Quién tendrá mi rostro, mañana, cuando sea yo solo papel amarillento en los archivos, me pregunto, mientras ellos nos invaden a ratos en el año.
Algunos los asumen como algo normal y son fieles portadores de ellos. Otros aseguran que están implícitos en la personalidad, y hay quienes dicen no padecerlos. Lo que sí no creo es que alguien dude de su existencia, o de lo invasivos y destructores que pueden ser.
El díscolo muchacho se pierde en ese andar de prisa, en ese afán de gozo, el díscolo muchacho que nos silba, gran silbato.
Aprovechando que mañana se iniciarán los cuartos de final de la Copa del Mundo Brasil 2014, le reservamos en nuestra columna un espacio a las estadísticas que reflejan los 56 juegos efectuados hasta el momento.
En los últimos tiempos y debido al llamado intercambio cultural entre Estados Unidos y Cuba, han estado pasando por Miami diferentes artistas cubanos que residen en su patria. Por supuesto que esto es a pesar de los deseos de la caverna anticubana de esta ciudad.
Para vivir y trabajar de manera efectiva se impone poseer siempre la información adecuada. De lo contrario, se corre el riesgo de ceder espacio y «respetabilidad» a la opinión desinformada, el rumor y las malas interpretaciones.
Pocos regalos de la vida llegan por los caminos que se espera. La respuesta necesaria o la solución precisa podemos encontrarla en una fuente que no imaginamos nunca consultar. Y en esos momentos de incertidumbre y crecimiento, un cuerpo de papel y alma se presta más que nada a servirnos de refugio y aliento. Como amigo de hombro y lágrimas, cual psicólogo de primera mano, idéntico al abrazo más ideal… ahí está el libro que sale del alma de seres inmensos.
Mi nombre es una mezcla graciosa de santoral de cumpleaños con la fiebre «yuyuyú» de los pasados 80. La segunda parte me vino sola por el almanaque; esa no tuvo ni ha tenido nunca discusión. Pero la primera fue un capricho hasta simpático de familia que no podía dejar que el niño fuera menos que los demás. Eso de llamarse Daniel, Alejandro o Ángel, como mi padre, en tiempos en que los Yosnovi, los Yokadys, los Yulkemis, las Yasneiky y los Yoanky, demostraron que sí valía el invento, podía sacar al bebé de la moda. Y no había por qué.
Parece ser que el parque de mi adolescencia volverá a salir de las penumbras. Poco a poco, en un suceso discreto que para mí es todo un acontecimiento, una brigada ha estado colocando los tubos de hierro que sostendrán las luminarias.
Lucía no puede escaparse de una crónica. El nombre significa luz, la que nació con la primera luz del día y, quizá también por ello, Joan Manuel Serrat le cantó a una mujer, en honor a un amor extraordinario que no se puede olvidar. Son tantas las veces que tarareo ahora: Vuela esta canción para ti Lucía, la más bella historia de amor…