Llega el fin de semana y con él un poco de tiempo para salir del círculo casa–trabajo. ¡Qué placer idear la salida nocturna, buscar en la cartelera una opción económica, edificante y divertida (por ese orden); escoger un vestido, arreglarse más de lo usual y olvidarse por un rato de las obligaciones cotidianas!
Para muchos, tan sólidamente instalados como la fortaleza del Morro, cada diciembre anuncia la llegada del nuevo cine latinoamericano. Sin embargo, sus inicios datan de ayer, asociados a un movimiento descolonizador que animó nuestra cultura y encontró en la Revolución Cubana apoyo moral y material, aparejados ambos al crecimiento de un público inquieto, crítico y conocedor de lo que suele llamarse el séptimo arte.
Mi relación con Pablo de la Torriente Brau se remonta a los años 40 del siglo pasado. Yo estudiaba entonces bachillerato en el Instituto de la Víbora y en una de las viejas, destartaladas y hermosas casas donde estaba alojado el Instituto, una de las aulas llevaba el nombre de Pablo, y otras aulas llevaban los nombres de otros luchadores antimachadistas, lo que me hace pensar que muchos de nuestros profesores habían participado también en esa lucha.
Un vulgar y grosero secuestro del Mercosur, y a mano armada. En eso invita a pensar la irrespetuosa y artera actitud de los cancilleres (y obviamente los presidentes) de Argentina, Paraguay y Brasil, cuando este miércoles impidieron, primero, la entrada de la ministra venezolana del Exterior Delcy Rodríguez a la cita que tenía el ente en Buenos Aires, y luego cambiaron el lugar de la reunión, para inhabilitar la posibilidad de su presencia.
El licenciado en Imagenología Luis Ramírez León viaja más de 150 kilómetros cada día. Cuando aún yo no me he despertado —y tal vez usted tampoco— ya él está llegando al consultorio 33 en la comunidad de Sopimpa, en una zona montañosa ubicada casi a 20 kilómetros del municipio espirituano de Fomento.
Ella lo mira, orgullosa de estar a su lado. Él la observa de reojo. Sabe que sigue siendo la figura principal de esa obra, pero disfruta que la muchacha esté cerca. Puede ser prometedora, bien lo sabe. Y está dispuesto a estar ahí para lo que necesite. Tiene fe en su talento, en que el relevo está a su lado, y piensa ponerse al servicio de ayudar en lo que pueda. No hay nada que temer ante sombras de mala intención. Ya sondeó el terreno como solo su instinto se lo permite y descubrió que es una buena joven. Entonces no hay de qué preocuparse.
Con su Catalejo, Buena Fe sigue incitando a Cuba a mirarse por dentro, al costo de la sinceridad. A depender menos de los lentes «graduados» y preconcebidos en su «telescopio», para asomarse al mundo, me sugiere la metafórica canción.
Los muchachos decidieron ocupar el asueto inesperado por ausencia de su profesor, dando un paseo en carro fúnebre por el cementerio. Algo macabra, la broma era propia de estudiantes de Medicina. Sería el preludio de una tragedia que marcaría para siempre nuestra historia.
Aunque gastada por el tiempo, su mano estrechó muy fuerte la mía y él sonrió igual que los niños recién llegados al parque. Debajo del sombrero negro, como faros guiando botes brillaron sus ojos pequeños, los mismos que hace más de un siglo se abrieron por primera vez en una casita del batey de San Luis, en Santiago de Cuba.
Enmanuel tiene 20 años y su mirada es penetrante. Sus cejas bien delineadas y sus largas pestañas armonizan con un rostro que despierta ternura. A veces sonríe en señal de alegría, o de aprobación, o de agradecimiento. Otras veces endurece el rostro, aprieta el ceño y cierra los puños.