El show electorero y plattista en días recientes en la Florida, con Donald Trump como principal en el reparto, junto a los vergonzosos utileros de la tramoya, de cuyos nombres es mejor ni acordarse, advierte sobre las cotas de desvergüenza a las que pueden llegar la mentira y la manipulación.
Daban pena realmente algunos que andan bien pagados por el mundo intentando —en un inglés ridículo y genuflexo—, ganarse los cariñitos de un presidente del que ya no hablan bien ni los parientes más cercanos, mientras lanzaban todo tipo de dardos contra su país, los líderes y el sistema de instituciones cubanas, con un emperador que los miraba con desdén.
Ni los patriotas pioneros, cuando todavía la nacionalidad y las definiciones políticas se desdibujaban entre una espesa neblina de confusiones, daban la espalda con semejante impudor al naciente independentismo cubano.
La sensación que deja ese hecho a cualquiera que ame a Cuba con las mismas ternuras de José Martí —como aquellos que en su centenario se levantaron para hacer triunfar la Revolución—, es que los asistentes bajo los dudosos techos celestiales de la iglesia Doral Jesús Worship Center, no eran más que el primer bocadillo de la costosa cena de 580 000 dólares por pareja para deglutir votantes, con los que el magnate quiere seguir en posesión de la Casa Blanca.
Su vulgaridad y ramplonería política, como se afirmó en otro momento, vinieron a tiempo para recordarnos los graves peligros de la desmemoria en una nación como la nuestra, e incluso algo más pecaminoso para los sueños libertarios nacionales: que alguien albergue la esperanza de que puede concebirse un proyecto de país contando con una política norteamericana de «buen vecino».
Por ello resultaba muy simbólico que, en el mismo día y hora que en Miami el dignatario yanqui montaba su engañoso espectáculo, en La Habana, en vísperas de los 57 años de la Unión de Periodistas de Cuba y tras dos de su 10mo. Congreso, se volvía a discutir —en el 5to. Pleno del Comité Nacional—, cómo defender nuestro proyecto de nación frente a la monstruosa Hidra —cuyo Lerna son ahora las redes internáuticas— que constituye el creciente y muy bien alineado y mejor pagado bombardeo propagandístico contrarrevolucionario.
La apuesta, tal como se abordó en el encuentro, debería ser por una estrategia comunicacional basada en los mismos presupuestos de vínculo entre las fuentes y los medios, transparencia informativa y debate oportuno y claro sobre lo que puede entorpecer las transformaciones que buscan acelerarse en la etapa de recuperación pos-covid-19, cuando el centro de atención comenzará a desplazarse hacia la situación económica y sus implicaciones en todos los ámbitos, agudizadas por los efectos del endurecido bloqueo económico, comercial y financiero.
Para que la verdad cubana —que tanto necesita de nosotros como inspiró el último congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (Upec)— alcance esa «fuerza más» referida por José Martí en carta póstuma a Manuel Mercado, tenemos que adelantar la construcción del nuevo modelo de comunicación y periodismo público que demanda nuestro socialismo.
No por casualidad, en dicho pleno se entregó el Premio a la Dignidad, uno de los más honrosos reconocimientos morales de la Upec, al Ministerio de Salud Pública, entre otras merecidísimas razones, porque al dignificar la transparencia y el gobierno abierto en la actuación comunicacional de las instituciones públicas cubanas, las prescriben y honran como el modelo de actuación más sanador.
Uno de los soportes esenciales del nuevo modelo de prensa que se defiende desde el 10mo. Congreso de la Upec es el de un nuevo tipo de relación entre el sistema de instituciones públicas y el sistema de medios públicos, a favor de la transparencia, una palabra tan linda y sanadora como valiosa y estratégica para las instituciones y los medios, lo mismo frente a esta contingencia global que en las más normales de las situaciones, como se subrayaba al comienzo de esta grave situación sanitaria.
Una de las grandes ventajas con las que Cuba lo afrontó es la credibilidad de su sistema de instituciones y de medios públicos —cada vez más interdependientes— sin obviar, por supuesto, que cada cual tiene su deber y función social bien delimitados. De lo que se trata es de que estén bien armonizados, pero sin interferencias, mediaciones dañinas o visiones instrumentales.
En el caso cubano, como sostenía el Doctor en Ciencias de de la Comunicación Julio García Luis, el poder revolucionario no puede sustentarse —como el de Trump y sus compinches— en el silencio, el engaño o la manipulación de símbolos, sino en la adecuada información, interpretación, persuasión y convencimiento de la gran mayoría protagónica, en definitiva, del público. Aunque en la era de la posverdad habría que decir más bien: «de los públicos».
El desafío es que las prácticas introducidas en esta etapa pandémica en lo comunicacional, se conviertan en una endemia que favorezca el salto hacia los modelos de prensa y comunicación soñados desde los puntos de vista editorial y de construcción de agenda mediática —con énfasis esencial en el interés público—, organización de la fuerza profesional, estudio y seguimiento de las audiencias, convergencia de plataformas tradicionales y virtuales, economía de los medios, tecnología e innovación, ético y humano…
Lo anterior sería una excelente vacuna contra nuevas «paya-sadas» plattistas.