Al norte de la ciudad de Santiago, Máximo Gómez y José Martí, escoltados por las tropas de José Maceo, avanzan al encuentro del General Antonio.
Los miembros de la Primera Expedición Ruta de Cuba disfrutamos de la vista de la jornada. Al frente está el valle de Santiago y sus pueblos «diminutos»; a la izquierda, la cordillera de la Gran Piedra; y a la derecha sobresalen los picos de la Sierra Cristal, donde abundan los pinares.
«De pronto, unos jinetes. Maceo, con un caballo dorado, en traje de holanda gris: ya tiene plata la silla, airosa y con estrellas», dibuja Martí en su diario la llegada del Titán.
La mañana avanza entre el mar de cañas. Aquella torre es el central Paquito Rosales. Un grupo de casitas anuncia la llegada a La Mejorana. Pasamos las ruinas del antiguo ingenio. Bajo unos tamarindos está el monumento. Por una escalera ancha de cinco escalones subimos. A la entrada hay un asta y un monolito con una tarja que recuerda la reunión.
«El ingenio nos ve como de fiesta: a criados y trabajadores se les ve el gozo y la admiración». «De seno abierto y chancleta viene una mujer a ofrecernos aguardiente verde, de yerbas: otra trae ron puro».
«Va y viene el gentío». «Maceo y Gómez hablan bajo». Llaman a Martí. «Allí en el portal: que Maceo tiene otro pensamiento de gobierno: una junta de los generales con mando, por sus representantes, y una Secretaría General».
Se van los tres «a un cuarto a hablar». «¿Pero usted se queda conmigo o se va con Gómez?» —pregunta Maceo. Martí insiste: seguirá con Gómez rumbo al Camagüey a deponer su autoridad ante los representantes que elijan gobierno.
En la mesa, «de gallina y lechón», se vuelve al asunto. Martí mantiene: «Rudo el Ejército, libre, y el país, como país y con toda su dignidad representado». Muestra su descontento «de semejante indiscreta y forzada conversación, a mesa abierta, en la prisa de Maceo por partir». «Allí, cerca, están sus fuerzas: pero no nos lleva a verlas». «Por ahí se van ustedes», dice Maceo y se va con las tropas de José.
De La Mejorana a poco andar, llegamos a Hechavarría, pequeño barriecito de una veintena de casas. Tocamos a la puerta de la presidenta del CDR. Reina Hechavarría y su esposo Miguel Blanco nos reciben con gran hospitalidad. Ya somos como de la familia.
Sobre aquella noche, Gómez escribe: «Pernoctamos solos y desamparados, apenas escoltados por 20 hombres bisoños y mal armados». Por su parte, Martí: «Como echados, y con ideas tristes, dormimos».
En la mañana, adiós al poblado de Hechavarría y su Reina. En toda la llanura se siente la tierra fecunda: la yuca crece y los maizales están listos para la cosecha.
Algo de misterio hay en la jornada del 6 de mayo de 1895; las páginas del diario de Martí fueron arrancadas. Gómez, por su parte, recuerda: «Al marchar rumbo hacia Bayamo confusos y abismados con la conducta del General Antonio Maceo, tropezamos con una avanzada de su campamento».
Pasamos La Ceiba y seguimos por trillos despoblados. A lo lejos, una casa. Dos perros nos reciben. El dueño manda silencio e invita a pasar. Su mujer trae café. Pregunto por alguna marcación. El hombre nos lleva a verla. El camino bordea un río. Enfrente de un cementerio hay un monolito con una tarja donde se lee: «Hondón de Majaguabo. Campamento del Gran Antonio visitado por Martí y Gómez».
«El General se disculpó como pudo» —recuerda Gómez—. «Nuestra amarga decepción de la víspera quedó curada con el entusiasmo y respeto con que fuimos recibidos y vitoreados por aquellas tropas». En carta, Martí escribe: «Les hubiera enternecido el arrebato del Campamento de Maceo y el rostro resplandeciente con que me seguían de cuerpo en cuerpo los hijos de Santiago de Cuba». «¡Qué entusiasta revista la de los 3 000 hombres de a pie y a caballo que tenía a las puertas de Santiago de Cuba!».
Nuestra expedición continúa. Conversamos sobre este sitio donde las tropas de Santiago, comandadas por Maceo, rindieron honores al Generalísimo y a nuestro Martí.
*Miembro del club martiano Ruta de Cuba