Qué pensaría usted si, al reprochar a un joven chofer que haya sonado el estridente claxon de su automóvil dos veces frente a un hospital, este le responde que sí, que está bien que el silencio cerca de un hospital sea necesario para los pacientes y todo eso que dicen las leyes y las reglas, pero, viejo, qué usted quiere, ¡esto es Cuba!
Qué pensaría, diga usted, sobre esa expresión. Tal vez coincidamos en que se va convirtiendo en una filosofía aceptar la indisciplina y la indiferencia con la misma naturalidad con que el calamar expele su negro fluido: tiene tinta, luego es calamar.
Posiblemente, algún mensaje me acuse esta semana, como el pasado viernes, de seguir aplicando mi crítica a la «gente de abajo».
No parece acertado dividir a los cubanos en dos bandos: los de abajo y los de arriba. El pueblo de Cuba es uno solo en la justicia que conquistó la Revolución. Y al comentarista —también parte del pueblo—, que no desea ser un repetidor de consignas e ideas ajenas, y que camina y ve y oye, le preocupa sobre todo que el pueblo diluya su conciencia moral y jurídica. Sí, me inquieta que un niño o un joven actúen a contrapelo de las leyes y la moral. Porque componen la sustancia del nuevo pueblo, que ha de renovarse cualitativamente en cada generación. Me inquieta además, desde luego, que los mayores extiendan, acogidos a la impunidad, el ejemplo inconveniente del pasado.
La impunidad, palabra clave en este análisis, puede generalizar la acción negativa. Si aquel lo hace, lo hago yo, dice cualquiera. Y por eso mismo me preocupa que aquel joven conductor me dijera que qué le va hacer si su claxon es ruidoso; ningún agente de la autoridad lo ha requerido, ni siquiera por sonarlo en área prohibida, donde tampoco una señal pide silencio.
De todo lo negativo que traslada esa frase de «¡Esto es Cuba!», lo que más ha de azuzar nuestra reflexión se relaciona con la impunidad. Con esta sensación, en ese estado de inculpabilidad, el que infringe la norma, viola la ley o se mantiene indiferente ante los hechos, halla estímulo. Total, si no pasa nada. Y si pasa, agachémonos, que la campaña ahorita se apaga...
¿Describo acaso una realidad inexistente; soy injusto?
Hemos, por supuesto, de resolver condicionantes objetivas, esas carencias e insuficiencias materiales que facilitan la liviandad de la conducta social y estorban su corrección. Pero ciertos actos, que opacan y limitan tantas obras creadoras del país, requieren desde ahora mismo la guerra. Los periodistas —con frecuencia que, a mi modo de ver, opera como un alerta—, estamos recibiendo quejas de injusticias y violaciones. Y dicen más: Nos quejamos. Y pocos responden. Y cuando lo hacen, algunos nos comunican que nuestra carta fue remitida al mismo que abusa de sus cargos y funciones. ¿Rectificará este o se sentirá alentado a continuar equivocándose? ¿A quién acudir?
Habrá que pensarlo...