El concepto de imaginario colectivo se ha generalizado en una etapa relativamente reciente. Se refiere a la visión popular acerca de algunos temas importantes, entre ellos a cómo nos vemos y cómo valoramos otras naciones. En el caso de Cuba, la sicóloga Carolina de la Torre indagó acerca de este tema en el contexto de una investigación más amplia sobre nuestra identidad cultural. Apreciaba entonces nuestro alto grado de autoestima considerando sobre todo el desarrollo educacional del país y cierta inteligencia natural matizada quizá por el tradicional componente de bichería. Mucho debía, a mi entender, ese autorreconocimiento optimista a la obra de la Revolución y al desempeño de su proyección internacional, en contraste con la imagen que nos habíamos formado a causa de la profunda decepción provocada por la intervención norteamericana, la imposición de la Enmienda Platt con sus derivados, el fatalismo geográfico y la dependencia política y económica.
Fuimos a echar comida a los perros. Luego caminamos esas cuadras que hacen bien para la digestión nocturna. Me mostró al señor que lo saluda cada noche. Señaló la calle que recorre algunas veces. Contemplamos otra vez el destartalado parque infantil que ya ni cierra sus puertas porque pocos se atreven a entrar a semejante ruina de hierro.
Hasta hoy conserva nítida la sacudida por el corrientazo, cuando tocó la cerca de alambre pegada a un poste con un transformador. Luego conoció del pase de electricidad que hubo hacia el cercado y, por suerte, puede hacer ahora el cuento.
La «pantalla» llega al evento tal y como se va: mostrándose con pose inocentona y sin contenido valioso que compartir. Porque decir algo necesario o participar activamente no es su función, ni la naturaleza para la que fue concebida. El hombre o la mujer pantalla asiste solo para dar una apariencia, o ser una cara con la que departir sin más resultados que una charla vacía. No se le está permitido funcionar de otro modo.
A pesar de que año tras año se publican en Cuba notables investigaciones históricas y del espacio que tienen los temas históricos en nuestros medios de comunicación masiva, para nadie es un secreto que el conocimiento de la historia de Cuba en las generaciones más jóvenes aún está lejos de alcanzar el nivel al que se aspira. Aunque se ha realizado un gran esfuerzo por superar esta situación, el problema aún sigue latente.
Para interpretar correctamente el presente y proyectarnos hacia el futuro es necesario comprender el pasado, y ello solo es posible con el conocimiento de la historia, que nos acerca a los principales sucesos o hechos económicos, político-sociales y culturales que tienen como protagonista a una nación.
Para impartir Historia se necesita corazón, dominio y conocimiento; más aun cuando se trata de la Historia de Cuba, llena de heroísmos e innumerables acontecimientos.
La historia es parte esencial de la cultura, de la identidad nacional de los pueblos, porque la hacen los hombres inmersos en sus relaciones económicas y sociales con sus ideas, valores morales, contradicciones, sufrimientos, con sus triunfos, reveses y sueños.
«La historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será». Así nos dice Eduardo Galeano en su libro Las venas abiertas de América Latina, ese mismo que una vez el Comandante Hugo Chávez regalara a Obama, como recordándole que todos esos años de una historia llena de injusticias, explotación, colonización, engaño, discriminación a que fueron sometidos nuestros pueblos, nos habían hecho más fuertes y nos habían enseñado a luchar por hacer realidad los sueños de Bolívar, Martí, San Martín y otros tantos que entregaron sus vidas por hacer de este continente un lugar más libre.
De los muchos homenajes que el mármol y el lienzo le han hecho a nuestro Héroe Nacional por espacio de más de un siglo, el de la Plaza Martiana tunera clasifica quizá entre los más originales. No solamente se trata de una obra artística en el sentido exacto de la frase; es también una singular compilación de historia nacional escrita de puño y letra por el Astro Rey, a partir de la cronología del más universal de los cubanos.