Gabriela Mistral fue la primera latinoamericana a la que le fuera concedido el alto reconocimiento de Premio Nobel de Literatura. Autor: Yoelvis Lázaro Moreno Fernández Publicado: 21/09/2017 | 05:13 pm
CIENFUEGOS.— Apenas quedan vestigios de aquel singular suceso que en pocas horas llenó de honores y aplausos a la ciudad. Solo en escasos periódicos, amarillentos y casi desvencijados por el tiempo, es posible encontrar hoy, después de 80 años, las estampas de una distinguida visita que por su gentileza y dones creativos recibió merecidos elogios entre los habitantes de esta urbe.
Uno de los pocos ejemplares aún conservados de la prensa de la época testimonia que ya habían pasado las cinco de la tarde de aquel lunes chispeante de sol, cuando la honorable conferencista, con una modestia increíble y una naturalidad que impresionó desde el primer momento, hizo su aparición por la puerta principal del céntrico teatro Luisa Martínez Casado, en el que todos los palcos y lunetarios, y hasta los pasillos, se hallaban completamente llenos.
El auditorio, en su mayoría educadores e integrantes del Ateneo cienfueguero, institución que había extendido meses antes la invitación a aquella ilustre señora, permaneció durante largo rato en absoluto silencio, prendido de la frescura y la vehemencia con que ella profería cada palabra, y se sobrecogía de hombros al referirse a la grandeza literaria del Apóstol.
Las pocas horas de la estancia en la Perla del Sur de la poetisa chilena Gabriela Mistral, aquel 29 de junio de 1931, «han servido para aumentar los conocimientos de este pueblo culto, y sobre todo para agrandar nuestra sed de pureza mostrada, más que en otros, en los maestros», refería en primera plana al día siguiente del acontecimiento el diario local El Comercio.
Como mujer extraordinaria que ha llenado a América y al mundo con sus libros, sus versos y su prosa de lauros puros por medio del saber y la ejemplaridad, y que regó ideas para moldear un nuevo corazón en el continente, definió el referido rotativo a la destacada humanista y Premio Nobel de Literatura, primera latinoamericana a la que le fuera concedido tan alto reconocimiento.
Bajo el sugestivo título de La lengua de Martí, con el que buscaba dar una idea de transparencia y fácil camino hacia lo creado por el más universal de los cubanos, la disertante hilvanó de manera sucinta pero profunda la obra filantrópica y literaria del Maestro, por el que dijo sentirse a ratos atraída, cómplice y privilegiada.
«Compartió y leyó su conferencia con voz natural, sin esfuerzo, como quien habla a un grupo de educandos. Totalmente abstraída en su discurso, parecía a veces iluminarse con los ojos milagrosos de la inspiración», destacó la prensa.
Auténtico
Haciendo perdurables los instantes más conmovedores del suceso cultural, en una de las páginas interiores de aquella misma edición de El Comercio, apareció desplegado un artículo que cubría más de la mitad de la plana, en el que se reseñaba, detalle por detalle, todo lo acontecido, con énfasis en cada una de las apreciaciones de la conferencista.
«No estuve en su fiesta, pero a través de sus lecturas me compenetré con su palabra de 48 quilates», reparó inquietante la Mistral en torno a la obra del Apóstol.
La crónica añade que la poetisa, hábil en la compleja tarea de enunciar juicios, expuso con detenimiento interesantes valoraciones sobre el sentido de la prosa, la lírica y la oratoria martianas. En primer lugar, se acercó al estilo de la obra toda, del que consideró «verdaderamente original», curioso, extraordinario.
Poco después comenzó a adentrarse de modo gradual en la forma de su escritura, en cómo relacionaba las palabras sin perder la claridad ni la preocupación por lo auténtico, por lo distintivo. Se basó en el examen de sus metáforas tan bien logradas, y en la manera con que oportunamente justificaba el empleo de neologismos para con ese carácter hacer más suyo y representativo de sí cada escrito.
Según se recoge en la mencionada publicación, exaltó la sintaxis característica de la mayoría de sus escritos, en la que prima el orden despejado y entendible, la imagen traslúcida de lo que quería decir, la incitación, la sensatez deslizada con cautela por debajo de cada palabra.
Consideró al léxico martiano poseedor de una fecundidad inagotable, «limpio y claro, con el fondo expresivo y portentoso de las ideas».
Retrato exacto
Con profunda humildad y un matiz laudatorio que parecía impedirle equilibrar por sí sola la emoción que le causaban los versos de aquel autor, la poetisa platicó feliz sobre las estrofas sustanciosas del Martí poeta. Habló de la intensidad, el ritmo y la métrica. Juzgó al orador de discursos encendidos y ponderó con sutileza la capacidad que mostró en no pocas ocasiones para tejer y destejer ideas desde la mesura y el argumento como estandartes.
Recoge la prensa que hizo un elogio justo y acabado de la forma expresiva de José Martí en su integridad. Lo presentó como un prototipo de hidalguía, haciendo notar que la palabra de él no tenía las iras de los tribunos fogosos y deslumbrantes a fuerza de elevar el tono.
En su expresión, apuntó la Mistral, sobresalía siempre «la frase persuasiva del evangelista, del guiador de multitudes, del orfebre original que descubre ante los ojos del que escucha un río de aguas limpias, ¡tan limpias en las superficies como en las profundidades! Martí convencía, no epataba; atrapaba con su verbo sin igual, no lanzaba al espacio pirotecnias inútiles y artificiosas».
Por último departió sobre el hombre íntegro, ese que «hacía su guerra diferente a todo el mundo. Su guerra era casi paradójica. Recurrió a ella por una necesidad extrema, pero lejos de predicar la barbarie en la tragedia del exterminio, guiaba a las masas a levantar una montaña de esfuerzos porque ellas tenían el derecho y había que hacerles justicia».
A juzgar por lo consignado en el periódico, aquella conferencia acabó despertando sentimientos profundos y creando la impresión de un «retrato hablado» en el auditorio.
Casi en los finales del texto se expresa que como en la literatura, Gabriela fue «no menos grande en la constante ejemplaridad de su propia existencia, consagrada totalmente al bien de los demás y la emancipación definitiva del pueblo (América) que no amó más, sencillamente, porque la vida humana tiene sus limitaciones y no abarca otras proporciones que aquellas que la naturaleza le señala».
Por segunda vez
Siete años después de su primera visita, que dejó extasiada a la ciudad, la afamada escritora volvió radiante a la tierra perlasureña, esta vez invitada por el Lyceum Femenino. Allí, con la asistencia de un nutridísimo público ofreció nuevamente una disertación sobre sus propios versos, de la que dieron fe las páginas del diario La Correspondencia.
«La conferencia, tan bien hilada, dicha con frases sencillamente profundas, rebosada de comentarios tan sutiles y de giros íntimamente deliciosos, causó en el auditorio una excelente impresión. Se le aplaudió mucho y se degustó como un manjar exquisito todo cuanto dijo».
En medio de su apretada agenda y la insistencia por el regreso rápido, una reportera local consiguió entrevistarla en esta ocasión. La conversación buscó tocar algunas fibras sentimentales de la creadora.
—¿Cuál es su género literario favorito?
—Tal vez la poesía para niños, luego la folclórica.
—En materia poética, ¿qué escuela prefiere, la clásica o la llamada de vanguardia?
—Los clásicos y, por contraste, lo popular; pero leo con interés lo que hacen los mozos, pues hay que interesarse siempre por lo que ellos viven, por lo que les llega del mundo.
A propósito de su retorno a la ciudad,
ese diciembre de 1938, la prensa evocó con pormenorizadas reseñas aquel primer encuentro de la poetisa con los cienfuegueros, del que ya sobreviven pocas huellas, y en el que, como tantas otras veces, el Maestro inmortal de todos los cubanos devino motivo para una amable reverencia.