La noticia por estos días en Cuba, la más reciente alegría entre muchos problemas, es el aumento de salarios para más de 440 000 trabajadores del sistema de salud anunciado por el Consejo de Ministros.
Me cuesta creerlo. La distancia creció entre mi mejor amigo y yo. Hasta hace unos días, nos separaban unos cuantos kilómetros de un municipio a otro y los acortábamos a diario, una o varias veces, gracias al genial invento de Graham Bell.
Fue un encuentro tan dinámico y emotivo, que cruzó el tiempo como un meteoro. Se habló de medicina, de historia, de la familia, los valores... del Che. Se habló de heroísmo sin el lenguaje que a veces desgasta esa palabra.
La mayoría de los choferes conducen con las manos puestas en el timón. Son los normales. En cambio, otros, cuya cuantía es inaccesible, manejan con una mano sobre el claxon. Son los sub… es decir los subarrendatarios del aire. Digamos para no ofender. ¿Para qué calificarlos? Mejor sería tratar de esclarecer qué puede justificar esa afición a creer que el claxon es como un sistema de frenado manual o una palanca para cambios de velocidad.
Cuando recibí la infausta noticia del fallecimiento de la compañera y hermana Melba Hernández, pasaron velozmente por mis recuerdos los numerosos momentos en que —desde hace años— compartimos tristezas y alegrías a lo largo de esta epopeya inmortal que es la Revolución Cubana, cuyo episodio central fue el 1ro. de enero de 1959, que tuvo como germen glorioso al 26 de julio de 1953, la acción donde Melba —en unión de Haydée Santamaría— ostentó la gloriosa representación femenina; nunca se borraron en ellas las huellas del Moncada.
En realidad no pensaba volver a escribir sobre Venezuela, pero la campaña mediática que se libra sobre ese país en Miami y en Washington, merece que escriba otro comentario sobre tal componenda.
Una a una, se nos enciman las conmemoraciones del medio milenio de las villas fundadas por Diego Velázquez. Baracoa fue la ciudad primada y se le acaban de sumar Trinidad y Camagüey. En cada una reconocemos las peculiaridades del diseño urbano y el perfil de una arquitectura que ha sobrevivido a los avatares del tiempo. La singularidad de estos testimonios del pasado se revierte hoy en la expansión de nuestra industria turística. Pero, cuidado. Estamos frente a bienes en extremo vulnerables ante el sobreuso y una mercantilización primaria, desconocedora de sus especificidades, de una tradición viva, vale decir, de los componentes espirituales y culturales. Paradójicamente, lo intangible se convierte en inapreciable valor agregado. El apresuramiento puede matar a la gallina de los huevos de oro.
Por mucho que los años nos empujen hacia adelante y se amontonen a nuestras espaldas, sorprende que siga intacto el buen gusto por el aula. Uno se da cuenta de que, aunque transitorias, las vueltas a ese espacio pródigo siguen dejando las mejores impresiones.
«¡Tira, tira, tira. Pero tira, caramba, tira. Dale, dale, tira!». Y el muy puñetero no reaccionaba. ¡Qué va! Aquello no era verdad, estaba en un estado de shock total. Cualquiera se lo podía esperar menos él, no le era fácil creérselo. Daba brincos de alegría, alzaba eufórico el guante como si fuera un trofeo. De repente se puso en cámara lenta, parecía una de esas computadoras abuelas de las Pentium cuando se bloquean, que por mucho que le das al mouse te dice «no responde» y no responde. Por fin... uno, dos, tres, cuatro, cinco minutos. Soltó la pelota «berreao» y salió corriendo. ¡Perdimos!
El complejo programa de reordenamiento territorial y urbanístico, más allá de cualquier negligencia en su concreción, constituye un ejemplo de cómo hacer cumplir las disposiciones legales sin extremismos, pero sin admitir el desacato.