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Para mí todo es arte… y algunas cosas son la realidad

Wilfredo Prieto trabaja desde la experiencia de lo que sucede a su alrededor en instantes específicos, a partir de sus preocupaciones o del contexto. Su arte conquistó muchos espacios comunitarios durante la 15ta. Bienal de La Habana, como el barrio capitalino El Fanguito

Autor:

Daniela Hernández Alfonso

Wilfredo Prieto camina por su estudio. Se siente cómodo, tranquilo; está en su hábitat natural, hoy transformado: antes era un atracadero de barcos, y su amplia cocina era el lugar donde se arreglaban los navíos. Aunque tiene un aspecto algo rústico, es un sitio que transmite mucha paz, a pesar del bullicio cotidiano de sus trabajadores. Taller Chullima, así se llama este lugar, donde transcurre su vida y también realiza su obra.

Trabaja desde la experiencia de lo que sucede a su alrededor en instantes específicos, a partir de sus preocupaciones o del contexto. Es un artista que habla de la realidad con la realidad. «Los objetos cotidianos están comunicando continuamente, emanan un mensaje, y esa combinación es la que trato de mantener. Son acciones, significados, elementos y problemáticas en reflejo permanente.

«Lo que hago es, simplemente, señalarlo, desempolvarlo, mostrarlo. El arte se convierte en operación quirúrgica para encontrar lo que ya existe y tratar de modificarlo, o de contaminarlo lo menos posible con mis gustos, mi sentido estético, mis opiniones. Quiero mantenerlo en su estado más natural, más fresco y también más espontáneo».

Como artista, piensa siempre en la autonomía del objeto. Para él no existe linealidad en la obra ni una manera estilística específica. Al contrario: cree en la experimentación continua que lo lleva de un lado a otro, le abre puertas o, simplemente, lo regresa a aquellas que ya estaban abiertas.

«Crear una pieza artística es un camino de búsqueda constante que en algún punto se rencuentra nuevamente. Es un proceso que va madurando y, a su vez, permite descubrir nuevas formas de explorar».

Para Prieto, colocar una escultura en un espacio no previsto para leer arte constituye un cambio total, porque la obra exige un interés social, influye en el entorno y se adentra en la vida de la gente. Entonces, no solo se aprecia, sino también se vive: «No es lo mismo una pieza en el espacio vacío, o sobre un cubo blanco, que en un contexto determinado. Cambia completamente su sentido, se forma y le aporta nuevos contenidos.

«La obra Piedra iluminada y piedra sin iluminar si es expuesta en un teatro tiene una acción que no sucede. Sin embargo, hay una historia, una temporalidad, una narrativa: posee un guion que no existe cuando está en un espacio blanco y cambia por completo la forma de entenderla. Casi adquiere un mensaje opuesto al inicial.

«Con lo que presentamos en el parque John Lennon las obras iban sucediendo a medida que hacía un simple paseo: las casualidades, los obstáculos, lo que me iba encontrando en el lugar, para hacerlas pasar desapercibidas, como sucedió en la Bienal de Jafre con Agua bendita: realmente las personas pueden pisar el charco al andar; no tiene el aura artística, pero está emanando un contenido por su propia lógica y realismo», afirma.

En la Sala de Arte Público Siqueiros se expuso Dejándole algo a la suerte, con 45 obras en 45 días, todos los días una diferente. «Las piezas se adaptaban a las posibilidades de producción, a las nuevas ideas; era como una curaduría en el tiempo». De otra manera, la exposición No se puede hacer una revolución con guantes de seda, en Kurimansutto, fue una intervención en el lugar, no como galería, sino como edificación, como arquitectura: «Aproveché los pasillos, las esquinas, la librería, había piezas con sonido que salían desde las casas de los vecinos de alrededor».

Una de las obras fundamentales que redirecciona a devolver el objeto a su realidad y representa un rompimiento es Arte óptico: «Continué haciendo pintura, sin embargo, lo que hice es la pintura en la realidad. Mantuve la idea de la pintura hiperrealista, de la representación, pero, a la vez, de alguna manera jugué con las sensaciones y las aspiraciones. Es una pieza clave por los colores y la forma. En aquel momento, pleno Período Especial en Cuba, todos mis compañeros tumbaron los mangos pensando que ya estaban maduros, pero, al madurarlos con pintura, jugué también con mi propia ilusión».

Una luz a lo lejos fue una intervención en el paisaje real, era una estrella potente de luz led que subía mediante un globo aerostático transparente, impulsado por gas helio sobre unos 300 metros por encima del edificio más alto de Cuba. «La Habana tuvo una nueva estrella, solamente se diferenciaba por su sutil oscilación, pero tenía la misma potencia de una estrella en la distancia,  que se visualizaba hasta 12 kilómetros alrededor de la ciudad».

En el contexto de la 15ta. Bienal de La Habana, Prieto expuso sus obras en un barrio del capitalino municipio de Plaza de la Revolución. Con este proyecto, llamado Fanguito, logró devolver la pieza artística a su estado original, al espacio real de donde sale.

«Es una consecuencia del trabajo que he venido haciendo todo este tiempo de manera intuitiva, y también tiene un antecedente en el proyecto Viaje infinito, en Sancti Spíritus. Aquella fue la primera obra que me exigió una responsabilidad social, económica, cultural y ambiental con los pobladores del entorno. Construí en el medio del campo una autopista sin entrada ni salida para simular la experiencia del viajar sin sentido».

—Entonces, ¿por qué llevar el arte contemporáneo a El Fanguito?

—Con el barrio tengo una relación directa, está muy cerca de mi estudio. Fue una nueva motivación trabajar con las instituciones, en las casas de la gente, en los espacios públicos que ellos frecuentan. Inevitablemente, ellos, los pobladores locales, fueron quienes mediaron, y al mismo tiempo se convirtieron en espectadores.

«Esta comunidad es pequeña, pero muy pintoresca, colorida, tiene un barroquismo de arquitectura, de mezclas y construcciones aleatorias. La diversidad de espacios ayudó a una mejor puesta en escena de cada obra. Además, el hecho de intervenir un espacio público permitió que las piezas interactuaran de una manera cuestionadora, crítica; estaban readaptadas para esos lugares específicos.

«Se presentó una diversidad de obras de diferentes épocas y momentos. Algunas nunca se habían expuesto en Cuba, y la mayoría fueron producidas específicamente para El Fanguito. Estas últimas se lograron camuflajear con el entorno, los objetos parecían arte y las obras parecían objetos que estaban ahí hace tiempo. Para mí todo es arte… y algunas cosas, a veces, son la realidad.

«No quisimos ser una nave espacial ni llegar a imponer las obras, sino que el arte se reubicara cómodamente, que conectara con las personas, con su forma de vida, que aterrizara de manera natural y orgánica. Por supuesto, tropezamos un poco, pero lo vivimos desde varias perspectivas, de la experiencia de producción, comunicación, montaje y curaduría».

A Wilfredo una obra lo lleva a otra. Es esclavo de sus preocupaciones o de las nuevas situaciones que van surgiendo. Se deja guiar por una especie de intuición. No tiene un orden ni lleva un orden. Trata de mantener una comunicación muy personal con cada obra y eso depende de sus vivencias. «El arte es elitista, pero no es elitista de conocimiento ni de un poder económico ni de un estatus social: es elitista de sensibilidades».

El artista en su taller, con algunos de los voluntarios que trabajaron durante el montaje de las obras del proyecto Fanguito. Foto: Cortesía del entrevistado

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