No existe, en este caimán de ojos despabilados, atento a cada cambio o transformación que ocurre en el ambiente sociopolítico circundante, un solo punto que escape a su premonitoria advertencia.
Si un rasgo permite apreciar la autenticidad del proceso bolivariano, ese es el constante diálogo, la interacción permanente, el parto público de medidas que son, por un lado, lógicas réplicas de combate a un imperio que cada día engaña a menos venezolanos y, por otro, capítulos del programa de bien que, desde Chávez hasta hoy, se establece en el país con terquísima resolución. La evidencia mayor de tal vitalidad se encuentra, sin embargo, en que la apertura de esa flor hermosa que es la revolución no se observa a solas desde programas televisivos o discursos grabados, sino en vivo y en conjunto, desde plazas, parques, calles y casas ávidas de transformación.
Las razones fundamentales de la existencia de una estatua de José Martí en Nueva York y de su réplica en La Habana no vienen de contingencias de la política imperial ni del modo como algunos pudieran percibirlas. Ni servirá el vínculo escultórico entre ambas ciudades para calzar ideas del panamericanismo imperialista, contra el cual se pronunció y actuó el revolucionario cubano desde antes de que se institucionalizara, entre 1889 y 1890, el proceso concebido por artífices imperiales para uncir a nuestra América.
«Martianizar» no es martirizar. Y martianizar es lo único, aunque no haya una fórmula mágica para conseguirlo, que puede hacerse para evitar que tantos vayan por esta vida de espaldas a José Martí.
A propósito del actual Play Off
Una vez imaginé el episodio en pesadillas. La seria voz de un locutor de radio fue el detonante. Entonces tenía menos de diez años y apenas conocía a los jóvenes héroes del lejano Santiago de Cuba, mucho menos los sitios donde se inmortalizaron.
Anduvo de un lado para otro hasta arrimarse a una bahía en forma de bolsa, protegida por un estrecho canal. Al principio, fueron modestas casitas de adobe o madera colocadas de cualquier modo, sin pensar mucho en el trazado de las calles. A un costado, en lo que habría de ser más tarde la villa de Guanabacoa, sobrevivía un agrupamiento de los habitantes originarios de la Isla. En tan precarias condiciones los incendios eran frecuentes.
Nada es «gratis» en política, se afirma, y los días iniciales de enero dan cuerpo en Cuba a la sentencia. Al menos, si dejamos de ver los acontecimientos en superficie y nos arriesgamos a interpretaciones más profundas.
A Sara Rodríguez, la dama de Guantánamo, le escribí las últimas cartas de mi puño y letra. Ya no se escriben cartas. Ahora todo está al borde de un clic. Ella convertía una hoja en estrella, una raíz en filigrana. Sus palabras te resguardaban los caminos.
Levanto las dos manos por el panfleto. Y las alzo por una razón: el panfleto no puede ser el término peyorativo, hiriente, que se endilga a todo texto que defiende una causa, un proyecto, una condición, escrito con palabras claras, asequibles, democráticas, incluso apasionadas. Más bien ese texto puede ser llamado panfleto o calificado de panfletario, pero como indicio de excelente calidad periodística o literaria.