Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El dulce veneno en el hueco del avestruz

Autor:

Miguel Cruz Suárez

Uno tras otro van apareciendo los programas televisivos, que de una memoria flash a otra, o de un DVD a otro, pasan a ocupar largas horas en las noches de miles de hogares. Allí, cómodamente posicionados, como quien se apresta a ver el espectáculo más esperado del momento, no pocos cubanos, incluidos decenas y decenas de niños, dejan volar su imaginación hasta los más disímiles escenarios de la farándula capitalista, tanto para admirar la más reciente Belleza Latina como para «divertirse» con la descarnada manipulación de un Caso Cerrado en el que las personas venden su intimidad, acosados por los apremios de una sociedad donde sus vidas son una jugosa mercancía.

Los adultos, en su mayoría, alegan no encontrar nada malo en un poco de diversión, arguyen como justificación las carencias en las programaciones nacionales de la televisión —en lo que no dejan de tener razón— y aseguran que el entretenimiento hace falta, como amuleto para espantar las preocupaciones del mundo real, y se dejan inocular altas dosis de un veneno sutil, sin prestar resistencia.

No significa que se deba estar en contra de las producciones audiovisuales foráneas per se y solo por el hecho de provenir del mercado capitalista, pues son muchos los ejemplos de buena filmografía o materiales seriados. Se trata de saber discernir y balancear las opciones para evitar, como alertó Abel Prieto Jiménez, ministro de Cultura, que terminemos padeciendo «la frivolidad del colonizado cultural», quien «ya renunció al placer de la inteligencia».

Sería absurdo que pretendamos convencer a los jóvenes sobre las aberraciones morales y éticas del capitalismo o sobre su amenaza como sistema para la especie humana, confiando en que esa tarea se cumplirá cabalmente solo en los turnos de Historia o mediante la Mesa Redonda, el Noticiero de Televisión o nuestros periódicos.

No tenemos derecho a la ingenuidad cultural que puede fácilmente abrir las puertas para que se instale el huésped de la banalidad y el egoísmo consumista, del cual ya existen algunas manifestaciones que, evidentemente, provienen del poco sentido crítico ante el mensaje avasallador que se nos manda. Ese que dice que el triunfo y la riqueza están allí, y que la prueba puede encontrase en la «inofensiva» pantalla dentro de nuestra propia casa, convertida a veces en el dulce hueco donde el avestruz esconde su cabeza.

Como padres, cubanos y revolucionarios, estamos en el deber de sobreponer, por sobre el gusto fácil y epidérmico, otro mayor y a veces más complejo de entender, pero a la larga, más duradero y protector. Es el gusto de saber interpretar las señas ocultas y desechar de ellas lo superfluo y entender las esencias, para evitar ese mundo que describió Frei Betto, y en el cual «ya no queda espacio para la poesía ni tiempo para gozar la infancia. Perdimos la capacidad de soñar sin ganar a cambio sino el vacío, la perplejidad, la pérdida de identidad. En dosis químicas, la felicidad nos parece más viable que recorrer el desafiante camino de la educación y de la subjetividad».

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