usar su figura para atemorizar con una debacle si llega a la presidencia. O que haya ajustado su programa.

Aunque casi todo el mundo lo califica como un político de izquierda —posición a la medida si tomamos en cuenta que está parado frente a la derecha— AMLO ha demostrado hasta ahora ser, sobre todo, un político antineoliberal de quien no se avizora, al menos por el momento, el deseo de giros drásticos. Quizá tampoco podría.

Sus anuncios de campaña parecen plausibles y tocan los aspectos esenciales que más golpean a la población. Ha dicho que combatirá la corrupción, a la que responsabiliza de la pobreza casi más que al mismo sistema; que bajará el sueldo de «los de arriba» (incluso el suyo propio) para subir el de «los de abajo»; que recuperará el agua como bien común. Que hará arreglos a una reforma energética a la que se responsabiliza de haber quitado al Estado las potestades sobre el más importante recurso natural de la nación: el petróleo. 

Dice que no va a acabar con el TLCAN, pero prefiere hablar de una alianza de cooperación con Canadá y Estados Unidos.

Se ha pronunciado por la defensa de los migrantes, aunque prefiere ir a las causas, de modo que frente al fenómeno se inclina por lograr un país donde la gente, para sobrevivir, no tenga que exponer su vida y humillarse para materializar una pesadilla —no un sueño— en Estados Unidos.

Las relaciones con el poderoso vecino serán cruciales en un eventual Gobierno de Obrador más que con cualquier otro. Considerándosele como se le considera un izquierdista, es muy probable que esta administración estadounidense intentara maniatarle.

Pero todavía no ha entrado en la cristalería el elefante: Donald Trump aún no habla sobre él. Y López Obrador anuncia buscar una relación de respeto. Sin embargo, criterios dignos de ser tomados en cuenta como el de The Washington Post dicen que un eventual Gobierno de AMLO hará las relaciones con EE. UU. todavía «más tóxicas».

En su cierre de campaña, Andrés Manuel López Obrador insistió en que esta cuarta transformación será pacífica, popular y radical, usando este último término en su sentido semántico recto porque radical, dijo, viene de raíz «(…) se trata de cambiar el actual régimen desde la base».

Tiene por paradigmas a Benito Juárez y Lázaro Cárdenas. Sí, quizá el cambio en México sea posible si gana.

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