Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El fijador

Autor:

Hugo Rius

De las deliciosas columnas que escribía semanalmente en este diario años atrás H. Zumbado, y que sus lectores aguardaban con avidez, una de las que más conservo en la memoria activa es la que apuntaba hacia el fijador, esa secreta sustancia de los buenos perfumistas para evitar que los aromas se volaticen y, por el contrario, se acerquen a lo indeleble.

El célebre y desaparecido autor, a tono con la interpretación martiana de la mirada humorista como «un látigo con cascabeles», consiguió transmutar el propósito de perdurabilidad del universo de las fragancias a la esfera de la producción y los servicios, para que cuanto se inaugurara por lo menos lograra permanecer sin retrocesos.

Tal evocación me ha causado el enorme y meritorio esfuerzo económico y laboral desplegado por nuestro país al cierre de 2016, para concluir cientos de obras en beneficio de la sociedad, unas nuevas por completo, otras que fueron objeto de reparaciones capitales, modernización tecnológica, y que van desde la vital atención a la salud y educación hasta el esparcimiento y el consumo gastronómico.

Ojalá con el paso del tiempo, tal vez en cuestión de meses, no se tenga que indagar sobre qué pasó con el fijador, si acaso disminuyó la calidad de las prestaciones prometidas tras los simbólicos cortes de cintas, o se deterioraron mucho antes de su previsible vida útil los bienes materiales, sus equipos, dispositivos, útiles, incluso las construcciones mismas, en las que tantos empeños humanos y recursos materiales se pusieron.

A estos efectos el fijador significa mantener un compromiso tenaz —más de acciones que de palabras— por instituciones, centros y administraciones, de ofrecer un esmerado servicio a la población, como la actitud predominante, por encima de las dificultades y limitaciones objetivas que eventualmente surjan en el camino. Equivale asimismo a cuidar y preservar a salvo los bienes destinados.

Y de modo sobresaliente las buenas experiencias, que no deben diluirse o quedar arrinconadas al olvido, presas de la desidia, la inconstancia y el virus paralizador de la rutina.

A su vez toca a los trabajadores en los puestos que ocupen y a la ciudadanía —receptora de las prestaciones, y al mismo tiempo siempre dispuesta a la crítica y la queja legítimas cuando algo falla a sus expectativas— cuidar lo construido, reconstruido y modernizado para su propio bienestar.

A nadie educado y en su sano juicio le gustaría presenciar que de repente desaparezcan bombillas, herrajes sanitarios y utensilios, o se rayen o desfonden mobiliarios cuando no equipos esenciales, por solo citar ejemplos de cierta cotidianidad, que al final atentan contra la calidad que cualquiera de nosotros somos los primeros en exigir. Mucho menos se debería permanecer indiferente y contemplativo ante tendencias destructivas y vandálicas que hasta se incuban en la misma infancia, cada vez que se descuida la formación de valores desde edades tempranas.

Todos queremos que todo funcione bien y cada cosa cumpla su correspondiente cometido, pero a nada se llegará sin que participemos todos en velar por el adecuado cauce, con el interés social que trascienda el mezquino ventajismo personal de signo saqueador y, a la larga, parecido a la autofagia colectiva.

Para mí que el fijador tiene bastante que ver con la sostenibilidad, la del modelo socialista cubano al que aspiramos y empujamos. A fin de cuentas, entraña consolidar lo conseguido y seguir avanzando.

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