Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Gracias, papá

La paternidad se vive desde la ternura, el amasijo de temores cotidianos, la zozobra de la ausencia, la alegría del despertar…

Autores:

Marianela Martín González
Ana María Domínguez Cruz
Monica Lezcano Lavandera

No es la sangre ni el apellido. No es la autoridad ni la obligación. Ni siquiera es el dinero de cada mes o el deseo de quedar bien ante la sociedad. Es el amor, la complicidad, las ansias de educar, de abrazar en la noche al amparo de la luna y decir: duerme, estoy aquí, todo estará bien.

Y andar juntos tomados de la mano, o elevar la felicidad al cielo o quién sabe, derribar montañas sobre sus hombros. Desvelarse a la espera de una marca menor en el termómetro, construir en la arena un sueño, comprender, escuchar, guiar, dejarlo crecer.

La paternidad se vive desde la ternura, el amasijo de temores cotidianos, la zozobra de la ausencia, la alegría del despertar. Puede ser biológica, asumida, construida, compartida, propia, ajena, incomprendida, ganada…, pero lo importante es que se viva, y que no sean los años los que hagan pensar que pudo haber sido otra la historia, si no…

El tercer domingo de junio celebramos el Día de los padres, pero no hay que esperar la fecha señalada en el almanaque para asumirse o agradecer. Quien no ha sabido hacerlo bien, o quien no se ha atrevido aún, o quien ni siquiera ha pensado en las consecuencias de no estar, o quien lo goza a diario, merecen tenerse y pensarse, por el bien de quienes esperan decirle siempre: gracias, papá.

Cuerda locura

«”Loco”… Así le decían a mi papá cuando dijo que nos cuidaría a mi hermana y a mí al morir mamá. Los vecinos pensaron que mis abuelas se ocuparían, pero él decía que más complicado es ir a la luna y ya otros lo han hecho».

Hernán tenía seis años cuando, con la bebé en brazos, el padre le dijo que ahora la familia serían ellos tres, y que si podían ayudarse era mejor. «Mi papá preparaba los biberones, lavaba los pañales, me ayudaba con las tareas de la escuela, fregaba, limpiaba la casa… era como un superhéroe, lo hacía todo. Mi hermana tiene cuatro años y, por suerte, lo ha tenido a él».

Ante la muerte de su esposa, el padre fue de los primeros 125 hombres que en el país se acogieron desde el 2006 al entonces Decreto-ley 234 De la maternidad de la trabajadora, tres años después de la entrada en vigor de la legislación, la cual brindaba también la oportunidad a los padres de solicitar la prestación social.

No fueron pocas las bromas y las incomprensiones en su centro de trabajo, porque aunque la ley está escrita, mucho machismo existe todavía, nos asegura Hernán. «Mi papá es extraordinario, me siento orgulloso de él y si mamá lo está mirando desde algún lugar, pienso que también está contenta con lo que ha hecho. Papá es una palabra grande, bonita… pero el mío la hizo crecer más todavía».

Ha sido Tati

El día que Marcia quiso una bicicleta, Marvin Cruz Mesa se las arregló para complacerla. Allá iban los dos, por las calles de San Diego de los Baños, en Los Palacios, intentando descifrar cómo mantener el equilibrio. Igual fue cuando la enseñó a nadar y no descansó hasta cumplir su objetivo.

Él siempre ha sido protagonista en las historias de su hija, amigo y compañero de travesuras. Ella no tiene los apellidos de Tati —como prefiere llamarlo—, pero sí lleva de él la complicidad de toda una vida. A sus 19 años, Marcia Ross Grandía no imagina una figura paterna mejor que la que le llegó cuando apenas tenía siete meses.

Marcia asegura que no hace falta un vínculo genético para determinar cuánto quiero a Tati. Foto: Cortesía del entrevistado

«Mi mamá y él se conocieron cuando yo era bebé, en la discoteca del pueblo. Desde entonces me ha cuidado y ha estado pendiente de todas mis necesidades, mis antojos y mis malcriadeces», dice entre risas la joven. «En casi todos los trabajos de la escuela era él quien me ayudaba, en especial con las presentaciones y las tareas de artes plásticas…».

Para esta familia pinareña estar unidos siempre ha sido lo primero. «Cuando nació mi hermano Marcos yo tenía siete añitos. Fue una felicidad tremenda para todos. Siempre hemos sido muy cariñosos entre nosotros, y Tati nunca tuvo preferencia por ninguno de los dos; para él somos sus hijos, en igualdad de condiciones», recalca.

«En casa a veces me regaña, sobre todo cuando peleo con mami, porque a él no le gusta vernos distanciadas», dice, y recuerda los años en que comenzó la adolescencia y recibió de Marvin el consejo seguro y oportuno, y la confianza para hablar de todo tipo de temas relacionados con la sexualidad y las preguntas que siempre rondaban.

«Los días que llegaba tarde allí estaba él esperando en la casa para advertirme que no lo hiciera más, y cuando llevé por primera vez un novio quiso saber absolutamente todo del muchacho», narra con cariño.

Hoy, Marcia se prepara como técnica en Análisis clínico en la facultad pinareña de Ciencias Médicas Ernesto Guevara de la Serna. Fueron muchos los trámites, entre cambios de dirección y papeleos, y fue Tati quien asumió con ella esa odisea.

En su divertida relación, Marvin cumple con las características que para ella debe reunir un papá ejemplar. Si bien se relaciona con su padre biológico —quien vive fuera del país—, en todos los recuerdos de su crecimiento, en las buenas, las malas y las regulares, quien ha estado ahí ha sido Tati. A él le agradece no solo la ejemplaridad y las locuras, sino también la familia que le regaló, integrada por abuelos, tíos y primos que, aunque no comparten genes, se unen por lazos de amor.

En la casa es constante el ajetreo. Ahora con el aislamiento las rutinas de todos han cambiado, pero los chistes y los juegos entre estos padres y sus hijos no tienen para cuándo parar. Son felices, una familia común, como tantas en el país, en las que los padres y los hijos no están unidos por la sangre. «No hace falta un vínculo genético para determinar cuánto lo quiero», resume Marcia.

El hijo del periodista

Javier es el hijo de Francisco Rodríguez Cruz, más conocido como «Paquito» el de Cuba. «Mi padre es un guerrero en todos los escenarios de batalla. Me esfuerzo por ser un hombre íntegro, como él», nos dice confiado el joven que hoy estudia Ingeniería Informática en la Universidad del Ministerio del Interior Capitán San Luis.

Javier se siente orgulloso de su padre y ambos disfrutan mucho la relación que tienen. Foto: Cortesía del entrevistado

En la hermosa casa de Cojímar, a pocas cuadras de donde reside su padre, Javier vive con su madre, abuela, dos hermanos pequeños, su padrastro y muchos animales. Muestra las fotos de la hermana quinceañera que hace poco fueron tomadas y dice que el chiquitín «sí es el lindo de la familia». Todo allí es armonía.

«Mis hermanos son como hijos propios para mi papá. Entre todos hemos construido una inmensa familia que se ama, respeta y colabora para el bien de todos. Aunque mis padres se divorciaron cuando yo era pequeño, nunca me sentí abandonado. Crecí en un ambiente muy saludable. Cuando no estaba en mi casa estaba con mi padre y Miguel Ángel, su pareja. En los dos lugares siempre recibí cariño y me enseñaron a comportarme de forma digna.

«Mi papá nunca dejó de ocuparse de todo lo que un padre debe atender de sus hijos. Iba a las reuniones de la escuela y siempre armaba líos cuando algo estaba afectando la calidad de las clases o el funcionamiento de esta. Jamás nadie me discriminó porque mi padre fuera gay. Nunca padecí por eso. Siempre fui el hijo del periodista».

Parecerse a su progenitor es motivo de orgullo para él, asegura Javier. «Cuando hablo de él me parece que hablo de mí mismo. No obstante, tengo mi propio rumbo y, como él me enseñó, debo emprenderlo. Sigo siendo el muchacho a quien le encanta estar con su padre.

«A su lado hay tranquilidad. Aprendo mucho. Casi siempre me propone buenos libros y música. Jugamos dominó, compartimos tiempo con los amigos. Nos divertimos, porque mi padre tiene tremendo sentido del humor. Las novias que he tenido y los amigos quedan encantados cuando se los presento.

«Cuando era pequeño dependía de que viniera a buscarme los fines de semana. Ahora irrumpo en su casa, que es también mía, cuando se me antoja. Creo que ambos disfrutamos estando juntos. Somos un buen equipo. Cuando llegue la hora de tener mis hijos estaré listo», afirma orgulloso.

Hace poco Paquito fue víctima de la COVID-19 y salió de ese sobresalto sin complicaciones, a pesar de que el reconocido periodista del semanario Trabajadores, colaborador del Cenesex e integrante del Comité Organizador de las Jornadas cubanas contra la Homofobia y la Transfobia, desde hace años padece sida y es sobreviviente a un linfoma no Hodgkin.

Fueron días de mucha tensión, recuerda su hijo, quien apunta que a su padre nada puede derribarlo, porque hasta en su más áspero campo de batalla, que son las redes sociales y su blog Paquito el de Cuba, es invencible.

Padre e hijo han disfrutado en muchos lugares su hermosa relación. Foto: Cortesía del entrevistado

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