«Médico querido, conozco de un buen restaurante en La Habana; espero me invites…». La broma fue la apertura de un mensaje enviado por estos días a mi buzón electrónico, en gesto de celebración. El emisario, a quien conocí cuando él estaba enfermo, se ha convertido, tras años de confraternización, en un gran amigo. La ganancia es fruto de lo que muchos exaltan como una verdadera relación médico-paciente.
El estado de la Florida se divide en 67 condados. De ellos, el segundo más grande en extensión territorial y el primero en población es Miami Dade. Esta demarcación tiene 19 ciudades, de las cuales la segunda más poblada es la de Hialeah, solo superada por la de Miami.
Se hizo famosa a velocidad supersónica. No tanto porque fuera aspirante a la vicepresidencia de Estados Unidos por el Partido Republicano, acompañando a John McCain en 2008 —y lo hizo aparecer casi como un liberal—, sino porque sus declaraciones eran de tal talante desde la ignorancia supina y el pensamiento más de ultraderecha, que podría aplicársele ese proverbio de «a tontos y a locos no les tengan en pocos…».
Nunca imaginó que ese sería su destino final. Después de años de estudio, dedicación y esfuerzo, su carrera universitaria como informático parecía perderse en la incertidumbre. El llamado «plan de distribución» no se correspondió con lo que se necesitaba, y de la noche a la mañana se vio convertido en «ingeniero en cafetería», en todo un ilustre trabajador por cuenta propia.
Como grandes cajas de regalo despiertan cada día muchas ciudades del país, envueltas en cuestionable y desagradable papel, no precisamente de celofán o cintas doradas, y sí con las más variopintas caligrafías, tipografías de letras, imágenes y propuestas.
Buena parte de los cubanos andamos por estos días como hundidos en la incredulidad y el desconcierto. «¿Que se murió Juan Formell? No, imposible. ¡Si a ese hombre no le dolían ni los callos!», preguntan y se responden en cualquier esquina, mercado, parada, oficina, discoteca, parque...
Cuando uno cree firmemente que no lo ha visto todo, le ponen la certeza por la televisión. Así, como de pasada, en la simple referencia de presentación de un entrevistado, me enteré a estas alturas de que hay algo que se llama Matemática discreta. Ella no tenía que haber sido tan discreta para que yo la ignorara, pero ahora que se me insinuó corrí a buscar explicaciones de esta nueva máquina de tortura universal.
Allí está, en ese último reducto del desfile que nunca quiere abandonar la Plaza de la Revolución, como si esperara alguna aparición súbita, un golpe de suerte que lo transformara todo de una vez. Pero el viejo guerrero, brasas de alegría en la mirada, no por diablo sabe que todo cuesta Dios y ayuda. Que siempre estamos entre el imperialismo y la pared, pero a veces contra el muro que nos levantamos unos a otros. Y confiesa que hay que sacudir la mata, Raúl, como en aquellos tiempos primeros de la Revolución. Lleva un cartel que reza: «¡Abajo la resistencia burocrática! ¡La Revolución es de los trabajadores!». Hace tres años lo levanta cada Primero de Mayo. Maltrecho ya y nunca agotado, el personaje exhibe un tropel de medallas en su pecho.
Todavía deambulan por ahí los bufones del capitalismo respirando humos febriles de cambio al libre albedrío, alegando el envejecimiento del marxismo-leninismo y hasta profetizando su fin.
Papá solía llevarme en sus hombros durante el desfile del Primero de Mayo. Desde esa altura privilegiada no hubo un solo año en que no sintiera aquella sensación única de ver la plaza llena de cubanos alegres.