A estas alturas de diciembre, Manhattan es esa telaraña lumínica con sus fabricados Santa Claus recorriéndole las calles, mientras los homeless escuchan, desde el rincón menos frío de cualquier esquina, esa metálica y vacía voz que repite: «¡Merry Christmas!».
Una mañana de septiembre de 1998, desde las Oficinas del Defensor Público en Miami, encargada de la representación letrada de pobres o personas sin recursos para pagar un abogado (que en ese país son muy caros) llamaron a Paul McKenna, abogado en ejercicio en esa ciudad, para asignarle, de acuerdo con las reglas establecidas, la defensa de oficio de Manuel Viramontes (Gerardo Hernández Nordelo) y le comunicaron que se trataba de un caso de «espionaje» ante la Corte Federal del Distrito Sur de la Florida en Miami Dade.
Los «incendiarios», esa especie satanizada por los burócratas cubanos, vivieron esta semana sus siete días de vindicación.
Cuando mi jefe me pidió una columna para esta página le dije que estaba trabajando en eso. ¿Qué significaba la frase? ¿Que ya tenía el tema? ¿Que había seleccionado los datos? ¿Que había escrito los primeros párrafos? Así, me sorprendí dándole una respuesta afirmativa, respetuosa, pero imprecisa: no entrañaba ningún compromiso de la índole de «entregaré el artículo tal día, a tal hora estará listo».
La ESMA, verdadera meca de la tortura. Foto: www. apdhlaplata.org
El alto el fuego permanente proclamado por el grupo separatista vasco ETA desde el 24 de marzo, arriba a sus nueve meses y al fin de año rodeado de un silencio que no significa necesariamente calma. Más parece el efecto de que no hay nada que anunciar. O quizá nada particularmente grato.
Qué pensaría usted si, al reprochar a un joven chofer que haya sonado el estridente claxon de su automóvil dos veces frente a un hospital, este le responde que sí, que está bien que el silencio cerca de un hospital sea necesario para los pacientes y todo eso que dicen las leyes y las reglas, pero, viejo, qué usted quiere, ¡esto es Cuba!
Hace poco leía una entrevista con el director de fotografía italiano Vittorio Storaro, famoso por sus trabajos para Bernardo Bertolucci y otros realizadores de primera línea, en la cual sostenía: «Hay que ser valiente para, al saber cuando acaba un camino, iniciar otro».
Hace unos días, luego de leer un interesante artículo de un prestigioso erudito del Derecho constitucional norteamericano («To say what the Law is», de A. E. Dick Howard) me preguntaba ¿cómo pueden haber fallado tantos actores en el proceso judicial de los Cinco?