Aquel domingo pintaba para cualquier cosa menos para jugar pelota bajo el ardiente bochorno de un mediodía de agosto. «¡Muchachos, se van a achicharrar…!», advertían los agoreros del barrio al vernos tomar en dirección a El Campito.
«El fútbol no es solo patrimonio de Europa y Sudamérica. Ahora más países podrán soñar y más aficionados se emocionarán con la competición». Así explicó el suizo Gianni Infantino, presidente de la FIFA, por qué 48 países jugarán en la Copa del Mundo de fútbol a partir de la edición de 2026.
Una mañana, cuando era niña, amontonó un ejército de bibijaguas, las envolvió y las colocó dentro del bolsillo de un varón altanero.
La bondad es contagiosa. Esa que algunos pierden por los desgastes de la vida, mientras otros, pese a estos, la mantienen intacta. Para nuestro Apóstol, la bondad es la flor de la fuerza, y con ella esta Isla, sometida a muchos sacrificios, ha mantenido a flote su humanismo. Habría que estudiar cuántos pueblos a los cuales se les ha impuesto tanto odio como política lo que han devuelto es amor.
Enero convida a meditar sobre la función social del conocimiento. La rápida traducción práctica de los saberes científicos en aplicaciones tecnológicas que transforman el trabajo humano, introducen cambios en nuestra en nuestra cotidianidad. Multiplican productos de toda índole y conduce a valorar en términos de beneficios económicos tangibles la contribución al desarrollo. Desde ese punto de vista, la experiencia cubana demuestra que las inversiones en este terreno redundan en beneficios comerciales por la venta de artículos de alto valor agregado.
De las deliciosas columnas que escribía semanalmente en este diario años atrás H. Zumbado, y que sus lectores aguardaban con avidez, una de las que más conservo en la memoria activa es la que apuntaba hacia el fijador, esa secreta sustancia de los buenos perfumistas para evitar que los aromas se volaticen y, por el contrario, se acerquen a lo indeleble.
Más de una vez me he visto tentada a rezarle a San Ernesto de La Higuera. Cuando se me atraviesa la gente gris, esa que lo ve todo malo, pero no mueve un dedo para cambiar nada; cuando veo que las injusticias pasan «inadvertidas», entonces siento el impulso de invocar a San Ernesto, de pedirle orientaciones, o al menos palabras que me conforten.
Nuestra Asamblea Nacional aprobó recientemente la Ley sobre el uso del nombre y la figura del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz y nos aprestamos a cumplir su letra y espíritu.
A veces la costumbre es una venda, una pared que impide ver las cosas o que las disimula hasta hacerlas imperceptibles a los ojos y al corazón. Así, andamos por esta Cuba nuestra, muchas veces obviando lo evidente o simplemente incapaces de reconocer, en ciertas cosas, la magnitud de conquistas que pueden muy bien no ser eternas, si se quiebran las bases donde están sus cimientos.
Cada año nos pasa lo mismo: cuando más embullados estamos con el año, resulta que a este le entran los fatales calambres de diciembre y no se nos ocurre otra cosa que festejar su deceso con la presunción de que tras él vendrá uno mejor: nuevecito de paquete, venturoso, dichoso, vaya, esperanzador...