Sobre los coches arañas quería escribir hace tiempo. Lo postergué porque lo consideraba como una tradición del campo cubano, y más que eso, una necesidad ante la precaria situación con el transporte, que en las zonas rurales se convierte en un hecho vital.
Debutante en la comunidad de los que utilizan bastones —una característica ya frecuente de nuestro paisaje—, encontré al paso por las calles de Santa Clara mayoritaria bondad, además de la garra esgrimida de algunos «oportudorados».
Pese a las protestas populares, cada vez más recurrentes, todo indica que el presidente argentino, Javier Milei, siente aún el respaldo suficiente como para revestir con visos oficiales el ajuste emprendido desde que llegó a la Casa Rosada.
De un lado a otro lanzaron «palabrotas». Luego, la temperatura subió tanto que fue imposible registrarla con los termómetros. El colofón del temible espectáculo llegó con el sonido del filo del machete por el aire enmudecido más de una vez sobre el lomo del cuadrúpedo. Sangre, gemidos, desplome.
Se sentía orgulloso de que lo apodaran «Telegrama», porque eso connotaba la rapidez con que andaba de noche o de día, mientras proclamaba que nadie podía realizar un recorrido más veloz que él.
Si nos proponemos, ahora mismo, hacer un dibujo más o menos al calco de la situación de Cuba, confesemos que no sería fácil el ejercicio. Cada cual construiría seguramente ese mapa desde su percepción ya no solo vivencial, sino además sentimental.
Pinar del Río cumplió 157 años y muestra las huellas visibles de sus múltiples batallas. El 10 de septiembre de 1867, la reina Isabel concedió a esta villa del occidente cubano el título de ciudad, tan añorado por sus pobladores, sobre todo, por aquellos que querían ver florecer en este extremo de la Isla una urbe a tono con los estilos más modernos de la época.
Mientras una parte del mundo se sumerge en guerras inútiles, muertes y la insaciable búsqueda de poder de unos pocos sobre muchos, París se convirtió en un faro de sensibilidad, humanismo e inclusión.
Quienes llegan a superar el umbral de los 65 o 70 años atesoran el privilegio de haber vivido buenos y malos tiempos. Han tenido seguramente la suerte de formar una familia y de ver crecer a hijos y hasta a nietos. Los más afortunados seguramente están rodeados de familiares dispuestos a devolver los cariños y atenciones que un día les propinaron esos que ya peinan canas.