EN la ley, como en la vida, ganó el Sí. Y ganó la concordia en un país que sigue asombrando al mundo por su capacidad para adaptarse de un reto a otro sin perder el sentido del humor, como la colega pinera Yuliet, que entre sus providencias para recibir al huracán de turno preparó un caldero enorme de arroz con leche dedicado musicalmente a todo el que se quiera casar.
El amor triunfó y fue gracias a nosotros, a quienes dimos el sí por la felicidad de un país diverso, en el que también tienen espacio los que dijeron que no. Para ellos también habrá Código, y para los que no fueron a las urnas. Cuba toda se crece en el júbilo de las garantías legales, de la no discriminación y la pluralidad de credos. Desde hoy seremos mejores personas porque así lo dice la ley, y porque nos merecemos una sociedad que deje de arrastrar estereotipos y violencias de antaño. Pero la victoria del 25 de septiembre es solo el primer paso de un largo camino en el que no podemos bajar los brazos. Ahora, más que nunca, toca crecer.
En uno de los momentos más íntimos y conmovedores de sus Memorias de la guerra, el general Enrique Loynaz del Castillo, recordaba aquellos días de la gesta de 1895 en los cuales los mambises votaron por la Constitución de la República de Cuba en Armas.
Están a punto de cumplirse 55 años del asesinato del Che en Bolivia. El imperialismo tuvo que invertir enormes recursos financieros, militares y tanques pensantes para eliminarlo físicamente. No imaginaban que la proyección de su figura seguiría creciendo no solo en el plano de las ideas. Quedaría sembrada, como semilla fecunda, en el imaginario popular y desbordaría los límites de nuestra América para alcanzar los cinco continentes, allí donde hombres y mujeres afrontaran injusticias por reparar.
Aún no despierta el alba cuando me asomo al balcón para disfrutar la paz del barrio. A menos de cien metros veo la primaria Frank País engalanada como colegio electoral y me da cierta nostalgia no tener ya en casa un pionerito al que poner su uniforme de gala para cuidar las urnas.
¿Que los apagones no han cesado? Es cierto. En algunas zonas, en ocasiones, la corriente eléctrica se ausenta hasta dos veces al día por varias horas. ¿Que los precios siguen elevándose? Es cierto. La libra de ají, de malanga, de carne de cerdo y la bolsa de galletas, entre otros productos, duplican su costo en pocos días, y mientras la producción no se incremente y las carencias persistan, lamentablemente puede seguir sucediendo.
La mendicidad digital es tan vieja como la internet, pero más molesta ahora que cuando empezó. Lleva más de 20 años en línea y ha servido para todo tipo de causas, hasta que aterrizó directamente en la política para reducir casi cualquier encuentro humano al acto y al arte de pedir con exageraciones y engaños.
El referendo está latiente en la tribuna de la calle, el espacio más colosal que origina por doquier un sinfín de criterios basados en la conformidad y hasta la divergencia en una espontánea tertulia, reflejo siempre del último suceso sea cual sea. Es la voz popular en la que siempre prima el juicio atinado por sobre cualquier desatino o manejos conscientes de suspicacias.
Desde hace 32 años, Dulce deja caer prácticamente su vida sobre la cama cuna donde descansa Víctor, su único hijo. Y digo hijo porque salió de sus entrañas el 17 de agosto de 1990, pero ella prefiere llamarlo «mi tesoro».
Recientemente fui al primer teatro de mi vida. El primero al que mis abuelos me llevaron de la mano, para que quedara perdidamente enamorada. Allí descubrí esa mágica sensación de estar a oscuras, viendo a personas en un escenario, tan cerca, pero sin poder hablar, prestándole atención total a lo que decían, a lo que cantaban, a lo que hacían. Cuando se es pequeño, todo parece magnánimo, y el teatro no ha dejado de serlo para mí.