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Reyes, gobernantes y gente común reconocieron el legado de Francisco

Cientos de miles de personas despidieron al Papa 266 y acompañaron con emoción el tránsito hacia su última morada

Autor:

Juventud Rebelde

ROMA, abril 26.— Cuarenta representantes de esa gran mayoría que el Papa Francisco identificó como «los preferidos de Dios», dieron la bienvenida en su sitio de reposo al cuerpo inerte del Pontífice que con más fidelidad cumplió los preceptos de amor y paz proclamados por la Iglesia, institución a la que dedicó su existencia y cuya vida él deja marcada por la valentía con que exigió derechos para todos, justicia, igualdad entre los hombres y el fin de las guerras.

Se trataba de migrantes, pobres, personas sin techo y reclusos a quienes sus centros penitenciaros otorgaron permiso para acompañar al Padre que con tanta fuerza alzó la voz por ellos, al término de su último viaje desde la Plaza de San Pedro —donde tuvo lugar la eucaristía en su homenaje—, hasta la morada final en la Basílica de Santa María la Mayor, dedicada a la Virgen María desde el año 432 DC o de nuestra era, en cuya escalinata le esperaban, y escogida por Francisco para su descanso, lo que lo ha convertido en el octavo Papa que allí reposa.

Esa decisión constituyó otra muestra de su consecuencia  con «el estilo de Dios»: marcado por la compasión y la ternura, tal cual él proclamó, y apegado al pueblo, como lo demuestra su afecto por María, considerada «la virgen pobre», y cuya imagen preside el recinto a ras de la tierra donde permanecerá el féretro, como él pidió. 

A bordo del propio vehículo que lo condujo durante tantos recorridos, adaptado ahora como sencillo carro fúnebre, el cuerpo de Francisco había sido conducido desde la Basílica de San Pedro hasta allí por las calles de la capital italiana, donde miles de personas, apostadas a lo largo de los contenes, le daban un sentido adiós en el que abundaron los aplausos emotivos y las manos moviéndose en alto para despedirlo.

Lo mismo se vio en las avenidas populosas que en los barrios peor dotados de la ciudad y que habitan, mayormente, los migrantes por cuyo respeto bregó, como lo evidenció temprano con su primer viaje papal, que efectuó a la isla italiana de Lampedusa, ubicada en el Mediterráneo y a la que han llegado en los últimos años, miles de migrantes que huyen de la pobreza de la expoliada África.

Al haber sido un Pontífice que supo colocar las posiciones de la Iglesia Católica a la altura de los más graves problemas que afrontan el planeta y la humanidad, delegaciones oficiales de 148 países y territorios, entre los que se incluían Palestina y Kosovo, presenciaron en la Plaza de San Pedro la eucaristía, que ofició el obispo italiano Giovanni Battista Re, decano del Colegio cardenalicio con sus 91 años, y a quien Francisco tenía en alta estima. También acudieron diez monarcas y representantes de una decena de organismos internacionales.

Entre las comitivas oficiales estaba la representación de Cuba, un país al que el Papa demostró consideración y cariño, encabezada por el vicepresidente de la República, Salvador Valdés Mesa, en compañía de Caridad Diego, jefa de la Oficina de Atención a los Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista, y del viceministro de Relaciones Exteriores Elio Rodríguez.

Durante tres jornadas desde su deceso el pasado lunes, unos 250 000 fieles habían desfilado por el interior de la Basílica que da nombre a la plaza, donde reposaba en capilla ardiente el ataúd que, en el último momento de esa primera etapa de las exequias, fue cuidadosamente sellado con la tapa, desprovista de cualquier lujo, y en la que solo destaca una larga y delgada cruz del color puro de la madera.

A las diez de la mañana de este sábado iniciaron en San Pedro las ceremonias previas al recorrido y la exhumación. Durante la liturgia, conducida por el obispo Re, este resaltó su profunda humanidad y consideró su labor a favor de los pueblos y de la familia humana como «esperanza de nuestro tiempo».

El Obispo afirmó que su cultura de la misericordia y de la fraternidad atravesó el Pontificado de Francisco con tono vibrante, y recordó que él no cesó de «alzar su voz» implorando paz, e instó a las negociaciones para posibles soluciones que impidan las guerras, «con horrores inhumanos e innumerables muertos y destrucciones», recordó el prelado, quien también consideró la última aparición pública del Papa el Domingo de Resurrección, pocas horas antes de su muerte para ofrecer la bendición Urbi et Orbi, como «su último abrazo a la humanidad».

Tras esa ceremonia, el camino hasta la antiquísima María la Mayor constituía el último tramo de la despedida a Jorge Mario Bergoglio, primer Papa latinoamericano, el primero jesuita, y primero que deja una estela de amor y agradecimiento tan amplia y profunda como la que se le profesa.

La amplia y popular despedida al Pontífice 266 constituyó un reconocimiento a sus enseñanzas, mientras muchos esperan que se mantenga el legado transformador que deja, al atemperar la vida y la ejecutoria de la Iglesia, a la vida en nuestro «recinto común».

Una amplia obra

Luego de 12 años de Pontificado, Francisco deja, entre importantes documentos, siete encíclicas entre las cuales se cuentan las que abordan temas como los relativos a lo que llamó «el cuidado de la casa común», una de las más emblemáticas; la invitación a retomar «la frescura original del Evangelio»; sus reflexiones acerca del amor en la familia, y su propuesta, en tiempos de la pandemia, a favor de la solidaridad, el diálogo y la cultura del encuentro, cuando Francisco alertó al mundo con una de sus mejores enseñanzas al recordar que «nadie se salva solo».

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