En Cuba no solo hay que resembrar cafetales, cañaverales, frutales u otros cultivos que inadecuadas decisiones y peores prácticas llevaron al deterioro. Es preciso también nueva semilla para no pocas tradiciones, si queremos ofrecer perdurabilidad a determinados propósitos de la actualización económica.
Debemos honrar aquella lección del Apóstol de que en agricultura, como en todo, preparar bien ahorra tiempo, desengaños y riesgos.
A pocos días de aprobarse el Decreto Ley 259, señalamos la importancia del alcance y la suerte de la nueva disposición en el complejo proyecto de «recampesinar» —como sugiere un investigador— o devolverles a los cubanos el apego por la tierra.
Si algún déficit, advertíamos, se le puede señalar el mencionado Decreto Ley, es que para «recampesinar» no basta con devolver circunstancial o momentáneamente miles de hombres al campo, ni con incitarlos a que siembren. Es preciso enamorarlos para que se «siembren» ellos y sus familias, algo muy complicado con la condición de provisionalidad que ofrece el límite de diez años establecido en el derecho al usufructo.
De ahí la importancia de que en la última reunión ampliada del Consejo de Ministros, se anunciaran modificaciones para estimular la incorporación, permanencia y estabilidad de la fuerza laboral del sector, así como el asentamiento familiar definitivo. En ese encuentro gubernamental se anunció, además, la posibilidad de ampliar el término de vigencia del usufructo para las personas naturales y jurídicas, incluyendo su prórroga. Desde la humilde posición de este columnista podría analizarse la entrega de tierras de por vida a no ser que un mal uso o intereses superiores de la nación indiquen retirarla.
Lo cierto es que todo lo que apunte al propósito de «recampesinar» en Cuba, en medio de nuestra actual situación agraria, es sinónimo de modernizar, de rescatar el apetito sano por el campo.
Algunos de nuestros contratiempos fueron causados precisamente por querer violentar el origen o la evolución natural de las cosas, pese a hacerlo con los mejores sueños y propósitos. Por ello, la finalidad de la actualización es permitir regresar a su hilo de siglos las hebras de nuestra economía, sin necesidad de extrañas intervenciones. Cuba debe recomponer algunos de sus tejidos naturales violentados.
Ya he sostenido que pagamos en parte la fiebre socializadora de los años 80 del pasado siglo. Lo que ocurre ahora en el sector agrario es consecuencia de la fractura entre el país en el que la tierra tuvo la categoría de un drama simbólico: la prometida y pocas veces alcanzada en el capitalismo, y cuando dejó de ser una aspiración apetecida durante el socialismo.
Ya en alguna oportunidad, también tras el anuncio del 259, meditaba que la Revolución que tuvo entre sus inspiraciones justicieras la conquista de la tierra, y entre sus más ardorosos soldados a los labriegos, se debate para encontrar el equilibrio entre la voluntad modernizadora, el modelo económico y su tradición agraria, inseparable del campesino y la heredad de la finca.
Como hemos dicho, a la posesión agraria no se aspira esencialmente en Cuba por vocación burguesa. Con la revolución este anhelo alcanzó su justa dimensión revolucionaria, que en nada se contrapone a formas más amplias y abarcadoras de propiedad social.
Esto último también fue refrendado en el pasado encuentro del Consejo de Ministros, en el que se presentó un diagnóstico sobre la situación actual y las perspectivas de las unidades básicas de producción cooperativa (UBPC) que, además de incluir su posible paso a otros modelos de gestión cuando se haga insostenible la ineficiencia, apostó también a su solidificación.
El análisis demostró que las UBPC —en su momento otra revolución agraria— fueron conceptualmente bien concebidas jurídica y económicamente, pero prevalecieron prácticas no contempladas en dichas normas que las maniataron. Ello motivó que se aprobaran medidas para eliminar esas ataduras, algo que debería hacerse además con las deformaciones señaladas por estudiosos en las cooperativas de producción agropecuarias.
Es plausible el anuncio del Consejo de Ministros de que continuarán los estudios para asegurar que todas las formas de producción agropecuarias estén en igualdad de condiciones para producir, al igual que debería revisarse la homogeneidad en el número de hectáreas a entregar a los usufructuarios.
Lo insoslayable es acabar de sembrar en nuestros campos la semilla de la prosperidad, sin la cual sería imposible la de todo el país.