La defensa de la paz y la soberanía nacional: prioridad estratégica del pueblo venezolano. Autor: Tomada de facebook de la CIIE Publicado: 22/11/2025 | 10:40 pm
Estados Unidos se reposiciona militarmente en Latinoamérica y el Caribe, donde aplica una política del terror más grave que el terrorismo adjudicado a los narcotraficantes a quienes dice combatir. Más de 80 muertos y una veintena de pequeñas embarcaciones bombardeadas y hundidas bajo la acusación no demostrada de transportar drogas, han sido el resultado de esa estrategia de infundir miedo bajo el pretexto de combatir el flagelo… Por ahora.
Una «campaña descarada de presión política, militar y sicológica contra el Gobierno de un Estado independiente». Así calificó los hechos hace algunas semanas, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, el representante permanente de Rusia.
Pero, ojo, porque el fin último no es solo amenazar, y los peligros no corren únicamente contra Venezuela, pese a que hacia allí apuntan los misiles enviados por EE. UU. a esos mares.
Lo que tiene lugar es una virtual ocupación de nuestras aguas y el establecimiento militar yanqui en puntos clave de la geografía hemisférica, desde los cuales las tropas enviadas por el Pentágono pudieran saltar hacia donde quieran.
No se trata solo de los miles de marines, los submarinos, helicópteros y aviones de combate. Esa parafernalia se da la mano con los propósitos de una potencial guerra «de élite», como lo sugiere el inicio reciente de la operación Lanza del Sur.
Al dar cuenta de su comienzo esta semana, el secretario de la Guerra de EE. UU., Peter Hegseth, no brindó detalles. Pero una nota publicada en enero en el sitio web del Comando Sur adelantó desde entonces que el operativo consistiría en el uso de «embarcaciones robóticas de superficie de larga permanencia, pequeñas embarcaciones interceptoras robóticas y aeronaves robóticas de despegue y aterrizaje vertical».
Se trata, dijeron, de sistemas no tripulados para «ayudar a determinar las combinaciones de vehículos no tripulados y de fuerzas tripuladas necesarias para lograr el dominio marítimo y realizar operaciones antinarcóticos». Tan claro como el agua. La más alta tecnología al servicio de la destrucción y la muerte.
Pero más allá de operaciones circunstanciales y presiones, se observa la búsqueda por EE. UU. de asentamientos permanentes como los que, en el año 2000, representaron el auge de sus bases militares en América Latina y el Caribe.
Se trata de un reposicionamiento que actualiza la Doctrina Monroe y excede el sabido propósito de Estados Unidos de desbancar de la región a China, que con su filosofía comercial de «ganar-ganar» le ha robado preminencia a Washington en el comercio, las inversiones y los negocios con los países del área.
Aun antes de este segundo período de Trump, incluso durante el mandato de su antecesor Joe Biden —cuando los analistas señalaban a esa y las administraciones que le precedieron de «no tener una política para Latinoamérica»—, ya el Comando Sur buscaba nuevas locaciones donde aposentar a sus tropas, y no escondía el interés por los recursos naturales de la región, como lo hizo de manera desembozada la ahora excomandante del Comando Sur, Laura Richardson.
Desde entonces a esta fecha, Estados Unidos gestionó «licencias» de entrada a territorios nacionales, asesorías y nuevos ejercicios militares conjuntos que han facilitado su presencia en países de gobiernos proclives a mirar hacia el Norte, como lo hicieron Argentina, Perú y Ecuador, aunque en esa última nación el todavía fresco rechazo de la población a la existencia de bases militares extranjeras —como lo arrojó el referendo del pasado domingo— ha frustrado, al menos de momento, el deseo que Washington daba como realización segura, para devolver sus soldados a Manta y asentarlos también en Salinas, en la provincia de Santa Elena.
Además, los marines han incrementado su añeja presencia en la ocupada Puerto Rico, y hasta pretenden retornar a la islita boricua de Vieques, donde los halcones amenazan con reutilizar las instalaciones de su polígono de tiro.
Y todavía está sobre el tapete si el jefe de la Casa Blanca y responsable de esta estrategia, se propone atacar o no a Venezuela.
Las condiciones para una agresión están creadas desde septiembre, y si no ha ocurrido un «percance» que diera a los yanquis la justificación «para entrar», es porque la nación venezolana y sus vecinas —que también están sufriendo el asedio desde aguas cercanas—, se han resistido a ceder a provocaciones que van desde el patrullaje en sus aguas cercanas, hasta el anuncio de incursiones terrestres y la autorización a la CIA para operaciones que ya no serían encubiertas.
La llegada a aguas caribeñas del portaviones USS Gerald Ford, el mayor de la flota yanqui y uno de los más potentes del mundo, se sumó al despliegue y representó el aviso de una escalada.
Sin embargo, desde hace algunos días Peter Hegseth, el secretario de la Guerra, no anuncia por las redes sociales —como lo ha hecho tranquilamente y de forma ya habitual— el bombardeo a otra lancha —a la que acusan de narcoterrorista—, considerados ejecuciones extrajudiciales por la ausencia de pruebas y, mucho menos, de procesos judiciales.
La ONU y representantes de organismos de los derechos humanos han criticado reiteradamente esa actuación criminal del Presidente de Estados Unidos… o de quienes lo asesoran.
Un discurso en desescalada
Al unísono con tales amenazas, cuatro veces en la semana que termina —según contabilizó la multinacional informativa Telesur—, Trump ha dicho que pudiera conversar con Nicolás Maduro.
La reiterada aseveración constituye noticia porque, hasta hoy, acusaba al Presidente de Venezuela de estar ligado a los cárteles de la droga, manifestó públicamente que cesaba la labor de su enviado para la nación bolivariana, Richard Grenell —con lo cual cerraba cualquier posibilidad de diálogo—, y hasta ha tenido la desfachatez de ofrecer dinero por la captura del Jefe de Estado venezolano, como si en vez del mandatario de una potencia hablase el sheriff de un poblado del Oeste, o un vulgar matón. Ahora el propio Grenell acaba de comentar, en cambio, que no creía «que hablar con Maduro sea una posición débil».
Esos matices diferentes corren parejos con «concesiones» en otros ámbitos de la proyección de chantaje y fuerza con que Trump «se relaciona» con el mundo, visibles desde hace dos semanas, cuando las encuestas proyectaron una escasa aceptación por los estadounidenses de su gestión: apenas 37 por ciento, y la mayoría dijo que el Gobierno no va por el camino correcto.
Más recientemente, las revelaciones de la documentación de su antiguo amigo, el financista Jeffrey Epstein, muerto extrañamente en prisión y quien estaba condenado por pedofilia y tráfico de menores, ha desatado un escándalo a su alrededor.
Pero el aldabonazo lo constituyeron las elecciones locales del 4 de noviembre y los triunfos demócratas de esa jornada.
Detrás llegaron correcciones en su discurso altisonante y de garrote. En medio de la política antinmigrante más feroz vista en los últimos tiempos, el mandatario reconoció a la Fox News que EE. UU. «necesita» inmigrantes porque los estadounidenses «no tienen ciertos talentos».
En el terreno comercial, para entonces el magnate ya había adoptado acuerdos con China que redujeron los altísimos aranceles recíprocos desatados por su guerra comercial; estaba con Canadá en las mismas tratativas que acaba de finiquitar tras similares propósitos con Brasil, y había derogado los impuestos a las importaciones de productos como el café, la carne de res y el plátano, entre otros provenientes de países considerados «aliados» como Argentina, El Salvador y Guatemala.
Trump parece haber entendido que los estadounidenses están preocupados por el aumento del costo de la vida que provoca su proteccionismo comercial.
El «caso» Venezuela
En ese contexto se ubican nuevas declaraciones del magnate acerca de Venezuela, sin eliminar la posibilidad de invasión.
No faltan analistas que vean a Trump como «víctima» de los malos consejos de su secretario de Estado, Marco Rubio, y de sus compromisos con las claques
reaccionarias de Florida y de sus propias ojerizas. Además, no pocos opinan que una agresión intervencionista directa contra esa nación dejaría mal parada a la potencia que intenta erigirse como presunta mediadora de los conflictos en Europa y el Medio Oriente, descontando que la preparación de las fuerzas bolivarianas para la defensa impediría que esa eventual agresión fuera un paseo.
Tampoco Trump contaría con el respaldo mayoritario de la población estadounidense en tal empresa, de modo que su imagen terminaría por hundirse en el panorama de insatisfacciones que aqueja a la ciudadanía de su país.
Nuevas encuestas así lo atestiguan. Solo el 21 por ciento de los estadounidenses apoyarían el uso de la fuerza militar contra Venezuela y el 51 por ciento se opone al uso de las fuerzas armadas para ejecutar a presuntos narcotraficantes, en tanto un 70 por ciento se opone a las ejecuciones extrajudiciales.
Veremos si también en este aspecto, Trump escucha.
