El almanaque se encuentra por estas horas en trances de alumbramiento. El parto —indefectiblemente— ocurrirá a la medianoche de hoy. Su expectante «parentela» cubana anda como en ascuas, en espera del cíclico acontecimiento. Y se pregunta: «¿Cómo será el recién nacido? ¿Nos traerá buena fortuna?».
Hace unos días comencé a desempolvar minuciosamente papeles, libretas y notas de aquellos años cuando comenzaba a aprender las primeras letras y números. Cada uno me traía un recuerdo diferente, en especial de esos seres que a la distancia de los años se me antojan como ángeles guardianes, y cuya nobleza, profundo amor y saber contribuyeron a levantarme en la vida.
Así se titula un poemario de Fina García Marruz. Allí, en la calle Águila, casa de las Marruz, se produjo el encuentro o, mejor todavía, la convergencia de la amistad, las ideas y los sueños de un grupo de escritores que dejó una impronta singular en nuestra historia literaria. Asociados más tarde a la revista Orígenes, su itinerario diseñó una geografía personal de la capital y sus alrededores. Se extendieron a Bauta y encontraron su espacio en Arroyo Naranjo, el hogar de Eliseo Diego, donde iban creciendo los niños con vocación de artistas.
A través de un amigo común —los amigos comunes son algo así como afectos de doble tracción— Luis Sexto me premia a distancia con un libro autografiado. Sexto y yo fuéramos colegas, de no ser porque trabajamos en distintas dimensiones: él se mueve en letras de grandezas, yo apenas comienzo un abecedario desconocido. Mientras yo avance él ascenderá, así que estamos condenados al descompañerismo.
De pronto, como si solo eso fuera posible en este momento de nuestras vidas, llovieron los anuncios de maternidad y paternidad. Así, oficialmente, quedamos empatados cinco a cinco en nuestro joven equipo con «las paridas» o «por parir», transformando las dinámicas laborales del resto.
Unos cuantos miles invertidos en aparentar y ya el nuevo negocio está listo. Los carteles atraen desde varias cuadras antes, el inmueble se viste de un lujo seductor, los utensilios parecen de primera clase y hasta la típica muchacha «de salir» anda «posada» por la estancia. Todo simula el perfecto edén. Pero, ¿siempre lo es?
Acabo de concluir la jornada de homenaje a los educadores. A punto de cerrar con broche de oro el tema, acudió a mi memoria una recomendación que le escuché a un profesor durante una conferencia, allá por mi época de estudiante en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba: «El periodista —dijo con acento enfático— debe saber algo de todo y todo de algo».
Que 111 excursionistas, la inmensa mayoría jóvenes, hayan pasado dos días con sus noches en la Sierra del Rosario, recorriendo 25 kilómetros de monte, acampando a la intemperie, compartiendo equitativamente cada alimento y esfuerzo, y conquistando el sueño de ascender la mayor elevación del occidente del país, es una muestra de las extraordinarias cualidades humanas de que es portadora la juventud cubana actual.
En una de sus novelas, el mexicano Carlos Fuentes describe la ciudad de Detroit como un cascarón deteriorado en lo físico, lo social y lo humano. Duró poco su esplendor, asociado al auge de la industria automovilística y emblema de modernidad durante los 20 años que separan las dos guerras mundiales. Mucho antes, José Martí evocaba en sus crónicas norteamericanas la instalación de la electricidad en las calles de Nueva York. La introducción de nuevas técnicas constructivas habría de viabilizar la edificación de deslumbrantes rascacielos. En todas partes, la concentración urbana marchaba con paso de gigante. Fueron las megalópolis que, en nuestra América Latina parecen vitrinas frente a un trasfondo subdesarrollado perteneciente a otro tiempo histórico. Hoy en día, las urbes sobredimensionadas padecen las consecuencias de la alta contaminación, la insostenibilidad económica, después de haber pagado un alto costo por el derrumbe de sus centros históricos y de muchos de sus valores intangibles. No tienen futuro porque los avances técnicos desplazarán buena parte de la mano de obra indispensable antaño.
La asamblea empieza, como es tradición, cantando el Himno Nacional, que suena más dulce acompasado por voces infantiles. Aunque hay menos gente de la esperada, al menos están todas las casas representadas y el delegado empieza a rendir su informe.