Cuba no lo olvida. Las nuevas generaciones lo admiran por su intrepidez, su inteligencia y extrema temeridad. Pudo graduarse de arquitecto con las mejores notas en la Universidad de La Habana, y quizá proyectar emblemáticos edificios o carreteras que unieran poblados a lo largo del país.
El show electorero y plattista en días recientes en la Florida, con Donald Trump como principal en el reparto, junto a los vergonzosos utileros de la tramoya, de cuyos nombres es mejor ni acordarse, advierte sobre las cotas de desvergüenza a las que pueden llegar la mentira y la manipulación.
«Es el mercado negro digital», me dice un amigo. «Mercado negro modernizado», señala otro que está bien empapado en la materia.
Yo también esperaba con impaciencia el anuncio del ingreso en la primera fase de la recuperación. Durante las interminables jornadas de reclusión forzosa, dispuse de tiempo para meditar. Me preguntaba si nos habíamos hundido en una pesadilla o si, por el contrario, la violenta sacudida producía un despertar del adormecimiento y un rescate de valores esenciales. La eficaz conducción de las políticas públicas centradas en la prioridad concedida a la preservación del ser humano, la fortaleza de un sistema de salud articulado desde la comunidad, y la participación del saber científico acumulado en la toma de decisiones nos han preservado de sufrir la pandemia en todo su horror. No hemos visto el derrumbe de los moribundos en las calles, el abandono de los pacientes por el colapso de los hospitales y por falta de recursos para acceder a la atención médica. Tampoco conocimos el desbordamiento de la capacidad de los cementerios. En suma, escapamos al espanto y a la sensación de desamparo.
Lo único que pensé fue en salir a las 10:30 de la noche para la terminal, con las mismas ropas que llevaba encima en aquella redacción, con la mochila vacía, sin libros, sin abrigos… con nada.
Más allá de la inconformidad, inherente a la condición humana, sabemos que las lluvias aseguran bienestar, a pesar de que pueden originar aluviones y otros daños, como las ocurridas en mayo y junio, principio del período húmedo en Cuba que se extiende hasta octubre.
«Que abran La Habana ya». No puedo recordar la cantidad exacta de personas que semanas atrás compartían su deseo conmigo, aun cuando no tenía yo el mismo nivel de desesperación, ansiedad, angustia o inquietud.
El más poderoso aliado que la COVID-19 ha encontrado en la especie humana, el inefable histrión que llegó a vaticinar que la pandemia desaparecerá sola, «como un milagro», y a recetar singulares inyecciones de desinfectantes, parece haber hallado émulos de su talla en unos muchachones que convierten el infausto capítulo sanitario en alegre pachanga.
Con sus ramalazos ciegos, el coronavirus ha puesto a prueba fortalezas y debilidades de la sociedad cubana. Esta obligada situación de aislamiento como país y sociedad, como familia e individuo, nos ha conminado a repensarnos en ese ignoto camino de la construcción del socialismo —como lo calificara Fidel—, precisamente para alcanzar su viabilidad plena.
Por desidia, las palabras se amontonan en el rincón de los objetos inservibles. Allí, por desuso, se van cubriendo de herrumbre. De esa manera, los seres humanos contribuimos, devorados por la indiferencia y la ley del menor esfuerzo, a mutilar las antenas que nos comunican con nuestros semejantes, afinan el delicado temblor de la sensibilidad y favorecen el acceso al amplio horizonte del conocimiento, todo lo cual configura el perfil distintivo de la especie. El poeta se hace cargo del vocablo herrumbroso, lo pule, lo devuelve a la vida y multiplica su significado mediante el engarce inesperado con otras imágenes. Abre nuestros sentidos a la percepción de zonas silenciadas de la realidad, nos induce a escuchar «el dulce lamentar de dos pastores» y motiva el despertar del alma dormida para recordar «cuán pronto se pasa la vida y se viene la muerte». La desidia también promueve la indiferencia ante lo hermoso del mundo que nos rodea, tanto el paisaje natural como el entorno edificado por las manos de nuestros antepasados.