A lo largo de mi vida he acumulado cierta memoria ciclonera. Mi referencia más remota se remite a 1944, el huracán que removió la confianza popular en el recién inaugurado Gobierno de Grau San Martín. La meteorología no había alcanzado el actual desarrollo científico. Con frecuencia se producían contradicciones entre los partes emitidos por el Padre Goberna desde el observatorio de Belén y los del capitán de corbeta Millás, desde Casablanca. Cuando todas las señales indicaban inminencia del peligro, en el vecindario comenzaba a resonar el martilleo y los pobladores garantizaban algún alimento para sobrevivir mientras durara la tormenta. Lo más socorrido era un poderoso energético, bien cargado de azúcar, nuestro pan con timba, es decir, pasta de guayaba. Luego, saldrían todos a valorar el tamaño del desastre. El prometido socorro a los damnificados nunca llegaba a los destinatarios. Acrecentaba el bolsillo de los políticos corruptos.
La suerte estaba echada para Pedro Isaac Fonseca.
Aquella gélida camilla conducía a Pedrito por los pasillos del hospital William Soler hasta el quirófano. El salón de operaciones estaba listo para convertirse en campo de batalla. En unos instantes, la vida y la muerte cruzarían espadas.
Bisturís, agujas, profesionalidad y amor tratarían de vencer a la cirrosis hepática que desgarraba el h&iac...
USTEDES LOS GRANDES
Y llegó el trap... cuando una pensaba que lo había visto casi todo en materia de vulgaridad altisonante y disfrazada de alguna que otra nota musical. Ya con el reguetón la batalla de por sí era dura. Pero de vez en cuando surgía algún estribillo que no era tan desagradable, hay que admitirlo (música cansona y simplezas aparte). El extremo al que se ha llegado ahora… es demasiado.
Hay una crónica de Gabriel García Márquez que parece escrita para la contemporaneidad. Se titula Érase un hombre a un celular pegado, y recrea una tertulia de amigos en un mesón caribeño, cuyo objetivo estuvo a punto de malograrse por la inoportuna y reiterada estridencia de un teléfono móvil. Según el escritor, «en los instantes mínimos en que el instrumento permanecía callado, el dueño aprovechaba para llamar y llamar y llamar».
Con toda justicia, el Día de la Cultura Cubana rinde homenaje a la presentación pública del Himno Nacional en el Bayamo recién ocupado por los insurrectos. Para nosotros, forjados en un largo batallar contra el coloniaje, cultura y nación andan juntas. Acción y pensamiento se alimentan mutuamente en el proceso de pensar y hacer un país en tierra de huracanes, siempre amenazada, tanto por la furia combinada de los vientos y los mares como por el apetito rapaz de quienes, nunca resignados, han intentado, una y otra vez, apoderarse de la Isla.
La noticia me llegó de improviso. Fue un duro golpe, seco y potente: falleció Fernando Hernández. Di un respingo en la butaca y subí enseguida el volumen. No fue un error. Ojalá. Esta vez escuché bien. El gran pelotero pinareño nos abandonó. Se fue tras años de lucha con esa enfermedad abrupta e inoportuna que se empeñó en derrotarlo. Hay personas que son invencibles, pensé para mis adentros, en busca de un consuelo que no llegó. Aunque en el fondo tuve razón, porque el legado del eterno número 9 sí que es invencible.
Los regresos importan siempre, pero los encuentros son mejores. No solo volver a las cosas dejadas, los paisajes, los recuerdos, los olores…, sino también a las personas que tuvieron que ver con otros tiempos, y eso último fue lo que exbecarios de África y Nicaragua encontraron hoy en Isla de la Juventud.
Una taza de café ofrecida en un momento de angustia o una frase de aliento dicha cuando ya nada en la vida parece tener sentido pueden entrañar per se una fabulosa demostración de altruismo hacia quienes han encajado en sus fueros la embestida irracional y las desventuradas secuelas de un huracán de grandes proporciones.
SANTIAGO DE CUBA.— Pasó toda su vida irradiando amor, ternura, energía; desafió prejuicios y retó a la discriminación que intentaba imponerle una época donde su condición de mulata humilde e iletrada, de mujer, era sinónimo de invisibilidad.