Probablemente, nunca fue tan oportuno como hoy la celebración de este 3er. Encuentro Nacional de Jóvenes Periodistas. Cuba vive momentos decisivos, en los que está en juego la suerte de la Revolución. Si analizamos detenidamente ese contexto advertimos que la información y la comunicación son esenciales. No en vano una política de comunicación comienza a dar sus primeros pasos.
Ella, de ocho años, y su madre, de 36, se subieron a aquel carro que, aunque no llevaba el cartel de taxi, las llevaría por la ruta habitual rumbo al Parque Central. Otros pasajeros teníamos el mismo destino, y tal vez la misma prisa por llegar.
Esta tarde un niño mexicano, más bien un adolescente, me ha preguntado: «¿pero... cómo le hacen ustedes, los cubanos, para estar siempre felices... a pesar de las dificultades?»
Ahora que las nuevas generaciones están apoyando a las autoridades electorales como colaboradores —y que contribuirán a la transparencia del proceso como indiscutible sostén en tiempos de votaciones—, brota en mi mente un instante que me marcó como periodista, hace más de cuatro décadas, exactamente el 15 de febrero de 1976.
A la segunda temporada de Bailando en Cuba que sirve, además de para desperezarse de las abulias dominicales, para mover las neuronas, se ha unido esta semana la no menos sonada controversia entre arte y mercado, a propósito de una entrevista a Descemer Bueno publicada en el diario Granma.
Obra secular de pensamiento y de muchas manos, el patrimonio pertenece a todos, responsables por ello de cuidarlo y preservarlo. Los testimonios más remotos proceden de los primitivos habitantes de la Isla, que nos legaron sus hachas petaloides, sus marcas misteriosas en algunas de nuestras cuevas, sus bohíos y los nombres de algunos sitios de nuestra geografía.
Esta semana los lectores de Juventud Rebelde dialogaron en entrevista online con parte del elenco del policiaco cubano Tras la huella, trabajo que arrasó con los comentarios y las visitas en la web. Maykel Amelia Reyes, Omar Alí y Vladimir Villar interactuaron con los usuarios durante cerca de cuatro horas, y respondieron a sus inquietudes y criterios desde nuestra Redacción multimedia.
Fue una mañana de un 12 de marzo que pactamos un juego de softbol entre dos equipos de periodistas de Villa Clara, en homenaje al Día de la Prensa Cubana.
Dibujemos una parábola. Y como a toda parábola, habrá que interpretarla. Recordemos, por tanto, que los últimos 60 años experimentaron encrucijadas, resistencia, combates armados, debates políticos, pérdidas insustituibles. El discurrir cotidiano golpeó, por momentos, con el odio de carencias extremas, la saña de imprevistas caídas ante horizontes que parecían ahogarse en noches sin libros o sin música.
Con retardo respondo a una petición a la que debí adelantarme: pergeñar unas líneas sobre el sentido de la Revolución en mi vida. El carácter sustantivo, antonomásico del término revolución puede ocultar que se trata de aquella que triunfó el 1º de enero de 1959, dos años y medio antes de mi nacimiento. Así que crecí en ella, con padres implicados en la transformación y, tras su temprano divorcio, con una madre que llevaba sus bases en cada uno de los roles que asumió. Fue una prueba difícil. Durante mucho tiempo la Revolución y mi madre fueron una, por lo que a ambas sufrieron abundantes descargos de mis rebeldías —de infancia a adolescencia a juventud— y por igual asumieron las culpas de la otra y el propio amor que conservaban. Defender sus bases y criticar parte de sus tácticas en medio de una burocracia que se plantaba como asistencialista y sedentaria cerraba puertas y me convertía en heraldo de peligros.