Nunca pensé llegar al tercer milenio, tan distante parecía cuando el despertar de una mañana anunció la partida del dictador Batista. Considerada por muchos un imposible, la estrategia diseñada por Fidel había triunfado. Su palanca principal consistió en confiar en el pueblo. De sus entrañas nació el Ejército Rebelde. Campesinos y combatientes llegados de las ciudades aprendieron el manejo de las armas, unido siempre al estudio, a la voluntad de superación, al entendimiento de la causa de las cosas.
«RECORTE» podría ser un vocablo apropiado para retratar con solo una palabra lo mucho que tienen en común los gobiernos de Argentina y Brasil. Y si se quiere una fotografía más acabada de esas sociedades la otra sería «injusticia», aunque las que se han visto durante los últimos meses hasta hoy, podrían palidecer ante las que se avecinan…
He conocido a varios a lo largo de mi vida y aún no logro entenderlos. Con algunos me he enredado en disquisiciones filosóficas y políticas, y he salido cansada pero no derrotada.
La cubanía es para la patria, lo que el ozono para el planeta. Debilitarla es arriesgado y suicida, porque las grietas diminutas que aparezcan terminarán por convertirse en poderosos agujeros difíciles de subsanar y causantes de secuelas dolorosas.
Con el fallecimiento de su líder, la Revolución Cubana comienza a cerrar un ciclo trascendental de su historia y a abrir paréntesis hacia otro más largo y complejo.
Tenía apenas 34 años. Fue asesinado por un delincuente que lo sabía incorruptible. El compositor Alejandro García Caturla es un imprescindible de nuestra historia cultural. Para mantener a los suyos, tuvo que ejercer una profesión utilitaria. Abogado, entró en la carrera judicial. Ejerció este segundo oficio con plena responsabilidad, como un deber ciudadano al que no escatimó tiempo. No se sometió a las presiones de los poderosos, que truncaron el desarrollo de un talento y vitalidad excepcionales.
«La poesía es la lámpara del mundo», escribió Jesús Cos Causse, en un epigrama dedicado a Walt Whitman. Me parece estarle viendo, ahora mismo, con las camisas que iban a rodar de su esqueleto, con su estampa de Quijote. No se me borra aquella su imagen gloriosa del cimarrón ahorcado «en la rama más alta del flamboyán más hermoso de la tierra».
La desorganización puede tanto que hasta despinta una esperanza; y eso que la esperanza suele tener un intenso color.
Me imagino que a muchos le pasó igual y vibraron al escuchar la canción Cabalgando con Fidel, del cantautor cubano Raúl Torres y que interpretan además, Eduardo Sosa, Luna Manzanares y la joven Annie Garcés, porque su música y letra estremecen cada una de las fibras más sensibles del ser humano que ama y amará al Comandante en Jefe.
Uno tras otro van apareciendo los programas televisivos, que de una memoria flash a otra, o de un DVD a otro, pasan a ocupar largas horas en las noches de miles de hogares. Allí, cómodamente posicionados, como quien se apresta a ver el espectáculo más esperado del momento, no pocos cubanos, incluidos decenas y decenas de niños, dejan volar su imaginación hasta los más disímiles escenarios de la farándula capitalista, tanto para admirar la más reciente Belleza Latina como para «divertirse» con la descarnada manipulación de un Caso Cerrado en el que las personas venden su intimidad, acosados por los apremios de una sociedad donde sus vidas son una jugosa mercancía.