Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ver, oír, pedir cuentas

Autor:

Luis Sexto

Me empalmo con lo dicho contra la intransigencia el pasado viernes 9 (La disputa de los conejos). Y me pregunto si soy un intransigente, al defender, como dicen algunos, lo que no tiene defensa. Y este último juicio tan tajante responde a múltiples causas. Y una de estas es la posición ideológica —condicionada por intereses, origen de clase, dudas, rencores y otros ingredientes—. Quien afirme que cuanto se hace en Cuba es indefendible, ha dado la espalda a nuestra situación. Desde luego, le reconozco el derecho a elegir posición y rumbo.

Por lo tanto, renuevo mis criterios sobre la intransigencia, ese caldo nutricio del dogmatismo y los extremos, y confieso que procuro no ser intransigente, aunque alguien me haya tachado de serlo. Defiendo lo que considero defendible, aunque otros ya no lo defiendan. Y a pesar de que necesita cristalizarse completamente, no quiero ayudar a destruirlo. Al contrario, si para algo he de servir, será para afincar la persistencia de los empeños por un socialismo superior.

Aspiro, pues, a la consolidación de la democracia participativa en que la opinión del pueblo influya y controle a quienes solo deben ser sus servidores. Y ya penetro en el cercado de lo que hoy me interesa escribir. Porque no dudo de que la tan denunciada mentalidad burocrática no abandonará nuestras estructuras administrativas hasta cuando no se le fuerce a renunciar a su a veces impune actitud arbitraria.

El viernes pasado, coincidiendo con mi columna, leí en Granma la carta de un lector cuya historia demostraba mis opiniones sobre la intransigencia. Su lectura me causó, más que frustración, las ganas de seguir escribiendo, de continuar abogando por la extensión de toda la justicia en mi patria, justicia que solo puede provenir del socialismo. Pero de un socialismo incapaz de consentir que un director de empresa, ante los daños producidos a los bienes de un ciudadano, le exija demostrar a este ser el propietario, durante meses y meses, con un papel sobre otro papel, y cuando ya lo ha confirmado y no hay de donde sacar más papeles, le dice que está muy bien, pero que él, el director, no cree que el reclamante sea propietario legal y por tanto no le pagará ninguno de los daños causados por la empresa que él dirige. Y uno entonces pregunta, qué métodos se siguen para acceder a cargos directivos, qué controles se mantienen sobre los actos de esta persona, y quién corrige a tiempo hechos que desmienten ideas y fines del socialismo.

En lo sumariamente expuesto se retrata una de las versiones de la intransigencia burocrática, que lo mismo se acomoda a la izquierda que a la derecha y no teme equivocarse, ni a ser injusta, ni siquiera a rendir cuentas. Y vemos también cuán efectivo es el papel de la prensa cuando sus espacios sirven para defender la causa de todos y con su alerta, advierte, señala. No pretendo adoptar la postura de que la prensa nunca se equivoca. Mas, a mi modo de ver, su mayor equívoco es permanecer callada, como si por su lado pasaran las distorsiones y los problemas sin saber que pasan.

La prensa, pues, es brazo auxiliar del control popular sobre los actos de quienes administran y gobiernan. Y es, sobre todo, instrumento del Partido, cuyo papel primordial —y lo digo sin intención de dar lecciones, sino de recordármelas— es ser la conciencia crítica de la sociedad. Me parece, pues, que sin respuestas prontas a violaciones y distorsiones, no podremos impedir a tiempo que la duda y el escepticismo, y la indiferencia, alarguen su alcance.

No podré decir, sin embargo, que cada día son más los actos negativos que los positivos. No lo podré afirmar, porque no es verdad. A uno también le consta que cada día se multiplican las acciones constructivas. Si no fuera así, ¿qué razón habría para que Cuba continúe en pie, desafiando hostilidades y maniobras, retando la satanización de medios externos y de chismes internos?

Aceptemos que para proseguir renovando a la sociedad cubana se necesita no cederles a los enemigos ni «un tantico así». Y convencernos de que cualquier acción injusta, cualquier actitud pasiva ante la injusticia y la quiebra del derecho y la ley, les ofrecen un asidero a los enemigos de nuestras aspiraciones de hacer más eficaz el socialismo. Y, lo que es peor, pueden también alejar un tanto a los amigos. Tal vez no acierte, ¿pero no parece urgente, junto con las decisiones económicas, aplicar efectivamente el control de la ciudadanía? Si elegir es bueno, mejor es pedir cuentas a los elegidos.

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