Un borrascoso día, de la resaca de lo vivido los médicos te indican que el miocardio renquea, fatigoso de anginas y otras carestías. Y te descubren también un perverso dulzor que, sin saberlo, hace tiempo hierve en tus arterias y las va matando suavemente, complotado con las grasas: diabetes mellitus. Predisposición genética, azar o saldo de torpes hábitos, el mal es irreversible. La Naturaleza te pasa la cuenta por tanto albedrío. Debes recomenzar y alfabetizarte en los códigos de una vida sana. Adiestrarte en cautelosos hábitos, y «que te quiten lo baila’o».
Me empalmo con lo dicho contra la intransigencia el pasado viernes 9 (La disputa de los conejos). Y me pregunto si soy un intransigente, al defender, como dicen algunos, lo que no tiene defensa. Y este último juicio tan tajante responde a múltiples causas. Y una de estas es la posición ideológica —condicionada por intereses, origen de clase, dudas, rencores y otros ingredientes—. Quien afirme que cuanto se hace en Cuba es indefendible, ha dado la espalda a nuestra situación. Desde luego, le reconozco el derecho a elegir posición y rumbo.
«¿Y eso fue lo que salió? ¡Si me lanzan a mí esa pregunta…!».
La Conferencia de las Naciones sobre el cambio climático que acaba de finalizar en la ciudad de Durban, Sudáfrica, ha sido el escenario donde se han desplegado, una vez más, los esfuerzos de la abrumadora mayoría de la comunidad internacional por alcanzar un acuerdo vinculante para hacer frente de manera eficaz al cambio climático, frente a la intransigencia de los principales países industrializados para asumir compromisos serios que reviertan o atenúen la grave situación actual.
A pesar de su inveterada obsesión por aprender, mi tío Cheto no pudo conquistar en su juventud lo que a todas luces le hubiera gustado una enormidad: asistir regularmente a la escuela y hasta estudiar una carrera universitaria. No lo consiguió por un obstáculo insuperable: nació y se crió en tiempos en que acceder a un aula era un sueño y encorvarse sobre el surco un espectro en la vida de un guajiro.
En Cuba no solo hay que resembrar cafetales, cañaverales, frutales u otros cultivos que inadecuadas decisiones y peores prácticas llevaron al deterioro. Es preciso también nueva semilla para no pocas tradiciones, si queremos ofrecer perdurabilidad a determinados propósitos de la actualización económica.
Esa vieja pregunta campesina, con aires de refrán, de ¿qué nació primero: el huevo o la gallina?, bien pudiera parodiarse en otra interrogante, que pudiera decir así: ¿Qué es lo primero en el cambio empresarial: la estructura o la mentalidad?
Que el respeto a los derechos humanos constituya aún una quimera en buena parte del mundo, es una vergüenza. Pero su manipulación para lograr mezquinos intereses vulnerando el principal de esos postulados, que es el derecho a la vida, resulta un ultraje.
El reloj es la estampa que más recurre a mi evocación de aquel viaje a Cremona. Fue esta vez la hinchazón de mi sensibilidad, el botón que cerró la trampa del placer ocasional. Y mientras escribo he temido que las palabras se escabulleran, porque mi saber no sabe cómo impedir que las alas de cera de mis palabras pisen el vacío y no intuyan que todo les falta. Me he preguntado qué significan los relojes, además de medir las horas y anunciarlas a veces con una campana cuyo sonido bronco o agudo llega como en lóbregas ondas. Y cómo no sentirlo así, si esa campana dobla por nosotros, que pasamos.
Internet semeja un agujero negro: todo parece caber. También mucho suele perderse de modo que, como recientemente ha dicho un autor, el conocimiento suministrado por la red de redes está punteado de huecos, como un queso célebre. Pero algo se queda y vemos una cristalería abundante sobre Cuba. Todos escribimos, aunque algunos no sepamos.