Siendo de los seres más comunes de este mundo, cada uno portador de dos talones de Aquiles, porque a derecha e izquierda nos mata lo mismo una flecha de guerra que otra de amor, los periodistas descubrimos hace tiempo un conjuro infalible contra la muerte del otro: la crónica. Los manuales, tan formales ellos, no se atreven a decirlo, pero hasta el novel reportero que arma su primera línea sabe que La Parca le teme a la hermosura.
¿Qué dirías si una tarde te invitan a ver ovnis? ¿Si te recoge Gilda, que abrió las puertas de tu mundo? ¿Si te señalan más allá del volcán? ¿Si?
Se ha ido un compañero, un colega con quien no tuve muchos vínculos en los últimos años, pero su recuerdo está relacionado con mis inicios en el periodismo, en una época convulsa, llena de incertidumbres y esperanzas: 1976, el año en que se institucionalizó el país.
Vamos saliendo de un trance que ha puesto a la vida sobre el filo de una navaja y que requiere, para ahuyentar el contagio, un cuidado individual extremo. ¡Nadie, nadie, puede proteger a un ser humano de sí mismo!
Las afinidades electivas tienen un componente misterioso. Alejo Carpentier no olvidó nunca el día en que descubrió a nuestro Historiador de la Ciudad, andariego como él, empujando una carretilla, en ropa de faena, por las calles de La Habana. De ahí nació una amistad, a la que pronto se incorporó Lilia, la compañera del escritor.
En algún minuto perdido entre las 11 y 25 y las 11 y 42 de la noche de este viernes 31 de julio, un avión despegó del habanero Aeropuerto Internacional José Martí. Hacía meses que no veía volar un avión y, en cuanto lo divisé buscando altura, pocos segundos después de abandonar la pista, salté del sofá y me precipité al balcón.
No tuve la dicha de entrevistarlo, pero sí pude escuchar de cerca la forma en que hablaba de Cuba y sobre lo que le tocaba hacer hoy a sus hijos más nuevos, porque un hombre sabio es siempre joven. Recuerdo el día en que como un maestro que vivió intensa y largamente los desafíos del país compartió con los miembros del IV Pleno del Comité Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC).
MENDELÉIEV, mi hermano, con el mayor respeto y con el perdón de los alérgicos; pero hoy el personaje más querido de tu tabla periódica, el bárbaro de verdad, el sin cabeza, el sabueso (no de los Baskerville, sino de la COVID-19), el que nos da esperanzas al costo de parecer un fastidio, es el señor Cloro en todas sus denominaciones.
Acabo de eliminar definitivamente de mis contactos en las redes sociales a un antiguo conocido. En lo personal, no me ofendió, ni me agravió, ni me atacó ni me tildó de nada. Lo hice porque me turbó la mutación cerebral que ha sufrido desde que se fue «para allá». Ahora resulta que le alarman los destino de Cuba, llama dictadores a sus dirigentes y —¡válgame Dios!— asegura que esta isla indómita y rebelde no será libre hasta tanto los americanos no la invadan.
El dinero fácil de obtener, como río revuelto, incita a pescar al proclive a delinquir. Y esta verdad verdadera pasa, digámoslo sin tapujos, hasta por la benevolencia con que se ha tratado ese fenómeno, más visible en el actuar desenfrenado de coleros y revendedores.