Algunos los asumen como algo normal y son fieles portadores de ellos. Otros aseguran que están implícitos en la personalidad, y hay quienes dicen no padecerlos. Lo que sí no creo es que alguien dude de su existencia, o de lo invasivos y destructores que pueden ser.
Hablo, por supuesto, de los celos, y mientras escribo estas líneas pienso en cuánto habrá de ellos en aquellos que leen. Quizá en este preciso instante hasta se traten de responder la pregunta que da pie a estas líneas, si son o no una persona celosa.
En mi caso, la respuesta inmediata fue «no». Luego me percaté de que estaba equivocada, porque en el fondo todos tenemos una pequeña dosis.
Los celos son una de las grandes emociones que habitan las relaciones interpersonales del ser humano, sin que en ello determinen la raza, edad, cultura o sexo.
En su libro Vale la Pena: Escritos con Psicología, Manuel Calviño, Doctor en Ciencias Psicológicas y Profesor Titular de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana, plantea que la evolución social de los celos fue considerada como algo normal y hasta bueno en el caso de las relaciones matrimoniales, durante mucho tiempo, pues constituían una evidencia de que la relación se valorizaba, se cuidaba y por tanto se fortalecía.
Solo que con los años y las modificaciones en las formas de pensar y actuar de las personas, los celos pasaron a considerarse una disfuncionalidad de la relación de pareja.
A mi juicio, depende también del tipo de persona celosa que seas, porque sentirlo es una característica común de los que aman, si se ven como pequeñas dudas, temor a la pérdida, aparición efímera de desconfianza. Lo complicado surge cuando se convierten en algo posesivo, paranoico y sistemático, pues resultan agobiantes para cualquier relación.
Comparto con ustedes la vivencia de una amiga: cada vez que se encontraba ella con su pareja, lo olía, revisaba sus ropas y lo interrogaba. La verdad es que no acostumbro a juzgar las maneras de ser de cada persona y trato de no hacerlo con sus acciones —ya lo dice el refrán: «es muy fácil ver la paja en el ojo ajeno»…—, pero así no hay relación que sobreviva.
Calviño testifica, en una reflexión titulada Entre el amor y el desamor: los celos, que estos pueden llevarnos a situaciones extremas. «Ciertamente los celos —dice— son un exceso de movilización emocional y personal, cercana a la frustración, una descolocación del comportamiento que, convertida en reiterada, recurrente e instalada entre dos personas, produce daños espirituales, éticos, sentimentales y hasta físicos, tanto en la persona celada como en la que cela».
Resulta que ambos pierden la capacidad de sentirse cómodos y felices en la relación, y van alimentando una sombra que puede cubrir por completo al amor. El celoso vive en una angustia constante, entre miedos y sospechas insoportables; el celado, en la zozobra del regaño de su pareja, en la duda de si le gustará o no lo que haga, el temor a su reacción.
Muchas son las relaciones que se han visto afectadas por esta emoción, ya sea de pareja, amistades, familiares y hasta profesionales. Lo cierto es que nadie escapa a ellos, por muy simples que parezcan, y su mayor incidencia parte de la hipótesis real de que el ser humano cela más por lo que se imagina que por lo que ve.
Los especialistas coinciden en que sí se puede dejar de ser una persona celosa —al menos obsesiva. Todo depende del cómo, y de que además sea asumido y trabajado como una cuestión de pareja: por una parte, dando confianza y seguridad, y por la otra, controlando los impulsos. Es una emoción que no tiene por qué ser vivida de forma angustiosa, sino bajo las normas del respeto y la comunicación.