No por gusto acostumbramos a decir que «el tiempo vuela». Lo afirmamos cuando al mirar atrás vemos el torrente de sucesos que se ha precipitado de cierta fecha hasta hoy. Lo digo ahora cuando reparo en que han transcurrido tres años de haberse celebrado, en el mes de abril, el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba.
Cualquier medida que impulse el bienestar de los cubanos encuentra el rechazo inmediato de los pregoneros de una política enfocada a favorecer los intereses foráneos por encima de los asuntos nacionales.
Sancti Spíritus, abril de 1961. Pilar Orama, una guajira robusta, madre de 14 hijos, todos sanos y fuertes, siente un vendaval frío entrar por la ventana de la cocina. Su cuerpo se estremece. Todos los pelos se le ponen de punta. Un mal augurio llegará a La Güira, caserío desparramado entre el lomerío de Banao y la Sierra del Escambray. Nunca se equivoca cuando de presentimientos se trata. De golpe, siente como si la cabeza le diera vueltas. ¡Han matado a su querido Ángel Guerra Orama!
Hasta el sol de hoy, he llorado dos veces cuando he leído un libro. Y de esas dos, una me sucedió con Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
CARACAS.— Dos entrevistas concedidas por un viejo político de derecha a sendos canales de televisión desnudan, sin querer, la guerra de buitres que existe en la oposición, incansable en su afán de mostrar unidad monolítica.
Anda por ahí un estilo regañón que siempre busca la raíz de los males en la conducta del individuo. Como si la gente fuera per se indisciplinada y díscola. Como si la holgazanería, la indolencia y otros males vinieran en el código genético. A nalgaditas creen algunos que se mueve el mundo.
Su apariencia es la de un búnker cilíndrico de acero amarillo, muy parecido a un autobús escolar. Mide apenas 13 metros de longitud y unos tres de diámetro. En su interior, las personas deben comer por turnos y apiñarse para pasar por los estrechos pasillos. El agua caliente es limitada, la intimidad del baño depende de una pequeña cortina, y la comida es en su mayoría congelada.
La olla ucraniana no aguanta más, su explosión es casi una certeza. Ese país del este de Europa se encuentra a las puertas del desmoronamiento del Estado, de su balcanización.
«¡Cómo me gustaría conocer la ley para poder defenderme ante esta violación!» Seguramente usted ha pronunciado o ha escuchado decir esta frase varias veces y en disímiles contextos. Cual amenaza o quejido que se estrella contra el muro de lamentos vanos, llegamos hasta a abusar de la susodicha exclamación como si el logro del saber dependiera de otros y no de nuestro esfuerzo propio.
Cierta crítica de hoy, particularmente en la blogosfera, aturde, porque se caracteriza por la estridencia, que en términos estilísticos se refiere a la brusquedad de las palabras y al tremendismo del tono.